domingo, 30 de marzo de 2008

REFERENCIAS LACANIANAS: Anton Chéjov. "Pavores"


En la clase XII del Seminario X, "La Angustia", Lacan hace referencia a un cuento de Anton Chéjov. Dice que lamenta no saber el título original en ruso, que se lo ha solicitado a sus oyentes rusófonos y estos no pudieron ubicarlo. El título que aparece en la edición de Seuil, pag. 186, es "Frayeurs" (yo traduciría como "Pavores", aunque -insisto- ignoramos si el término francés que Lacan utiliza es el más adecuado al título original, desconocido, en ruso). En la edición española de Paidós, página 172, pone "El horror". ¿Cuál será el verdadero título? Ojalá alguno de ustedes, mis lectores, me ayude a resolver el enigma. En cualquier caso les adjunto una versión de la que no puedo responder por su traducción. El primer problema es que el título con el que es presentada es "Miedos". Por supuesto, cada vez que en el texto dice "miedo" debe desconfiarse de este término. No obstante, todo sirve a la hora de intentar contextualizar ciertos matices del seminario de Lacan. Cualquier dato que puedan aportar al respecto, no dejen de escribirme. PP.

----------------------------------------------------------------------------------


ANTON CHÉJOV. "EL MIEDO".


En todo el tiempo que he vivido en este mundo tuve miedo sólo tres veces.El primer miedo, que me produjo el hormigueo en el cuerpo y me puso los pelos de punta, obedeció a una causa insignificante, pero extraña. Una vez, por no tener nada que hacer, me dirigí a la estafeta postal para buscar los periódicos. Era un atardecer tranquilo, caluroso, casi sofocante, como aquellos atardeceres monótonos del mes de Julio, que, una vez comenzados, se prolongan en una serie continuada durante una o dos semanas, acaso más aún, y de pronto los interrumpe bruscamente una tormenta fuerte y un soberbio chaparrón cuyo electo refrescante puede durar varios días.


Se ha puesto el sol y una sombra gris cubría toda la tierra. En el aire inmóvil, estancado, se condensaban emanaciones empalagosas de hierbas y flores.


Iba yo en un simple carro tirado por el caballo de carga. Detrás, puesta la cabeza en un saco de avena, dormía roncando suavemente el hijo del jardinero, Pashka, un chico de ocho años, que me acompañaba por si fuera necesario en algún momento cuidar del caballo.


Ibamos por el estrecho, pero recto como una flecha camino vecinal, que se escondía más adelante igual que una serpiente en medio del centeno alto y tupido. Lentamente avanzaba el pálido crepúsculo; la franja aún iluminada del cielo se diluía cubierta con una nube estrecha y deforme, que primero parecía un bote y luego una persona envuelta en una manta...


Anduve así dos o tres verstas hasta que empezaron a crecer sobre el fondo pálido del ocaso, uno tras otro, siluetas de álamos, altos y esbeltos, luego apareció un río luminoso y se extendió de pronto ante mis ojos, como por arte de magia, un hermoso panorama. Había que detener al caballo, porque el camino recto se cortaba y seguía luego por una vertiente escarpada cubierta de arbustos. Nos quedamos parados en la cima de la colina y debajo de nosotros se abría un gran pozo, un espacio lleno de tinieblas y de formas extrañas. En el fondo de este pozo, sobre ancha planicie, vigilada por la hilera de álamos y acariciada por el brillo del río se albergaba la aldea. Ahora, la aldea ya estaba dormida... Sus chozas, la iglesia con el campanario y los árboles se destacaban sobre el crepúsculo gris y sus imágenes oscuras se reflejaban en la superficie pulida del río.


Desperté a Pashka para que no se cayera del carro y comencé a bajar lentamente.

-¿Ya llegamos a Lúkovo?- preguntó Pashka, levantando la cabeza perezosamente.

-Hemos llegado. Agarra las riendas.Guié al caballo hacia abajo y observé la aldea.


Desde el primer vistazo me sorprendió un asunto extraño: en lo más alto del campanario, en una minúscula ventana, entre la cúpula y las campanas vibraba una lucecita. Parecía la de un candil, que por unos instantes se apagaba y luego, de pronto, resplandecía de nuevo. ¿De dónde venía esa luz? Me resultaba incomprensible su origen. No podría haber ninguna llama detrás de la ventanita, porque en la parte alta del campanario no se encontraban ni iconos, ni candiles; allí, lo sabía perfectamente, se acumulaban solamente vigas de madera, polvo y telarañas; subir hasta allí era muy difícil, porque desde el campanario la entrada estaba clausurada.


Esta llamita parecía ser más bien el reflejo de una luz exterior, pero aguzando con todas las fuerzas mi vista, no pude distinguir ningún otro punto luminoso en todo este enorme espacio que se extendía delante de mí. Tampoco había luna. La pálida, casi apagada franja del crepúsculo no podía reflejarse en el campanario, porque la ventanita no daba al poniente, sino al este. Todas esas reflexiones pasaban por mi cabeza mientras descendía junto con el caballo. Al bajar, me subí otra vez al carro y observé de nuevo la lucecita. El centelleo seguía como antes.-"¡Qué extraño!- pensé, perdiéndome en conjeturas. -Muy extraño".


Y se apoderó de mí, poco a poco, una sensación harto desagradable. Al principio pensé que estaba enfadado por no poder explicar un hecho sencillo, pero luego, cuando volví la cabeza aterrorizado para no ver la lucecita y me aferré a Pashka, me di cuenta de que se estaba apoderando de mí el miedo... Me embargó el sentimiento de soledad, de angustia y temor, corno si me hubieran arrojado contra mi voluntad en ese enorme pozo lleno de tinieblas donde me enfrentaba al campanario que me observaba con su ojo encarnado.

