jueves, 24 de octubre de 2013

PABLO PEUSNER. Intervención en ocasión de la presentación del libro de Lucas Boxaca y Luciano Lutereau "Introducción a la clínica psicoanalítica" (Letra Viva, 2013)




Como ya he dicho en más de una ocasión, la presentación de un libro siempre es una celebración, un evento festivo, una ocasión para manifestar alegría. Esta noche tenemos un plus, y es que también presentamos a un autor, que es Lucas –Luciano ya es un veterano en estas lides de la publicación–. Entonces, considerando la obra que celebramos hoy, la existencia de Antonia y la reciente llegada de Joaquín, solo nos quedaría por saber si los muchachos han plantado algún árbol…
También es una buena ocasión para celebrar a la colección que aloja la obra, porque “Series clínicas” (de LV) está dirigida Lucas y por otro amigo de la casa, que es Marcelo Mazzuca. Y estas cosas también son importantes: miembros de nuestra comunidad de trabajo, del Foro y de la Escuela, comprometidos con la edición de materiales valiosos para la reinvención del psicoanálisis, y que de a poco comienzan a marcar una tendencia en el movimiento editorial de nuestro país –el que, probablemente en este momento, sea el más importante del mundo por el volumen y la calidad de lo que publica–.
Y quisiera destacar un fenómeno notable, un asunto que nos involucra a muchos de los presentes y que podríamos considerar un lindo marco para la celebración de esta noche, me refieroa  la enorme productividad a nivel de publicaciones que se viene dando en nuestro grupo de trabajo: porque solo en los últimos seis años y en progresión geométrica, hemos visto aparecer libros de Gabriel Lombardi, de Marcelo Mazzuca (3), de Edmundo Mordoh, de Tomás Otero, de Martín Alomo (4), de Lucas, del propio Luciano (un montón!). También el libro de cuentos de Matías Buttini y el que reúne los dibujos de Vanina Muraro. 7 números de la revista Aún y un número de Dixit (Bianuario del CC), y también nuestra revista virtual Nadie Duerma, publicaciones que recogen trabajos de muchos otros compañeros, gracias a la tarea de muchísima gente. Pero además, y con el auspicio del Foro, han aparecido 5 libros de Colette Soler –y hay más en carpeta–. Por otra parte, la editorial Letra Viva ya tiene una colección denominada “Voces del Foro”, donde a la fecha hay publicados tres libros... Evidentemente, en el Foro se escribe, y al recorrer esos libros uno nota que esos textos dialogan entre sí, que se citan mutuamente, lo que también quiere decir que en el Foro se lee, que nos leemos, que las producciones de nuestros compañeros y amigos no nos resultan indiferentes, y pasan a enriquecer nuestras elaboraciones e investigaciones.
Como verán, tenemos motivos de sobra para celebrar. Pero cuidado, memento mori, no es lo mismo celebrar que autocelebrarse...


Hablemos ahora del libro de Lucas y Luciano.
Es un buen momento para hablar de este libro, puesto que el mismo apareció en marzo y es probable que muchos de Ustedes hayan tenido ocasión de leerlo. Les cuento un secreto: y es que me prohibí leer el Prólogo de Gabriel Lombardi, porque conociendo el estilo de la pluma de Gabriel, de haberlo leído no hubiera encontrado sino lo que él allí me señalara. Así que prometo que apenas termine de decir lo que he preparado, voy a leer ese texto. Pero mi lectura del libro comienza con un pequeño acto de abstinencia…
Hay dos cosas que me llamaron la atención de entrada: la primera es que hubiera sido escrito en colaboración; y la segunda es que se tratara de una Introducción.

Comienzo por mi primera sorpresa: porque si bien en la Introducción al libro, los muchachos (me niego a tomar distancia y llamarlos “los autores”)  sitúan los antecedentes de algunos capítulos, nunca dicen a quién les corresponden. Entonces, uno descubre luego que el cuerpo de la obra fue producido en inmixión, es decir a partir de una mezcla que no puede descomponerse en sus componentes originales (algo así como el salsa golf o el poxipol), a partir de un intercambio de versiones, de un diálogo, de una interlocución que no dudan en situar incluso, en el marco de la amistad. Se trata de una colaboración continua, no discreta como la de Freud y Breuer en los Estudios sobre la histeria –salvo en la “Comunicación preliminar” que aparece firmada por ambos. Sin temor al exceso, confieso que ante párrafos francamente brillantes del libro de Lucas y Luciano, más de una vez me pregunté “¿qué importa quién habla?”. Y otra vez confirmé que en el marco de nuestra comunidad de trabajo el Otro existe aunque sea, en inmixión. Probablemente no sea sino otra muestra más de la tontería radical que nos permite hacer lazo y trabajar juntos, pero prefiero eso a la posición del desengañado que, tal como afirmaba Lacan, se engaña. Al fin y al cabo La Biblia, Las mil y una noches, La enciclopedia francesa, El conde de Montecristo (Dumas & Maquet), el Manifiesto del PC, Fantomas (Marcel Allain y Pierre Souvestre), Los Principia Mathematica (Russel y Withehead), Asterix y Cleopatra (Albert Uderzo y René Goscinny), El Antiedipo, Las crónicas de Bustos Domecq y tantos otros libros célebres, fueron escritos en colaboración.
Es grato ver que se puede trabajar y producir con este formato –formato que es incómodo para las editoriales–. Y que ha resultado en un trabajo que supera con creces lo que se podría esperar de una Introducción –que es todo un género en sí mismo y del que voy a hablar a continuación.

