sábado, 17 de octubre de 2009

CARTA DE JACQUES LACAN A JENNY ROUDINESCO (24 de mayo de 1953)


Querida Señora:

La carta abierta que Ud. nos dirige, conjuntamente al Dr. Nacht y a mí, en su nombre y en el de los candidatos, plantea algunas preguntas sobre el sentido de los compromisos que se les pide, es decir sobre los estatutos del nuevo Instituto y su reglamento interno.
La réplica inmediata del doctor Nacht plantea otra que a su juicio es prioritaria: saber qué derecho me autoriza a recibir su carta al mismo tiempo que él, punto, le dice, que con un poco más de paciencia Ud. hubiese podido resolver sin mi ayuda, como si ésta fuera una incongruencia, un paso en falso que habría podido evitar así.
Me veo obligado a agregar a mi respuesta el problema de saber a titulo de qué se la doy, y cómo podrá Ud. presentarla ante quienes la han tomado como intérprete.
Así vista, la tarea que me incumbe podría parecer tremenda, si no fuese evidente que todas estas cuestiones son tan solidarias que sólo admiten una única respuesta; y es tan cierto que la respuesta del doctor Nacht, en su sencillez, es de una claridad inequívoca para quien sabe entenderla, y sólo dejaría abierto el problema último de las relaciones humanas entre el Instituto y los candidatos, si el comentario público dirigido a usted con el que la acompañó no la hubiese resuelto también en opinión de todos.
Partiré entonces de ella y señalaré que indudablemente nadie podría haber tenido nada que objetar a esta codestinación si, dirigiéndose tan sólo a nuestras personas, esta carta las hubiese asociado en este homenaje de su reconocimiento por el que debemos sentirnos sumamente honrados; inclusive si Ud. sólo nos hubiera tomado como símbolos del gran esfuerzo común destinado a reanimar a nuestra Sociedad después de la guerra, en la medida en que éste culmina en el momento que vivimos.
Sólo es, por lo tanto, a título de Director del Instituto y de Presidente de la Sociedad, respectivamente, como puede reunirnos, tal como el doctor Nacht se lo hace observar, remitiéndola a un comunicado cuyos términos sorprendentes no pasaron inadvertidos para ninguno de los miembros de la Sociedad cuando, al mismo tiempo que todos los lectores de la prensa médica, pudieron conocerlo.
Por lo demás, el doctor Nacht está mejor situado que nadie para hacerle percibir su alcance, ya que desde el principio, es decir desde que le pareció que era el momento, tantas veces postergado, de darle a nuestro movimiento el Instituto cuya necesidad se hizo sentir cada vez más en el curso de los años de su larga presidencia, vencido finalmente el plazo de la misma, fue en la forma misma de dicho comunicado donde planteó el principio de la nueva fundación: permitir que la Sociedad vuelva a sus ocupaciones científicas y trasladar al Instituto, junto con el crédito ya adquirido en sus funciones de enseñanza, las obligaciones que los candidatos, como contrapartida de los compromisos que habían asumido, tenían con ella.
El doctor Nacht le ha dicho que se trataba de las mismas personas y al mismo tiempo le demostraba lo contrario. Usted declaró no comprender nada entonces. Hay aquí, por lo tanto, un error, que trataré de aclararle en su lugar.
Para hacerlo, en primer término, rendiré homenaje al coraje con que se propuso a si mismo para la tarea de dirigir el nuevo organismo, seguro del consentimiento de todos, así como a la elección que supo hacer, entre sus alumnos más distinguidos, de quienes deberían ayudarlo en la tarea, que exige mucho tacto, infinita discreción, de validar ante cada uno los esfuerzos realizados desde la antigua perspectiva, y de destacar ante todos las promesas ofrecidas por la nueva. Ud. sabe que nada desmintió lo bien fundado de esa elección.
También puedo testimoniar que de parte de los estudiantes todo le era favorable; mil palabras conmovedoras me recuerdan que el anuncio del nuevo Instituto fue recibido por ellos con una sensación de inmensa esperanza, y si sus exigencias en un principio constituyeron para nosotros una fuente de debates, el eco confuso que recibieron de éstos sólo provocó en ellos una entristecida reprobación.
No crea que estos debates nos demoraron mucho tiempo. Por' violentamente que nos hayan sacudido, queríamos llegar a un resultado; los estatutos fueron aceptados por todos en términos de un verdadero acuerdo de caballeros, seguros como estábamos de que el porvenir se encargaría de conciliar, superándolas, nuestras divergencias formales. Fueron votados dentro de los plazos que nos había impuesto nuestro director, o sea en los idus de enero, fecha tradicional para la renovación del comité de la Sociedad.
Estamos en las calendas de junio. Necesidades de instalación, que indudablemente era imprescindible satisfacer antes que ninguna otra, parecen haber retardado el cuidado de dar forma a esta buena voluntad general. Sin embargo, llegaban a los alumnos informaciones del secretariado general que les daban la idea de que se estaban operando profundas modificaciones en lo que ellos pensaban que debía conservarse en los nuevos estatutos, por los cuales, por otra parte, poco se habían inquietado hasta ese momento, de las formas anteriormente en vigencia.
Así, a pesar de la confianza que le brindan estos candidatos a su profesor, de lo que Ud. puede dar fe por la reunión del último domingo, que no flaqueó, sino que más bien se teme faltar a las formas del respeto, pese a la reserva de sus pensamientos que se traduce en la mesura de sus palabras, un creciente malestar los ganaba, al cual Ud. supo dar su representación y su voz con paciencia y con calma. ¿Qué hay que decir?
Al respecto no tendría nada que decir, siendo miembro de un Consejo del que soy solidario, si la buena voluntad del director sólo hubiera hecho que cuando Ud. recibiese esta carta los candidatos pudieran ser informados, en el ámbito correspondiente, digamos, de los estatutos.