-¡Pashka!- grité aterrorizado, cerrando los ojos.

- ¿Si?

-Pashka, ¿qué es esa luz, la de arriba, la del campanario?

Pashka miró el campanario por encima de mi hombro y bostezó:

-¿Quién sabe?

Este corto diálogo con el muchacho me tranquilizo un poco, pero no por mucho tiempo. Pashka se dio cuenta de mi ansiedad, observó con sus grandes ojos la lucecita, me miró de nuevo, luego miró otra vez la lucecita...

-¡Tengo miedo!... -susurró.

Pues entonces, fuera de mí por el miedo, estreché con un brazo al muchacho contra mi pecho y di un fuerte latigazo al caballo.


- "¡Qué tontería!- me decía a mí mismo.

-Este fenómeno es aterrador porque es inexplicable... Todo lo inexplicable es misterioso y por eso mismo aterrador". Trataba de convencerme, pero al mismo tiempo seguía fustigando al caballo.


Al llegar a la estafeta postal, me entretuve adrede una hora charlando con el jefe de la estación, leí dos, tres diarios, pero el malestar no me abandonaba todavía. En el camino de regreso la lucecita había desaparecido, sin embargo siluetas de chozas, de álamos y de la colina, a la que teníamos que ascender, me parecían objetos animados. Pero cuál fue el origen de aquella lucecita, no lo pude averiguar hasta hoy.


Por segunda vez sufrí un fuerte ataque de pavor, su causa fue también insignificante... Volvía de una cita amorosa, era la una de la mañana, cuando toda la naturaleza se encuentra sumida en un sueño más profundo y más dulce, que precede a la madrugada. Pero aquella vez la naturaleza no estaba dormida y la noche no podría llamarse serena. Silbaban codornices, rascones, ruiseñores, becacinas, chirriaban grillos y saltamontes; se extendía una ligera neblina sobre el pasto y en el cielo, dejando de lado la luna pasaban las nubes corriendo quién sabe adónde. La naturaleza no dormía, como si temiera perder los mejores momentos de su vida.


Estaba caminado por un sendero estrecho al borde mismo del terraplén del ferrocarril. La luz de la luna se deslizaba por los rieles ya cubiertos de rocío. Grandes sombras de las nubes pasaban a cada rato por el terraplén. Adelante a lo lejos se distinguía una serena y opaca lucecita verde.

-"Quiere decir, que todo está en orden".- pensé yo, observándola.


Sentía en el alma silencio, paz y una sensación de bienestar. Volvía de una cita, no había ningún apuro, no tenía ganas de dormir, con cada respiro, con cada paso que retumbaba en medio de los rumores uniformes de la noche me sentía joven y saludable. No me acuerdo bien de todas mis sensaciones de aquel momento, ¡pero sí me acuerdo de haberme sentido bien, muy bien! Después de haber caminado no más de una versta, escuché de pronto detrás de mí un sonido monótono, como si fuera el opaco murmullo de un riacho grande. Con cada segundo el sordo fragor se acercaba más y su intensidad aumentaba. Miré hacia atrás: a cien pasos se distinguía el bosque oscuro que acababa de atravesar. Allí el terraplén doblaba hacia la derecha trazando un hermoso semicírculo y perdiéndose en la espesura. Me detuve perplejo y esperé. Inmediatamente apareció en la curva de la vía una enorme mole negra que, siguiendo los carriles, se dirigía hacia mí y pasó a mi lado con la velocidad de un pájaro. En menos de medio minuto la mole desapareció y el ruido se incorporó a los rumores de la noche.


Era un simple vagón de carga. El mismo no representaba nada especial, pero su aparición, sin la locomotora de noche, me pareció asombrosa. ¿De dónde provenía y qué clase de fuerza lo empujaba para que corriera con tanta velocidad por los carriles de la vía? ¿Adónde iba?Si fuera supersticioso hubiera pensado que los diablos y las brujas se dirigían a sus bailes nocturnos y hubiera seguido mi camino; pero lo que sucedió me resultaba totalmente inexplicable. No podía creer a mis propios ojos y me perdía en las conjeturas, como la mosca en una telaraña...


Y sentí de pronto que estaba muy solo, solo en todo ese enorme espacio: la noche, que me pareció huraña, observaba mi rostro y espiaba mis pasos; todos los sonidos, los gritos de los pájaros y el susurro de los árboles ya me parecieron siniestros, que existían solo para perturbar mi imaginación.


Aceleré mis pasos y sin darme cuenta eché a correr corno loco, más y más rápido. Y escuché enseguida el gemido lastimoso de los cables telegráficos, que antes no había notado.

-“¡Al diablo!”- pensaba, tratando de avergonzarme.- “Es una cobardía, es una estupidez...”

Pero la cobardía es mucho más fuerte que el sentido común. Caminé más tranquilo recién cuando me acerqué corriendo a la luz verde donde distinguí la garita del guardabarreras y a él mismo parado al lado del terraplén.


-¿Lo viste?- pregunté jadeante.

-¿A quién? ¿Qué te pasa?

-¡Pasó por aquí un vagón!

-Lo vi...- dijo el hombre con desgano.

- Se desprendió del tren de carga. En la versta ciento veintiuna hay una pendiente abrupta... El tren arrastra los vagones hacia arriba. No aguantaron las cadenas del último vagón que se desprendió y corrió hacia atrás... ¡A ver, si lo alcanzan ahora...! El extraño fenómeno tuvo su explicación y desapareció la sensación de algo fantástico. El miedo también desapareció y pude seguir mi camino.