Personalmente, no creo que esta Introducción se dirija a los no iniciados o a los neófitos en la clínica psicoanalítica. No constituye una presentación sencilla, digerida, ni bastardeada del problema que aborda. No es en modo alguno un texto de divulgación. Más bien considero que propone un modo de entrar en la cuestión de la clínica que practicamos. Con un estilo de escritura elegante, aporta una argumentación rigurosa y sistemática, organizada a partir de cinco conceptos fundamentales del psicoanálisis –que ya están presentes en tapa a modo de subtítulo.
No hay proporción sexual, lo sabemos. Pero este libro es proporcionado en el uso y la selección de las citas, las que solo aparecen para concluir alguna línea argumental y no como recurso a la autoridad. También está dosificado –y justificado– el uso de las viñetas clínicas, algunas propias y otras de la bibliografía psicoanalítica canónica, las que en modo alguno funcionan como definiciones ostensivas de la cosa, sino que solo aparecen cuando el concepto ya está esclarecido y para brindar una apoyatura más –por lo que funcionan como suplemento y nunca como complemento de la argumentación–.
“La clínica no es la experiencia”, dicen los muchachos y esto habría que recordarlo. Hay que redoblar esa experiencia a través del concepto. Y esa idea, presente desde el inicio del libro, cruza de punta a punta una obra que tiene estructura de bucle, puesto que concluye con el mismo asunto que comienza, luego de dar una vuelta grande en torno de ese real imposible de soportar. A lo largo de todo ese camino –porque la lectura es un camino– nunca pierden de vista la posición del analista, la que en todo momento es connotada como un lugar de mucha actividad. Tal como dije, el modo de entrada que Lucas y Luciano eligieron, por fortuna los llevó a ignorar la incomprendida figura del analista muerto para hacerle fuerza al analista que se pregunta acerca de su acto. Ese analista que soporta la idea de que (cito) “en un análisis no importa tanto qué le pasa a alguien como lo que dice respecto de lo que le pasa –siendo que lo que le pasa es, en parte, aunque sin llegar a recubrirlo, el decir de lo que le pasa” (p.14). Frase que muchos analistas deberían escribir en el frontispicio de su consultorio…

Muchas veces he contado aquí un problema que tengo con los libros: y es que cuando encuentro algo que me parece valioso me desespero para que la gente que quiero y que trabaja conmigo, también lo lea. Eso me ha llevado a fastidiar a más de uno con envíos por mail, a crear un blog y tantas otras locuras. Este es un libro de esos, de los que me desespera. Pero no voy a contarles qué dice, porque para eso tendrán que leerlo. Sin embargo, abusando de vuestra paciencia, voy a testimoniar de lo que el libro me dejó a mí –que, por supuesto, no es todo el libro. Y así como a veces escuchamos mucho tiempo a un paciente o jugamos muchas semanas con un niño, solo para lograr la aparición de un significante que nos marque el camino, este libro me dejó tres ideas que me tocaron profundamente y que, estoy seguro, ya han producido efectos en el analista que cada tanto aparece en mi tarea cotidiana. Se las cuento.

El primer capítulo del libro, titulado “La regla fundamental y el decir analizante” es una pequeña obra de arte, en todo sentido. Está escrito con una exquisitez poco frecuente entre los autores del psicoanálisis –habría que remitirse a Freud para encontrar algo similar–. Hay allí, escondida en el argumento que sitúa a la asociación libre como la única regla del psicoanálisis, una pregunta exquisita que dice: “¿de qué modo un decir liberado de objetivos podría abordar un real específico que hace sufrir?” (p. 31). Y la respuesta afirma que esa articulación entre “decir liberado” y “real específico” exige como correlato “una posición activa del analista para que se sostenga como tal”. Esa actividad que en términos de Freud se llama “trabajo solicitante de la cura” hace que el analista no sea un mero observador objetivo de lo que allí ocurra. Nunca me había detenido a reflexionar acerca de la responsabilidad que como analista tenía en mantener dicha articulación (decir liberado-real específico), única manera de que ese decir conduzca hacia lo que displace: el síntoma.