Por esta razón, como miembro de la Sociedad de Psicoanálisis le haré una comunicación científica sobre la estructura de estos estatutos, no ejerciendo mis derechos de Presidente más que para autorizarla, si Ud. lo juzga correcto, a transmitir dicha comunicación a los candidatos, digamos que a titulo de invitados a esta sesión extraordinaria.
Suponiendo conocidos los estatutos, me atendré a demostrar el necesario resultado que surge estrictamente de su examen en lo referente al funcionamiento del organismo que rigen.
Entiéndase, más allá de la buena o mala voluntad, de la objetividad o del prejuicio de las personas. Verá Ud. que estos estatutos son tales que las intenciones individuales se demostrarán sin interés al comparárselas con el alcance abrumador de las determinaciones de número, a las que en realidad se reducen. Comienzo mi demostración.
Lo propio de toda asamblea deliberativa es manifestar sus decisiones a través del voto.
Sea un consejo de administración. Ciertas cuestiones son de su incumbencia: propuesta de modificación de los estatutos, por ejemplo, elaboración de un reglamento interno. Toman parte en la votación todos los que allí tengan voz deliberativa.
Supongamos que este consejo se compone de dos organismos, llamémoslos comité de dirección y comisión de enseñanza. Cada uno de ellos se atiene sólo a las cuestiones para las que está facultado. El primero, por ejemplo, para la elaboración de programas, incluso para la elección de profesores; el segundo, para la admisión de candidatos en las diversas etapas de su cursus, incluso la doctrina de enseñanza, sin excluir que tengan que referirlo el uno a la consideración del otro. Evidentemente el orden de sus votaciones respectivas no será el mismo si votan cada uno según sus atribuciones o si votan confundidos.
Cuanto más frecuente sea el ejercicio que hagan de su función especial -y tanto más en la medida en que tengan que coordinar sus decisiones, mayor coherencia ganarán esos organismos. No obstante, la preponderancia de un grupo sobre otro que pueda resultar de ello no puede ser evaluada por el mero hecho de su superioridad numérica. La naturaleza misma de esas funciones, consultiva por ejemplo, o doctrinaria, puede hacer que el grupo más numeroso vote siempre de una manera más dividida que el grupo más reducido, sobre todo si este último está formado para funciones de decisión o de administración. Si este último constituye el comité del consejo y, en consecuencia, tiene la iniciativa no sólo de su convocatoria sino de su orden del día, si solamente el director puede someter a votación una moción propuesta, si en caso de empate tiene el voto decisivo, Ud. se da cuenta perfectamente de que el cálculo de los resultados promedio en las votaciones en consejo es un problema muy difícil ya en su planteo mismo. Tranquilícese, no le anuncié nada semejante. Los estatutos del Instituto nos ahorran las dificultades teóricas que habríamos encontrado al querer predecir los efectos de semejante estructura. Lo que nos muestran, muy por el contrario, se ofrece sin ambages, reduciéndose, para el alivio momentáneo de nuestra mente a la mayor simplicidad. Al menos es así gracias a una revisión a la que fuimos invitados por pura formalidad y debiendo dar el último toque a cláusulas de estilo, destinadas a hacerlo impecable respecto de la ley, surgió que un genio velaba y, gracias a algunas propuestas cuya sorpresa hizo rápida y fácil la intromisión, dio a luz la forma de suprema elegancia que tenemos delante.
El consejo de administración comprende, por un lado, el comité de dirección compuesto por cuatro miembros: un director elegido por la asamblea general, dos secretarios llamados científicos, elegidos por éste y que ella confirma, un secretario administrativo que no depende para nada de la asamblea. Los tres primeros tienen de derecho voz deliberativa en el consejo, el cuarto por una disposición que sólo puede haberse establecido para poner una nota original en los estatutos, que si no quizá habrían sido demasiado impecables, puede convertirse, aunque no elegido por la asamblea, e incluso elegido fuera de su seno, en miembro votante en el comité y en el consejo si llega a entrar en éste en el curso de su ejercicio. Podemos leer por otra parte que la comisión de enseñanza comprende seis miembros, renovados por tercios cada dos años por votación de la asamblea, a los cuales se agregan de derecho el presidente de la sociedad, cuya presencia entre nosotros se manifiesta, como un resto a la luz de los principios que le recordé; los dos secretarios llamados científicos que forman parte del comité de dirección; más los presidentes honorarios de la sociedad, otra extrañeza sin duda, pero que se comprende por el hecho de que esta categoría reducida desde el origen de la sociedad a un ejemplar único, debía ser honrada en la persona que la encarna, aunque más no fuese por los eminentes servicios que ésta prestó al comité a través de sus propuestas en la elaboración de la forma impecable de los estatutos; y, por último, el director del Instituto que en lo sucesivo reúne en sus poderes estatutarios la dirección del comité y la presidencia de esta comisión de once miembros donde él tendrá la iniciativa de los órdenes del día y de las votaciones, con voto decisivo en caso de empate. Vemos entonces que no hay actualmente ninguna otra diferencia más que la de las cuestiones tratadas, y que serán tratadas de ahora en adelante entre el consejo de administración y la comisión de enseñanza.
Para que todos comprendan el alcance de esta disposición, sería preciso que existiese para el uso del público en general un pequeño manual que concentre las nociones ya sabidas en cuanto al cálculo. . .

(texto inconcluso en su fuente original).