La tercera vez que sentí miedo muy fuerte ocurrió en el atardecer de una primavera temprana, al volver de caza. El camino del bosque estaba lleno de charcos de agua a causa de la reciente lluvia y la tierra chapoteaba bajo mis pies. El cielo rojo del ocaso atravesaba todo el bosque, coloreando el follaje joven y los troncos, de los abedules. Me había cansado mucho y me movía apenas.Unos cinco o seis verstas antes de llegar a casa, en el sendero del bosque, me encontré con un gran perro negro, de raza “terranova". Al cruzarse conmigo, el perro me miró fijamente a la cara y siguió corriendo.

-“Qué buen perro"...- pensé. “¿De quien será?."Miré hacia atrás. El perro estaba parado a diez pasos de distancia y seguía mirándome fijamente. Un minuto, callados, nos estuvimos observando uno al otro, luego el perro, quizás halagado por mi atención, se acercó meneando la cola... Seguí mi camino. El perro detrás.


-“¿A quién pertenece ese perro?”- me preguntaba.

–“¿De dónde viene?"Conocía a todos los terratenientes y sus perros de caza en 30 ó 40 verstas alrededor. Ninguno tenía un “terranova” similar. ¿De dónde pudo haber venido para encontrarse en este bosque perdido, en el camino que nadie frecuentaba excepto los leñadores con sus carros? Tampoco pudo haberse extraviado de algún viajero casual, porque nadie seguiría este camino que no llevaba a ninguna parte.


Me senté en un tronco y empecé a observar detenidamente a mi compañero de ruta. El también se sentó, levantó la cabeza y con su mirada penetrante me miró... Me miraba sin pestañear. No sé si a causa del profundo silencio, de las sombras y de los sonidos del bosque o, quizá, por haberme cansado tanto, pero bajo la mirada fija de los ojos del perro me sentí de pronto aterrorizado... Me acordé de Fausto y de su bull-dog, de las alucinaciones que sufren las personas extremadamente cansadas. Me bastó para levantarme bruscamente y tratar de alejarme con rapidez, pero el terranova me siguió...

-¡Vete, fuera!- grité otra vez.


El perro volvió la cabeza, me miró fijamente y movió la cola con alegría. Era evidente, que mi tono severo le parecía divertido. Debería haberlo acariciado, pero la visión del bull-dog de Fausto no me abandonaba y el miedo se hacía más y más agudo... La oscuridad se tornaba más espesa y esto me hacía más impresionable: cada vez que el perro se me acercaba y me tocaba con su cola meneante, yo cerraba los ojos horrorizado. Sucedió lo mismo que me había pasado con el campanario o con el vagón extraviado: no aguanté más y corrí...Encontré en casa al huésped, a un viejo amigo mío, quien después de haber saludado, comenzó a quejarse: mientras venía en un coche camino a mi casa, se perdió en el bosque y su buen perro de raza quedó atrás y se perdió también.

sábado, 29 de marzo de 2008

Jacques Lacan. "Maurice Merleau-Ponty" (redactado para el número homenaje de Les Temps Modernes, 1961)


1. Se puede exhalar el grito que niega que la mitad pueda cesar de existir. No se puede decir la muerte advenida sin matar más aún. Renuncio a ello, habiéndolo intentado, para, a pesar de mí, rendir más allá mi homenaje.
Me recojo no obstante frente al recuerdo de lo que sentí del hombre en un momento para él de amarga paciencia.

2. ¿Qué otra cosa hacer más que interrogar el punto que marca la hora súbita a un discurso en el que todos hemos entrado?
Y su último artículo, que se reproduce aquí, llamado "El ojo y el espíritu" (1) –habla desde donde está hecho, si doy crédito al signo de una cabeza propicia, para que lo escuche: desde mi lugar.

3. Lo dominante y lo sensible de la obra entera brindan aquí su nota. Si se la considera por lo que es: de un filósofo, en el sentido de lo que una elección que a los dieciséis años percibe su porvenir (lo probó), necesita lo profesional. Es decir que el lazo propiamente universitario cubre y retiene su intención, incluso experimentada impacientemente, incluso extendida hasta la lucha pública.

4. Sin embargo, no es eso lo que inserta este artículo en el sentimiento, indicado dos veces en su exordio y en su caída, de un cambio muy actual para volverse patente en la ciencia. Lo que evoca como onda de moda para los registros de la comunicación, complacencia para las versatilidades operacionales (2), sólo es observado como apariencia que debe conducir a su razón.
Es la misma que intentamos contribuir a revelar desde el campo privilegiado que es el nuestro (el psicoanálisis freudiano): la razón por la que el significante se descubre primero en toda constitución de un sujeto.

5. El ojo, tomado aquí como centro de una revisión de la condición del espíritu comporta no obstante todas las resonancias posibles de la tradición en la que el pensamiento queda comprometido.
Es por eso que Maurice Merleau-Ponty, como cualquiera en esta vía, no puede hacer otra cosa que referirse una vez más al ojo abstracto que presupone el concepto cartesiano de la extensión, con su correlato de un sujeto, módulo divino de una percepción universal.
Si hacemos la crítica propiamente fenomenológica de la estética que resulta de esta rarificación de la fe atribuida al ojo, no es para conducirnos a las virtudes del conocimiento de la contemplación propuesta a la ascesis del nous por la teoría antigua.
Tampoco es para demorarnos en el problema de las ilusiones ópticas y saber si el palo roto por la superficie del agua en el estanque, la luna más grande cuando se acerca al horizonte, nos muestran o no la realidad: Alain en su nube de tiza alcanza para ello. (3)
Digámoslo, puesto que incluso Maurice Merleau-Ponty parece no dar ese paso: por qué no repetir el hecho de que la teoría de la percepción no compete ya a la estructura de la realidad a la que la ciencia nos hizo acceder con la física. Nada es más discutible tanto en la historia de la ciencia como en su producto terminado que este motivo del que él se vale para autorizar su investigación tal que, surgida de la percepción, la construcción científica debería siempre volver a ella. Antes bien, todo nos muestra que es al rechazar las intuiciones percibidas del ponderar y del impetus como la dinámica de Galileo anexó los cielos a la Tierra, pero al precio de introducir lo que actualmente encontramos en la experiencia del cosmonauta: un cuerpo que puede abrirse y cerrarse sin pesar nada ni sobre nada.