En un libro que publiqué en el 2008 analizaba la posición del niño en el discurso universitario, y afirmaba que en dicho marco discursivo no había que combatir al síntoma muy rápidamente antes de establecer para qué servía. No pude teorizarlo mucho, era más bien una advertencia. Pero al leer en este libro el capítulo acerca de “Los usos del síntoma”, me encontré con las herramientas necesarias para fundamentar aquella intuición, sintetizadas en una tabla que, seguramente, nos dará que hablar en el futuro. Lo que a esta altura del libro ya no resulta curioso, es que aquí otra vez los muchachos introducen la necesidad del acto del analista para que la ego-sintonía del síntoma resulte franqueada.

El último capítulo es la prueba viva de que no se trata de un libro inocente, ni de un manual para iniciarse en nuestra praxis. Se titula “El acto del duelo, el duelo como acto”. Algo se rompe allí, es el único capítulo que comienza con un epígrafe (¡y encima de Rayuela, de Julio Cortázar!) y con un comentario acerca de la posición de Aquiles ante la muerte de su amado Patroclo, a través de referencias a Marguerite Yourcenar y Giorgio Agamben. Nada de esto había ocurrido antes.
Ya dije que el libro está escrito con una prosa elegante, pero recién en este capítulo, el último, aparece una fórmula: “desde la perspectiva lacaniana, sin duelo no hay acto” (p. 86). Por suerte, dos renglones después aparece un “dicho de otro modo, el duelo es estructural (y estructurante)”. Y apenas uno se recupera del efecto de esa idea, los muchachos leen la división de Freud respecto del asunto del duelo: dicen que mientras que por un lado Freud afirma que el objeto es susceptible de ser sustituido, por otro sostiene que es conservado en la identificación…
Y allí viene en auxilio otro modo de entrada, otra introducción: más que un trabajo psíquico, el duelo remite a una elección del ser hablante. Es un golpe de timón brillante: de ahí hay un paso al “afecto-acto” (como plantea CS en “Afectos lacanianos”) y al rechazo del duelo como una “insatisfacción deprimente” a favor de la lógica de la pérdida inherente a toda realización del deseo.


***

Quiero concluir con una de las citas incluida en el libro y que rompe la inmixión de los autores, porque es de Gabriel Lombardi. Se trata de la última cita del libro y es la que, además, introduce el único doble lapsus que detecté durante su lectura. Proviene de un trabajo publicado en el número 1 de Aún, nuestra revista que los muchachos ubican en la página 33, pero que en realidad está en la página 31 (al menos de la primera edición). Dice así:

El primer movimiento del análisis no consiste exactamente en implicar al sujeto, sino más bien en quebrantar su implicación en la conducta sintomática, en romper la egosintonía de la neurosis; no “que se haga cargo” entonces, sino que experimente más bien lo contrario, la amenidad (debería decir “ajenidad”), la extrañeza del síntoma. (p.98)


Acerca del lapsus, debo decir que el libro todo se presenta al lector con una amenidad constante durante la lectura… Con respecto a los números, 33 por 31, el Cristo por la luz... no sé, habría que jugarlos...
Lo que me interesa resaltar de la cita es que hay allí otro valor para el acto del analista, el que permite que la famosa rectificación subjetiva se torne lógica y racional (y no se la asimile demasiado rápidamente a un “hacete cargo”), que no presione a la instancia superyoica ni participe del individualismo moderno. No se trata de hacerse cargo, sino de (cito) “actualizar un decir que tenga estatuto de acto, es decir, que importe en lo real” (p. 99).


***


Ojalá muchos lectores acepten la invitación de Lucas y Luciano para entrar a la clínica por donde ellos nos sugieren con este libro.
Y no es una invitación para quienes intenten dicha entrada por primera vez.
Quizá algunos de ustedes crean que ya ensayaron todas las entradas posibles, pero les aseguro que siempre hay alguna más...
 Lacan decía que la tarea de reinventar el psicoanálisis era una tarea fastidiosa, pero libros como éste alivian ese fastidio y renuevan el entusiasmo –incluso– por los temas de siempre, aquellos que habitan el fundamento donde –como dice Heidegger– “ocurren todas las decisiones, pero de donde también toda indecisión toma prestado su escondite” .

Muchas gracias


Buenos Aires, viernes 18 de octubre de 2013