sábado, 12 de junio de 2010

JACQUES LACAN. "El despertar de la primavera" (1947)



De este modo aborda un dramaturgo, en 1891, el asunto de que es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus sueños.

Remarcable por ser puesto en escena como tal: o sea para demostrarse ahí como no siendo satisfactorio para todos, hasta confesar que si eso se malogra, es para cada uno.

Esto equivale a decir que es de lo nunca visto.

Pero ortodoxo en lo tocante a Freud-entiendo: lo que Freud dijo.

Esto prueba al mismo tiempo que incluso un hanoveriano (pues debo confesarlo, inferí primero que Wedekind era judío), que incluso un hanoveriano, digo, ¿y acaso no es mucho decir?, es capaz de descubrir esto. De descubrir que hay una relación del sentido con el goce.

Es la experiencia la que responde de que ese goce sea fálico.

Pero Wedekind es una dramaturgia. ¿Qué lugar otorgarle? El hecho es que nuestros judíos (freudianos) se interesan en ella, en este programa encontrarán su atestación.

Hay que decir que la familia Wedekind más bien había vagabundeado bastante a través del mundo, participando de una diáspora, idealista ella: haber tenido que abandonar la madre tierra debido al fracaso de una actividad "revolucionaria". ¿Es esto lo que hizo imaginar a Wedekind, hablo de nuestro dramaturgo, ser de sangre judía? Su mejor amigo, al menos, da fe de ello.

¿O bien es asunto de época, pues el dramaturgo, en la fecha que señalé, anticipa a Freud y ampliamente?

Pues puede decirse que Freud, en la susodicha fecha, aún cogita el inconsciente y que en lo que respecta a la experiencia que instaura su régimen, a su muerte ni siquiera la había montado todavía.

Esta tarea quedó a mi cargo, hasta que alguien me releve de ella (quizás tan poco judío como yo).

Que lo que Freud delimitó de lo que él llama sexualidad haga aguJero en lo real, es lo que se palpa en el hecho de que al nadie zafarse bien del asunto, nadie se preocupe más por él.

Sin embargo, es una experiencia al alcance de todos. El pudor la designa como lo privado. ¿Privado de qué? Justamente de que el pubis no llegue sino al público, dónde se exhibe por ser el objeto de un levantamiento del velo.

Que el velo levantado no muestra nada, éste es el principio de la iniciación (al menos, en los buenos modales de la sociedad).

Indiqué el vínculo de todo esto con el misterio del lenguaje y con el hecho de que se encuentre el sentido del sentido proponiendo el enigma.

El sentido del sentido es que se vincula con el goce del varón como interdicto. Ciertamente no para prohibir la relación llamada sexual, sino para fijarla en la no-relación que vale en lo real.

De este modo cumple función de real, lo que se produce efectivamente, el fantasma de la realidad ordinaria A través de lo cual se desliza en el lenguaje lo que éste transporta: la idea del todo a la cual empero hace objeción el más mínimo encuentro con lo real.

No hay lengua que no se esfuerce en ello, no sin dejar de gemir por hacer lo que puede para decir "sin excepción" o bien envarándose con un numeral. Sólo en nuestras lenguas, eso, el todo, se despliega francamente-el todo y a ti, osaría decir.

Moritz, en nuestro drama, llega no obstante a exceptuarse, y por ello Melchior lo califica de muchacha. Y tiene mucha razón: la muchacha no es más que una y quiere seguir siéndolo, lo cual queda escamoteado en el drama.

Queda el hecho de que un hombre se hace El hombre al situarse a partir de el Uno-entre-otros, al incluirse entre sus semejantes.

Moritz, al exceptuarse de ello, se excluye en el más allá. Sólo allí él se cuenta: no por azar entre los muertos en la medida en que están excluidos de lo real. Que el drama lo haga sobrevivir a ello, ¿por qué no?, si el héroe en el está muerto por adelantado.

Es en el reino de los muertos dónde "los desengañados erran", diré mediante un título que ilustré.

Y por eso no erraré tampoco demasiado tiempo al seguir en Viena, en el grupo de Freud, a la gente que descifra al revés los signos trazados por Wedekind en su dramaturgia. Salvo quizás, retomándolos a partir de que la reina podría muy bien no tener cabeza debido a que el rey le haya escamoteado el par normal, de cabezas, que le correspondería.

No sirve acaso aquí el Hombre llamado enmascarado para resituárselas. Este, que constituye el final del drama, y no sólo el papel que le reserva Wedekind de salvar a Melchior de las garras de Moritz, sino del hecho de que Wedekind lo dedica a su ficción, considerada como nombre propio.

Por mi parte leo allí lo que rehusé expresamente a aquellos que sólo se autorizan a hablar desde el entre los muertos: o sea decirles que entre los Nombres-del-Padre existe el del Hombre enmascarado.

Pero el Padre tiene tantos que no hay Uno que le convenga, si no el Nombre de Nombre de Nombre. No de Nombre que sea su Nombre-Propio, sino el Nombre como ex-sistencia.

O sea el semblante por excelencia. Y "el Hombre enmascarado" dice eso bastante bien.

¿Pues cómo saber qué es si está enmascarado y acaso aquí el actor no lleva máscara de mujer?

La máscara sola ex-sistiría en el lugar vacío donde pongo La mujer. Mediante lo cual no digo que no haya mujeres.

La mujer como versión del Padre, sólo se ilustraría como Padre-versión, como Perversión.(1)

Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, el padre eterno de todos nosotros, no es más que el Nombre entre otros de la Diosa blanca, aquella que su decir se pierde en la noche de la tiempos, por ser la Diferente, Otra siempre en su goce-al igual que esas formas del infinito cuya enumeración sólo comenzamos al saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.

1 de Septiembre de 1974.



NOTAS:

(1) * Lacan juega con la homofonía y la ortografía de las palabras Père-version (Padre-versión) y Perversión (perversión). [N.T]