miércoles, 2 de junio de 2010

YASUNARI KAWABATA-YUKIO MISHIMA. "Correspondencia" (1945-1970) Emecé, 2010

En algún lugar de esta Correspondencia Yasunari Kawabata (1899-1972) se muestra burlonamente consternado al ver que sus editores norteamericanos habían recurrido a la imagen de una geisha para ilustrar la portada de un libro suyo.

La anécdota ilustra la clase de dificultades y prejuicios que los occidentales encontramos a la hora de apreciar una literatura tan lejana como la japonesa. Y es más que posible que el lector de estas cartas tienda a evocar la imagen de dos hombres hieráticos sentados sobre una estera e intercambiando interminables fórmulas de cortesía, reverencias y regalos. Algo de eso hay. Pero lo ceremonioso no deriva, quizá, de la nacionalidad de los corresponsales, sino del hecho de ser escritores a los que separan veinticinco años de edad y entre los que media, por tanto, el respeto y la reverencia que el más joven profesa hacia el consagrado. Bajo este planteamiento convencional, los dos escritores cruzan libros y elogios, se piden mutuamente textos de compromiso y se congratulan de los éxitos del otro.

En cuanto el lector se sumerge de lleno en este intercambio epistolar (relativamente esporádico: estas escasas doscientas páginas abarcan un cuarto de siglo), empieza a adivinar la novela que hay detrás de la vida de cada uno de los corresponsales, y esa otra novela más sutil que se entreteje conforme la actitud de uno frente al otro se va matizando y sutilizando. Al comienzo, el consagrado Kawabata se muestra generoso y receptivo ante las primeras muestras del talento del brillante aprendiz de escritor, y en esa actitud de reconocimiento se mantendrá hasta después del sonado suicidio de éste, en 1970. Pero a su constatación del talento y el ímpetu creativo del joven Mishima se irá uniendo, con el tiempo, la de su propia decadencia física, su “pereza” para escribir y la imposibilidad de encontrar tiempo para hacerlo, derivada de los compromisos que lo agobian en su condición de figura reconocida (y cuya contrapartida, por otra parte, está representada por su afición al go, a los deportes y a los viajes). La concesión del Nobel a Kabawata, en 1968, apenas tiene reflejo en estas cartas: con su laconismo característico, al escritor le preocupa más el avance irreversible de la vejez y la idea, constante en toda esta correspondencia, de que quizá no haya dado aún lo mejor de sí mismo.

Frente al melancólico Kawabata, Mishima va definiendo su perfil polémico, agresivo y autodestructivo. Al principio, sus excesos declarados son sólo literarios: ante la sencillez lacónica de la escritura de Kawabata, sus propios escritos le parecen verbosos y confusos. Pero poco a poco lo vemos olvidar esta inseguridad juvenil e ir desarrollando un perfil exhibicionista y autodestructivo. Ya en 1945, en una de las primeras cartas, declara: “¿Y no llegará un momento en que me veré enfrentado a la dolorosa decisión de realizar, fuera del campo de la literatura, mi visión fatalista de la literatura?”. Propia de su fascinación por la autodestrucción es la anécdota que sitúa durante su visita a la isla volcánica de Oshima, y en la que cuenta cómo un hombre se arrojó a la corriente de lava y su cuerpo tardó quince minutos en hundirse. A estas fijaciones pueden sumarse los hitos de una carrera literaria incompatible con el revestimiento demoliberal que el Japón derrotado quería asumir.

Su sátira política
Después del banquete (1960) le vale una denuncia del ex ministro que le había servido de modelo para un personaje de la obra. En 1963, los actores de la compañía Bungaku-za se niegan a continuar con las representaciones de El arpa de la alegría, por no estar de acuerdo con los diálogos “de derecha” que el autor ponía en labios de unos policías. Y en 1967 firma, junto con Kawabata y otros dos escritores, un polémico llamamiento a la opinión pública para protestar contra la llamada “Revolución cultural” china, que entonces contaba con la bobalicona admiración de la mayor parte de la intelectualidad, y no sólo de Japón... Mientras tanto, se dedica a “cultivar el cuerpo” y a alimentar la fantasía de formar una milicia privada, ante la que ejecutará su seppuku o suicidio ritual el 25 de octubre de 1970. Kawabata, abrumado por la vejez, lo imitará, si bien más discretamente, dos años después.

Ni Kawabata ni Mishima fueron inmunes a las influencias de Occidente, como se manifiesta en sus frecuentes alusiones a Baudelaire, Goe-the o Shakespeare y en el amplio conocimiento demostrado de las literaturas europeas. También en ciertos tics propios del herido de literatura en cualquier latitud, tales como la afición a las librerías de viejo, o la esporádica aparición de personajes como cierto jovenzuelo decadentista que, también según Mishima, más rápido que su interlocutor en la captación de estos rasgos de ambiente, “no jura más que por L’Isle Adam”. Casi como un diálogo platónico podría leerse esta
Correspondencia.

José Manuel BENÍTEZ ARIZA