martes, 7 de enero de 2014

Susana Cella. "Joyce Hotel" (nota publicada en suplemento Radar Libros de Página 12, domingo 5/1/14)




Apenas mencionado, el nombre de James Joyce evoca al Ulysses, a Dublinenses y quizá al Finnegans Wake. Como hitos de una obra mucho más extensa, ofrecen en cierto sentido un marco donde ir ubicando el camino escriturario de Joyce, la elaboración de los textos poéticos, ensayísticos y narrativos, cuya evidente diversidad sin embargo entraña una profunda relación: “una rara coherencia” en tanto “todas esas obras en conjunto pueden leerse como una única gran novela cuyas distintas partes se reflejan unas a otras, novela integrada también por las publicaciones póstumas ... Un alter ego ficticio que pasa de un libro a otro o se desdobla dentro de un mismo libro, amigos y familiares utilizados individualmente o en grupo como modelo para distintos personajes, ideas o frases de una carta o un poema o un artículo que pasan a una novela o una pieza teatral, cosas oídas al pasar y anécdotas propias recreadas y transfiguradas: todo parece parte de una vida concebida como una gran novela, un gran teatro del mundo propio”, anota Pablo Ingberg en el prólogo a la única obra de teatro que se conserva de James Joyce, Exiliados, de 1918, y que, junto a Giacomo Joyce y Finn’s Hotel, acaba de traducir, prologar y anotar, en un esmerado trabajo que provee criterios sobre la traducción, referencias bibliográficas múltiples y necesarias, y no menos, precisas y datables experiencias del autor sistematizadas en una muy detallada cronología. Lo que en conjunto permite ver algo así como lo que podría llamarse la escena de escritura joyceana.

La lejanía de la natal tierra irlandesa, la vuelta, la idea de permanecer allí o no, son parte del conflicto planteado en la pieza teatral, entre los cuatro personajes principales, dos hombres y dos mujeres, en un complejo juego donde atracciones, fidelidades, pruebas, dominio y sometimiento, se juegan en clave de una exploración, dolorosa, del amor. “Digan lo que digan los críticos, todas estas personas –incluso Bertha– sufren durante la acción”, señaló Joyce en sus Notas a esta obra, donde, a manera de un ensayo, se dedica a analizar su propio escrito en lo que concierne a los protagonistas, forjados a partir de concretas vivencias entretejidas y simbolizadas según un magma de textos, así, la Biblia, los filósofos “celtas” donde incluye a Hume, Berkeley y Bergson y al patriota Parnell, lo que bien se conecta con aquellos relatos de Dublinenses en los cuales el límite intraspasable es la imposibilidad de irse, de cruzar una línea prohibida. No pocos esfuerzos hizo Joyce para que su obra teatral fuera representada. Alcanzó en su tiempo sólo unas efímeras puestas y varias críticas negativas.

En cuanto a las otras dos, se publicaron mucho después de la muerte de Joyce. Giacomo ya ha tenido traducción castellana, pero Finn’s Hotel, que luego de un trabajo filológico se publicó en inglés en 1992, aparece recién ahora en nuestra lengua. El primero quedó grabado con elaborada grafía de Joyce en papel de dibujo, una especie de registro que el artista escribió en párrafos separados por blancos en la página, respecto de una fascinación amorosa. La circunstancia puntual: uno de los modos de la precaria supervivencia de Joyce y su familia en el extranjero provenía de clases de inglés. Entre sus alumnas alguna le despertó un sentimiento apasionado, que pudo grabar en un cuaderno, abandonado luego en Trieste y recuperado por el devoto hermano Stanislaus.

El principal biógrafo y especialista en Joyce, Richard Ellmann, lo llamó un “poema en prosa”, quizá porque cada parte tiene la consistencia e intensidad lírica que incluye tramos narrativos donde consigna qué pasaba con el profesor y la alumna, con la familia, con la ciudad de exilio y la propia, manifiesta en fragmento como este: “Una criatura dulce. A medianoche, después de la música, toda vía San Michele arriba, estas palabras se dijeron suaves. ¡Calma, Jamesy! ¿Nunca caminaste por las calles de Dublín a la noche sollozando otro nombre?”. Las conjeturas respecto de quién sería la estudiante que inspiró tales escritos son varias y en esta edición aparecen con nombres y fotos (Annie Shleimer, Amalia Popper, Emma Cuzzi). Más allá de cuál de ellas pudo haber sido, lo que surge es un la constitución de un personaje, concreto e inquietante, una mujer perturbadora que no es la pareja de Joyce, o sea, la siempre presente Nora Barnacle, con quien años atrás se había ido escandalosamente de Irlanda (como amantes), la que trabajó en el Finn’s Hotel, la que tuvo su primera cita con Joyce el 16 de junio de 1904, el famoso día del Ulysses.

En el centro de Dublín, todavía hoy se puede ver el edificio de ladrillo rojo con la inscripción en letras blancas: el Finn’s Hotel, título de la obra datada en 1923, vale decir después del Ulysses y antes del Finnegans Wake. Además de la introducción de Pablo Ingberg, preludia este texto Danis Rose (editor), quien reafirma el modo de trabajo joyceano: “Primero él crea un texto o textos, donde convoca a filas a sus personajes. Desarrolla esto en mayor o menor medida, luego lo abandona, tras haberlo desde entonces (ahora con sus personajes in situ) re-concebido. Luego desarrolla a nuevo la versión re-imaginada, reutilizando en ocasiones partes de los textos anteriores”. Y, antes de encontrarnos con los diez capítulos precedidos de ilustraciones como de historieta (obra de Casey Sorrow); el poeta y novelista Seamus Deane titula su prólogo con una definición del Finn’s: “Una historia de Irlanda de James Joyce”. Precisamente, de James Joyce, con su estilo, sus derivas, sus indagaciones en las palabras, sus abundantes menciones a la tradición remontándose a San Patricio, y extendiéndose más allá de Dublín, a toda la isla. Este breve texto, que había quedado mezclado entre muchos apuntes y escritos confirma su carácter de obra singular en la trama de toda la obra joyceana.