6. La fenomenología de la percepción es entonces algo muy distinto de un codicilo para una teoría del conocimiento cuyos restos constituyen los pertrechos de una psicología precaria.
Tampoco es situable en el alcance, que no habita ya más que el logicismo de un saber absoluto.
Es lo que es: a saber, una colación de experiencias en la que se debe leer el libro inaugural de Maurice Merleau-Ponty (4) para medir las investigaciones positivas que allí se acumularon, y su estímulo para el pensamiento, incluso la burla en la que hacen aparecer las estupideces seculares sobre la ilusión de Aristóteles, hasta el examen clínico medio del oftalmólogo.
Para que se pueda captar el interés de la cuestión, elijamos un hecho pequeño en la inmensa trama de covariaciones del mismo tipo que son comentadas en ese libro, por ejemplo el de la página 325 de la iluminación violenta que aparece con forma de cono blancuzco sobre el soporte de un disco, apenas visible al ser negro y sobre todo por ser el único objeto que la detiene. Basta con interponer un pequeño cuadrado de papel blanco para que rápidamente el aspecto lechoso se disipe y se separe como diferente al estar iluminado el disco negro en contraste.
Otros miles de hechos tienen una naturaleza tal como para imponernos la cuestión de lo que regula las mutaciones a menudo cautivantes que observamos por la adición de un elemento nuevo en el equilibrio de esos factores experimentales distinguidos que son la iluminación, las condiciones fondo-forma del objeto, nuestro saber en relación con ello, y, como tercer elemento, aquí vívido, una pluralidad de gradaciones que el nombre del color resulta insuficiente para designar, puesto que más allá de la constancia que tiende a restablecer en ciertas condiciones una identidad percibida con la gama numerable en las amplitudes de onda diferentes, existen los efectos conjugados de reflejo, de irradiación, de transparencia, cuya correlación no es completamente reductible al encuentro del arte con el artificio de laboratorio. Tal como se experimenta en el hecho de que el fenómeno visual del color local de un objeto no tiene nada que ver con el de la gama coloreada del espectro.
Basta con indicar en qué dirección el filósofo intenta articular estos hechos, en tanto que tiene fundamentos para darles lugar, al menos en esto: que todo un arte de creación humana se liga a ellos, que tanto menos refuta la realidad física cuanto se aleja más y más de ellos, pero sin que se diga con todo que este arte no tiene más valor que el de un acuerdo, y que no entraña algún otro acceso a un ser, tal vez más esencial desde entonces.

7. El filósofo de nuestro tiempo va a buscar esta dirección exigida hacia lo que ordena las covariaciones fenoménicamente definidas de la percepción –lo sabemos, en la noción de presencia, o para traducir más literalmente el término alemán, el Ser-ahí, a lo que se debe añadir presencia (o Ser-ahí)-en-por-a-través-de-un-cuerpo. Posición llamada de la existencia, en tanto que intenta captarse en el momento anterior a la reflexión que en su experiencia introduce su distinción decisiva con el mundo al despertar a la conciencia-de-sí.
Incluso restituida demasiado evidentemente a partir de la reflexión redoblada que constituye la investigación fenomenológica, esta posición se jactará de restaurar la pureza de esta presencia en la raíz del fenómeno, en lo que puede globalmente anticipar de su desenvolvimiento en el mundo. Puesto que se añaden sin duda complejidades homólogas del movimiento, del tacto, incluso de la audición, cómo omitir el vértigo, las que no se yuxtaponen sino que se componen con los fenómenos de la visión.
Es esta presuposición de que en alguna parte haya un lugar de la unidad, la que está hecha para suspender nuestro asentimiento. No es que no sea manifiesto que este lugar esté alejado de toda asignación fisiológica, y que no estemos satisfechos con seguir en su detalle una subjetividad constituyéndose allí donde se teje hilo por hilo, pero sin reducirse a ser su reverso, con lo que se llama aquí la objetividad total.
Lo que nos sorprende es que no se aproveche de inmediato la estructura tan manifiesta en el fenómeno –y se le debe reconocer a Maurice Merleau-Ponty el no hacer ya, en último término, referencia a ninguna Gestalt naturalista-, no para oponerle sino para acordarle el propio sujeto.
¿Qué es lo que impide decir del ejemplo antes citado –en el que la iluminación es manifiestamente homóloga al tono muscular en las experiencias sobre la constancia de la percepción del peso, pero no lograría enmascarar su localidad de Otro-, que el sujeto, en tanto que en el primer tiempo lo inviste con su consistencia lechosa, en el segundo no está allí más que reprimido? Y esto, por el hecho del contraste objetivante del disco negro con el cuadrado blanco que se produce a partir de la entrada significativa de la figura de este último sobre el fondo del otro. Pero el sujeto que se afirma allí en formas iluminadas es el rechazo del Otro que se encarnaba en una opacidad de luz.
¿Pero dónde está el primum, y por qué prejuzgar que sea solamente un percipiens, cuando aquí se dibuja que es su elisión lo que devuelve al perceptum de la propia luz su transparencia?
En definitiva, nos parece que el "yo pienso" al que se pretende reducir la presencia, no cesa de implicar, por más indeterminación a la que se lo obligue, todos los poderes de la reflexión por los que se confunden sujeto y conciencia, y especialmente el espejismo que la experiencia psicoanalítica sitúa en el principio del desconocimiento del sujeto y que nosotros mismo hemos intentado aislar en el estadio del espejo resumiéndolo a ello.
Sea como fuere, hemos reivindicado en otro lugar, refiriéndonos al tema de la alucinación verbal (5), el privilegio que corresponde al perceptum del significante en la conversión que hay que realizar en la relación del percipiens con el sujeto.

