miércoles, 25 de junio de 2014

ANTICIPO. Colette Soler, Martín Alomo, Vanina Muraro, Silvana Castro Tolosa y Gabriel Lombardi. "Variantes de lo tíquico en la era de los traumatismos" (Letra Viva-voces del foro, 2014)



PRÓLOGO, por Vanina Muraro y Martín Alomo

La primera parte de este libro, “La época de los traumatismos”, constituye por sí misma un volumen de Colette Soler inédito en nuestro país hasta la presente edición. Esta parte está conformada por dos textos: una conferencia de 1998, “Los discursos-pantalla”, y un fragmento de su seminario de 2002, “La época de los traumatismos”. Consideramos que estos trabajos de Colette Soler constituyen una contribución de valor inestimable no sólo para el presente volumen, ya que lo mejora y lo prestigia con su sola inclusión, sino -y fundamentalmente- para el proyecto de investigación que funciona como marco para el resto de las producciones incluidas en este libro: “Presencia y eficacia causal de lo traumático en la cura psicoanalítica de las neurosis: investigación sobre la complicidad del ser hablante con el azar (tique)”[1].

 La repetición en la experiencia analítica, reformulada como lo ha hecho Jacques Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, deja planteada la cuestión en los términos tique y autómaton, extraídos de La física aristotélica.

Por nuestra parte, desde hace un tiempo, a raíz de la investigación mencionada más arriba, que se ha iniciado en la universidad y que continuamos en otros ámbitos, hemos llegado a la idea de considerar a la tique, ese particular tipo de causa por accidente que le ocurre a un ser capaz de elección, como a la complicidad del ser hablante con el azar. Ello significa que la repetición propiamente tíquica es aquella en la que el analizante, para advenir como tal, asume al menos una responsabilidad: la de encontrarse en lo que dice, aun cuando sus dichos difieran de la intención anticipada. Más aún, precisaríamos mejor el punto si extendiéramos la responsabilidad en cuestión no sólo a lo que dice, sino a lo que escucha, más allá de quién lo diga -si él o el analista- y más allá, incluso, de que eso escuchado haya formado parte de los dichos efectivamente pronunciados. Como podemos notar, reconocerse o no en la estructura es una cuestión electiva, y si la moneda cae del lado analizante -y no del lado enfermo o del lado paciente- eso implica una posición cómplice del hablante con aquello que lo ha tomado por sorpresa. Ésta y no otra condición es la que le permitirá al analizante revisar sus posiciones de sujeto, pudiendo hacer uso de la potencia des-identificatoria que le brinda el dispositivo analítico, a condición de que cumpla libremente la regla fundamental. Condición no tan libre después de todo.

La delimitación de los advenimientos de la tique en la cura, nos ha permitido detectar con cierta precisión distintos modos de incidencia del análisis sobre la cadena inconsciente, sobre el manejo de los tiempos de la transferencia, sobre la pulsión y, en definitiva, sobre lo real. Comenzamos por dejar constancia de este trabajo a modo de planteo inicial, en nuestro capítulo primero. Allí, encontramos en la tique analítica la reapertura de la causa -entiéndase en términos de derecho- que ha decidido la elección de neurosis, para decirlo de un modo freudiano.

El hecho de haber situado a la etiología de las neurosis en la hiancia causal que se actualiza tíquicamente en la cura, nos ha llevado a nuestro capítulo segundo. En él, nos sumergimos decididamente en el problema del trauma que anida en dicha hiancia. En particular, nos ha interesado revisar el encuentro con lo real de lalengua, a la que hemos caracterizado de tíquica, además de traumática. El modo en que el ser hablante responde al trauma de lalengua nos ha permitido cernir de otro modo las variantes de la tique que habíamos situado en el capítulo primero. Ahora, la hiancia causal comienza a resonarnos de otros modos, con otros timbres. Allí encontramos el laleo que subyace al uso de la lengua, y eso nos ha permitido delimitar de un modo más o menos preciso la actividad del analizante, que actualiza su trauma a la vez que ensaya el tratamiento del mismo, cada vez que entre las grietas de la lengua que lo habla, como puede, lalea su deseo o su goce.