8. La fenomenología de la percepción, al querer resolverse en la presencia-por-el-cuerpo, evita esta conversión, pero se condena a la vez a desbordar su campo y a que se le vuelva inaccesible una experiencia que le es extraña. Esto es lo que ilustran los dos capítulos de la obra de Maurice Merleau-Ponty sobre el cuerpo como ser sexuado (6) y sobre el cuerpo como expresión en la palabra. (7)
El primero no cede en seducción a la seducción, a la cual se confiesa ceder, por el análisis existencial de la relación del deseo, de una elegancia fabulosa, al que se libra J.P. Sartre. (8) Desde el pegoteo de la conciencia en la carne hasta la búsqueda en el otro de un sujeto imposible de captar, puesto que si se lo sostiene en su libertad se lo extingue, desde este levantamiento patético de una presa de caza que se disipa con el disparo, que incluso ni la atraviesa, del placer, no es solamente el accidente sino la salida lo que impone al autor su viraje, en su redoblamiento de impasse, hacia un sadismo, que no tiene otra escapatoria más que la masoquista.
Maurice Merleau-Ponty, para invertir el movimiento, parece evitar el desvío fatal, al desvío fatal, al describir en él el proceso de una revelación directa del cuerpo a cuerpo. A decir verdad, ésta sólo se sostiene al evocar una situación pensada en otro lugar como humillante, y que, como pensamiento de la situación, suple al tercero, que el análisis ha mostrado que es inherente, en el inconsciente, a la situación amorosa.
Digamos que no es para volver más válida para un freudiano la reconstrucción de Sartre. Su crítica necesitaría de una precisión, incluso no muy reconocida aún en el psicoanálisis, en lo que respecta a la función del fantasma. Ninguna restitución imaginaria de los efectos de la crueldad puede suplirla, y no es verdad que la vía hacia la satisfacción normal del deseo se encuentre en el fracaso inherente a la preparación del suplicio. (9) Su descripción inadecuada del sadismo como estructura inconsciente no le es menos en lo que se refiere al mito de Sade. Puesto que su pasaje por la reducción del cuerpo del otro a lo obsceno topa con la paradoja, muy diferentemente enigmática al verla despuntar en Sade, y cuánto más sugestiva en el registro existencial, de la belleza como insensible al ultraje. (10) El acceso erotológico podría ser entonces mejor aquí, incluso fuera de toda experiencia del inconsciente.
Pero está claro que nada en el fenomenología de la extrapolación perceptiva, por más lejos que se la articule en el empuje oscuro o lúcido del cuerpo, puede dar cuenta ni del privilegio del fetiche en una experiencia mundana ni del complejo de castración en el descubrimiento freudiano. Los dos se conjuran, no obstante, para obligarnos a hacer frente a la función de significante del órgano señalado siempre como tal por su ocultación en el simulacro humano –y la incidencia que resulta del falo en esta función en el acceso al deseo tanto de la mujer como del hombre, al estar ahora vulgarizada, no puede ser desdeñada como desvío de lo que puede muy bien llamarse en efecto el ser sexuado del cuerpo.

9. Por su posición doblemente oculta en el fantasma, ya sea por indicarse solamente allí donde no actúa y no actuar más que a partir de su falta, el significante del ser sexuado puede ser así desconocido en el fenómeno. Es por esto que el psicoanálisis debe probar un avance en el acceso al significante, de modo tal que pueda volver sobre su fenomenología misma.
Disculpen mi audacia por la manera como llamaré aquí a testimoniar el segundo artículo mencionado de Maurice Merleau-Ponty sobre el cuerpo como expresión en la palabra.
Puesto que los que me siguen reconocerán, cuánto más hilada, la misma temática de la que les hablo sobre la primacía del significante en el efecto de significar. Y recuerdo el apoyo que pude encontrar allí en las primeras vacaciones después de la guerra, cuando maduraba mi dificultad por tener que reanimar, en un grupo todavía disperso, una comunicación reducida hasta entonces al grado de ser casi analfabeta –freudianamente hablando, se entiende- de lo que la costumbre conservara de las coartadas en uso para vestir una praxis sin certeza de sí.
Pero los que se encontrarán cómodos en este discurso sobre la palabra (y aunque fuera para reservar lo que allí aproxima un poco en demasía a un discurso nuevo y una palabra plena) no por ello sabrán menos que estoy diciendo otra cosa, a saber:
- que no es el pensamiento, sino el sujeto, lo que subordino al significante.
- Y que es el inconsciente, del que demuestro la condición cuando me ocupo de hacer concebir al sujeto como rechazado de la cadena significante, el que al mismo tiempo se constituye como reprimido primordial.
A partir de entonces no podrán consentir en la doble referencia a las idealidades, tan incompatibles entre ellas, por las que la función del significante converge aquí hacia la nominación, y su material hacia un gesto donde se especificaría una significación esencial.
Gesto que no se puede encontrar, y del que el que aquí lleva su palabra a la dignidad de paradigma de su discurso hubiera logrado confesar que no ofrecía nada parecido para captar a su audiencia.
No sabía, por lo demás, que no es más que un gesto, conocido desde san Agustín, el que responde a la nominación: el del índice que señala, pero que por sí solo este gesto no alcanza ni para designar lo que se nombra en el objeto indicado.
Y si fuera la gesta lo que quisiera imitar, la del rechazo [rejet] por ejemplo, para inaugurar allí el significante: rechazar [rejeter], ¿no implica ya la esencia verdadera del significante en la sintaxis que instaura en serie los objetos para someter al juego [jeu] del lanzamiento [jet]?
Puesto que más allá de este juego [jeu], lo que articula, sí, solamente allí mi gesto, es el yo [je] evanescente del sujeto de la verdadera enunciación. Basta en efecto con que el juego [jeu] se reitere para constituir este yo [je] que, de repetirlo, dice este yo [je] que allí se forma. Pero este yo [je] no sabe lo que dice, rechazado [rejeté] según parece hacia atrás, por el gesto, en el ser por el que el lanzamiento [jet] sustituye al objeto que rechaza [rejette]. Así yo [je] dice sólo que puede ser inconsciente de lo que yo [je] hago, cuando yo [je] no sé qué digo cuando hago.
Pero si el significante es exigido como sintaxis anterior al sujeto por el advenimiento de este sujeto no solamente en tanto que habla sino en lo que dice, son posibles entonces efectos de metáfora y de metonimia no solamente sin este sujeto, sino que incluso su presencia misma se constituye por el significante más que por el cuerpo, como se podría decir después de todo que hace en el discurso del propio Maurice Merleau-Ponty, y literalmente.
Tales efectos son, lo sostengo, los efectos del inconsciente, que encuentran retrospectivamente, por el rigor que corresponde a la estructura del lenguaje, confirmación de lo bien fundado de haberlos extraído.

10. Aquí mi homenaje encuentra el artículo sobre "El ojo y el espíritu", que, al interrogar la pintura, vuelve a traer la verdadera cuestión de la fenomenología, tácita más allá de los elementos que su experiencia articula.
Puesto que el uso de lo irreal de estos elementos en un arte dado (del que observemos de pasada que para la visión los ha discernido manifiestamente más que la ciencia) no excluye para nada su función de verdad, desde que la realidad, la de las tablas de la ciencia, ya no tiene necesidad de asegurarse de los meteoros.
Es por esto que la finalidad de ilusión que se propone la más artificial de las artes no deber ser repudiada, incluso en sus obras llamadas abstractas, en nombre del malentendido que la ética de la antigüedad alimentó bajo esta imputación, de la idealidad de donde partía en el problema de la ciencia.
La ilusión toma aquí su valor al conjugarse con la función de significante que se descubre en el reverso de su operación.
Todas las dificultades que demuestra la crítica sobre el punto no solamente de cómo hace, sino de qué hace la pintura, dejan entrever que la inconsciencia en la que parece subsistir el pintor en su relación al qué de su arte, sería útil referirla como forma profesional a la estructura radical del inconsciente que hemos deducido de su individuación común.
Aquí el filósofo que es Maurice Merleau-Ponty avergüenza a los psicoanalistas por haber descuidado lo que aquí puede aparecer como esencial con la finalidad de resolverse mejor.
Y también aquí de la naturaleza del significante, puesto que es necesario asimismo levantar acta de que, si hay progreso en la investigación de Maurice Merleau-Ponty, la pintura interviene ya en la fenomenología de la percepción, entiéndase en el libro, y justamente en ese capítulo donde hemos retomado al problemática de la función de la presencia en el lenguaje.

11. De esta manera, estamos invitados a interrogarnos sobre lo que compete al significante al articularse en la tarea, en estos "Pequeños azules" y "pequeños marrones" con los que Maurice Merleau-Ponty se fascina bajo la pluma de Cézanne para encontrar allí aquello con lo que el pintor pretendía hacer su pintura hablante.
Digamos, sin poder hacer aquí más que prometernos comentarlo, que la vacilación marcada en todo este texto del objeto al ser, el paso dado en miras a lo invisible, muestran bastante que aquí Maurice Merleau-Ponty avanza en otro lugar que no es el campo de la percepción.

12. No podemos desconocer que el terreno del arte toma aquí este efecto para implicar el campo del deseo. Salvo si no se entiende, como sucede habitualmente entre los propios psicoanalistas, lo que Freud articula acerca de la presencia sostenida del deseo en la sublimación.
¿Cómo igualarse al peso sutil que se prosigue aquí con un Eros del ojo, con una corporalidad de la luz en la que y la sólo nostálgicamente se evoca su primacía teológica?
Para el órgano, de su deslizamiento casi imperceptible desde el sujeto hacia el objeto, ¿es necesario para dar cuenta de él armarse con la insolencia de una buena noticia que, por sus parábolas que declaran forjarlas expresamente para que no sean escuchadas, nos atraviesa con esta verdad que hay que tomar no obstante al pie de la letra, que el ojo está hecho para no ver en absoluto?
¿Necesitamos el robot acabado de la Eva futura para ver palidecer el deseo frente al aspecto que tiene, no de que sea ciega, como se cree, sino de que ella no pueda no verlo todo?
Inversamente, el artista nos da acceso al lugar de lo que no se podría ver: todavía sería necesario nombrarlo.
En cuanto a la luz, recordando el rasgo delicado con el que Maurice Merleau-Ponty modela el fenómeno diciéndonos que nos conduce hacia el objeto iluminado (11), reconoceremos allí la materia epónima para tallar por su creación el monumento.
Si me detengo en la ética implícita en esta creación, dejando de lado entonces lo que la acaba en una obra comprometida, será para dar un sentido terminal a esta frase, la última que nos queda publicada, en la que parece designarse a sí misma, a saber que "si las creaciones no son una adquisición, no es solamente porque, como todas las cosas, ellas pasan; es también porque tienen casi todas su vida frente a ellas".
Que aquí mi duelo, con el velo tomado a La Pietà intolerable a quien la suerte me fuerza a devolver la cariátide de un mortal, detenga mi palabra, aunque se quiebre.