En este punto de nuestro desarrollo, no ha dejado de ser sorprendente para nosotros el modo en que todo lo que habíamos planteado podía ser revisado desde el ángulo de la lingüística. Dicha revisión nos permitió otro punto de vista. Esa mirada renovada no sólo no era incompatible con las conjeturas a las que habíamos arribado, sino que a través de ella encontramos la ocasión de reconsiderar el problema central del libro desde un punto de vista lateral. Como sabemos, la lateralidad de la lingüística en relación al psicoanálisis puede emerger únicamente si alguien se toma el trabajo de delimitar los campos y las incumbencias. Justamente es eso lo que hemos hecho en nuestro capítulo tercero. Al indagar los puntos en común, pero también los de divergencia, entre la lingüística y el modo en que el psicoanálisis se sirve de ella, nos encontramos transitando un camino que bien podríamos llamar “del Curso de lingüística general de Saussure a la regla fundamental psicoanalítica”.

Luego, que partiendo de la detección de las manifestaciones tíquicas en el cumplimiento de la regla fundamental, hayamos recalado en la cuestión de las resonancias de la interpretación, es fácil de comprender.

Preferimos abrir la segunda parte de este libro, a través de las resonancias de las interpretaciones de Freud y de Lacan que llegan hasta nuestros días. De alguna manera, podría parecer que nuestro capítulo cuarto se insertara en la problemática siempre actual del psicoanalista y su época, aunque tendemos a pensar que más bien se trata de una apuesta renovada a reinventar el psicoanálisis, cada vez, en cada interpretación. Que para Freud podría llegar a pensarse una “interpretación mínima”, al modo en que Lacan caracteriza la suya: tú lo has dicho, no soy yo quien te lo ha hecho decir, no era evidente para nosotros antes de pensar el tema. Y porque las resonancias de la interpretación no son eternas, ya que ellas se apagan -tal nuestra propuesta del capítulo cuarto- nos hemos visto conducidos a un camino que se bifurca. Por un lado, se trata de lo que no resuena para siempre ni para toda ocasión, lo cual nos llevó a indagar cuál es el panorama que abre el campo de los “resonadores analíticos”, para decirlo en términos musicales. Por otro lado, se trata de la opacidad del sentido, que detiene el trabajo de desciframiento bajo transferencia en el final del análisis. En los capítulos quinto y sexto, secuencialmente, transitamos ambos caminos.

A propósito del cambio de paradigma en las elaboraciones lacanianas sobre la interpretación, ya sea apoyadas en la concepción forjada en los ’50, del inconsciente estructurado como un lenguaje, o bien en la sentencia implacable y a d’l’Un, de …ou pire, encontramos que el acento, finalmente, queda puesto en las resonancias. Por ello, el capítulo quinto nos encuentra buceando en un océano de referencias tan poco exploradas como apasionantes, que son aquellas a las que recurre Lacan en …ou pire y en L’insu que sait de l’une-bévue sail à mourre. En este capítulo, no sin una travesía sinuosa a través del arte chino, la poesía de Daumal, la extrañeza de Ponge y la música hindú, hemos encontrado nuestro modo de señalar que lo propio de la resonancia de la interpretación analítica radica en hacer vibrar lo que no se dice en lo que se dice.

Finalmente, en el capítulo sexto, escrito en clave musical, retomamos la cuestión de la resonancia de la interpretación analítica, para intentar lo que consideramos los tres movimientos finales de este trabajo.

En primer lugar, continuamos con nuestra caracterización de la interpretación analítica dirigida a hacer resonar lo que no se dice, y lo hacemos a través de la música. El primero de nuestros tres movimientos finales consiste en delimitar una y otra resonancias, la musical y la analítica. Esto nos lleva al segundo movimiento, que consiste en una profundización de las diferencias entre ambos tipos de resonancias. Ello nos permite recortar ese objeto del cual resulta siempre difícil decir algo: el objeto a voz. Por último, llegamos una vez más a la noción de la finitud de las resonancias. Esta vez, se trata de la interpretación en el final del análisis, articulada al decir performativo, radicalmente distinto de la enunciación ligada al trabajo de desciframiento bajo transferencia. Las resonancias que no son eternas, en el final -del análisis y de nuestro libro- mueren y se reducen como en sordina, hasta apagarse, orientadas hacia el sentido y en contra de la significación, tal el planteo lacaniano de L’etourdit.

En el final, es el acto analítico lo que está en juego. La propuesta es que en ese lugar al que se puede acceder al cabo de un análisis, allí donde las resonancias ya no reverberan, y si lo hacen no convocan al sujeto al trabajo analizante, es posible encontrar un punto de apoyo. Tal vez ése sea el único apoyo en el que un analista pueda hacer pie para modificar su relación con los otros y con el inconsciente. En ese lugar, donde las resonancias encuentran su reducción a un sentido singular, sólo allí es posible -aunque tal vez sea más apropiado decir contingente- encontrar los fundamentos de un deseo renovado, capaz de animar un nuevo modo de lazo social. Ese lazo es el que propone la Escuela.