NOTAS

(1) En Art de France, 1961, págs. 187-208. Reproducido en Les Temps Modernes, pág. 193. [T.: traducción española: El ojo y el espíritu, Buenos Aires, Paidós, 1977]
(2) Cf. en Les Temps Modernes.
(3) N.T.: Alain es el seudónimo del filósofo y ensayista francés Emile-Auguste Chartier (1868-1951). Más que creador de un sistema filosófico, Alain quiso ser un maestro y educador, y dio a la existencia una aproximación casi fenomenológica. De él Lacan dice: "Los filósofos, remontándonos desde Alain, el último en utilizarlo en unos ejercicios sumamente brillantes, a Kant y llegando a Platón, se enfrentan todos al pretendido engaño de la percepción y, al mismo tiempo, todos resultan maestros del enfrentamiento al hacer valer el hecho de que la percepción encuentra el objeto donde está y que la apariencia del cubo hecha en paralelogramo hace, precisamente, que lo percibamos como cubo, debido a la ruptura del espacio, que subyace en nuestra percepción". Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, El Seminario, Libro 11 (1964), Buenos Aires, Paidós, 1987, pág. 101.
(4) Fenomenología de la percepción, Barcelona, Península, 1975.
(5) En La Psychanalyse, vol. 4, PUF, págs. 1-5 y la continuación (N.T.: se trata del artículo "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" de Lacan).
(6) Fenomenología de la percepción, págs. 171-191.
(7) Idem, págs. 191-219.
(8) J.P. Sartre, L´être et le néant, págs. 451-477.
(9) Cf. el libro antes citado, pág. 475.
(10) Tema analizado en mi seminario sobre La ética del psicoanálisis, 1959-1960.
(11) Cf. Fenomenología de la percepción, pág. 323.

viernes, 28 de marzo de 2008

Curo problemas del bocho. Cobro una bocha


Shakespeare en la Web

Las bibliotecas Bodleian de Oxford (Gran Bretaña) y la Folger de Washington (Estados Unidos), unirán sus esnfuerzos para llevar a cabo un ambicioso proyecto: digitalizar y reproducir en Internet las primeras ediciones impresas de las obras de William Shakespeare anteriores a 1641, entre las que se encuentran Hamlet, Romeo y Julieta o Sueño de una noche de verano, entre otras piezas inmortales de este dramaturgo universal.El proyecto tiene previsto digitalizar 75 ediciones originales que se subirán a la red en formato quarto, el mismo que se utilizó para las publicar las obras de Shakespeare hasta el año 1641. Este proceso demandará al menos un año de trabajo, que comenzará a ponerse en marcha a partir de abril.Debido a la falta de los manuscritos, las primeras ediciones permiten conocer fielmente qué solía escribir Shakespeare y qué obras aparecieron en la primera etapa del inglés moderno. La idea es hacer accesible a un público más amplio las primeras ediciones del dramaturgo inglés.Según informa eWeek.com, los visitantes online podrán comparar las obras situando unas junto a otras, notando las diferencias entre varias copias de un mismo volumen, así como buscar actos concretos o incluso marcar y etiquetar partes del texto. "Habrá nuevas e incontables vías para que los eruditos, profesores, y estudiantes puedan examinar los textos, en particular los de Hamlet, expresó Gail Kern Paster, directora de la Biblioteca Folger.

jueves, 27 de marzo de 2008

Algunas puntuaciones acerca del "efecto Zeigarnik".

Dice Lacan en la nota introductoria de 1966 a "Intervención sobre la transferencia":

"La pregunta por parte de Freud en el caso de Dora, si se la quisiera considerar como cerrada aquí, seria el beneficio neto de nuestro esfuerzo por abrir de nuevo el estudio de la transferencia al salir del informe presentado bajo este título por Daniel Lagache, donde la idea nueva era dar cuenta de ella por el efecto Zeigarnik. Era una idea bien a propósito para gustar en un tiempo en que el psicoanálisis parecía escaso de coartadas.
Habiéndose permitido el colega no nombrado replicar al autor del informe que también la transferencia podría ser invocada en ese efecto, creímos encontrar en ello ocasión favorable para hablar de psicoanálisis.
Hemos tenido que recortar algo, puesto que también nos adelantábamos aquí mucho sobre lo que hemos podido, en cuanto a la transferencia, enunciar desde entonces (1966)".


El escrito, que proviene de una conferencia de 1951, comenzaba así:

"Nuestro colega B..., por su observación de que el efecto Zeigarnik parecería depender de la transferencia más de lo que la determina, ha introducido lo que podríamos llamar los hechos de resistencia en la experiencia psicotécnica. Su alcance consiste en poner en valor la primacía de la relación de sujeto a sujeto en todas las reacciones del individuo en cuanto que son humanas, y la dominancia de esta relación en toda puesta a prueba de las disposiciones individuales, ya se trate de una prueba definida por las condiciones de una tarea o de una situación".

Ahora bien, al lado de la primera aparición del famoso "efecto Zeigarnik" Lacan mismo pone una nota a pie de página, en la que declara:

"En resumen, se trata del efecto psicológico que se produce por una tarea inconclusa cuando deja una Gestalt en suspenso: de la necesidad por ejemplo generalmente sentida de dar a una frase musical su acorde resolutivo".

Más tarde, en la séptima clase del Seminario 2, Lacan retoma el asunto en los siguientes términos:

"Se invoca al señor Zeigarnik sin saber bien lo que dice : que una tarea será tanto mejor memorizada cuanto que en condiciones determinadas haya salido mal. ¿No se dan cuenta de que esto se opone totalmente a la psicología animal, e incluso a la noción que podemos hacernos de la memoria como apilamiento de engramas, de impresiones, donde el ser se forma? En el hombre, la mala forma es lo prevalente. El sujeto vuelve a una tarea en la medida en que quedó inconclusa. El sujeto recuerda mejor un fracaso en la medida en que fue doloroso.
No nos colocamos aquí a nivel del ser y del destino : la cosa fue medida en los límites de un laboratorio. Pero no basta con medir, también hay que tratar de comprender.
Sé bien que el espíritu es siempre fecundo en modos de comprender. Suelo decírselo a las personas que controlo : cuiden, sobre todo, de no comprender al enfermo, nada los pierde tanto. El enfermo dice una cosa que no tiene pie ni cabeza, y, al contármelo : Pues bien, comprendí -me dicen-qué quería decir tal cosa. 0 sea que en nombre de la inteligencia simplemente hay elusión de aquello que debe detenernos, y que no es comprensible.
El efecto Zeigarnik, el fracaso doloroso o la tarea inconclusa : todo el mundo comprende esto. Nos acordamos de Mozart: bebió la taza de chocolate y volvió para pulsar el último acorde. Pero no se comprende que no es una explicación. 0 que si lo es, significa que no somos animales. No se es músico a la manera de mi perrito, que se pone soñador cuando alguien pone ciertos discos. Un músico es siempre músico de su propia música. Y, fuera de las personas que componen ellas mismas su música, es decir, que tienen su distancia respecto de esa música, hay pocas que vuelvan para pulsar su último acorde".


Efectivamente, se invoca al Sr.Zeigarnik sin saber bien lo que dice, pero partiendo del hecho de que el llamado por Lacan "Sr. Zeigarnik" es en realidad la "Sra. Zeigarnik".
Bluma Wulfovna Zeigarnik (9 de noviembre de 1900 − 24 de febrero de 1988) fue una psicóloga y psiquiatra soviética que descubrió el efecto Zeigarnik y estableció la psicopatología experimental como una disciplina separada.
Nacida en una familia judía en Prienai, Zeigarnik se matriculó en la Universidad de Berlín en 1927. Describió el efecto Zeigarnik en un diploma preparado bajo la supervisión de Kurt Lewin. En 1930, trabajó con Levi Vygotsky en el Instituto soviético de medicina experimental. Durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a Alexander Luria a reparar lesiones de cabeza. Fue co-fundadora del departamento de psicología de la Universidad Estatal de Moscú y de todos los seminarios rusos de psicopatología. Falleció en Moscú a la edad de 87 años.


Se llama efecto Zeigarnik al fenómeno de evocación que ocasiona una tarea que se deja sin terminar. Según observó la investigadora rusa Bluma Zeigarnik, las personas tendemos a mantener más vivo el recuerdo de las experiencias incompletas que el de aquéllas que hemos logrado concluir. Cuando un objetivo es culminado, nuestra mente se desprende con facilidad de él y vuelca sus energías en otro objetivo nuevo. Zeigarnik ponía el ejemplo de unos camareros que recordaban con todo detalle las peticiones de los clientes hasta el momento en que les atendían; una vez servido el plato, sin embargo, muchos de ellos eran incapaces de acordarse de qué había comido cada persona.
Según sus ideas, para superar los traumas necesitamos tener conciencia de haber alcanzado una meta, concluido una etapa, superado una fase. Muchas veces esa necesidad se concreta en la búsqueda de un por qué, de una razón que explique los acontecimientos del pasado. Cuando no logramos dar con esa razón, el efecto Zeigarnik hace que los recuerdos sigan atormentándonos hurgando en la herida no cicatrizada. Al mismo tiempo que olvidamos cosas que desearíamos mantener vivas en la memoria, hay otras que no conseguimos olvidar debido a que no les encontramos la explicación necesaria para darlas por sepultadas. La falta de un por qué de nuestras penas remotas y de nuestras desgracias azarosas sigue dando trabajo al pensamiento.


La articulación entre dicho efecto y la transferencia fue introducida por Daniel Lagache en su informe de 1951 en el Congreso de Lenguas Romances, titulado "Le problème du transfert". A la luz de este efecto Zeigarnik, la transferencia puede ser concebida, propone Lagache, como la actualización de un conflicto no resuelto en la situación analítica.

miércoles, 26 de marzo de 2008

"Las mujeres y los lazos sociales", de D.Mautino-L.Izcovich- C.Soler- Marcela Iacub (Reseña de Ana María D'Amato, desde Madrid)

Las mujeres y los lazos sociales”/ “Le donne e i legami sociali contemporanei”

D.Mautino-L.Izcovich- C.Soler- Marcela Iacub
Quaderno de Praxis-Psicoanálisis-QP5- Ediicones Praxis del Campo Lacaniano.

Este ejemplar corresponde a una serie de publicaciones realizadas por PRAXIS- FCL in ITALIA (Associazione per la Psicoanalisi) que reune tres intervenciones, muy interesantes por cierto, de una Jornadas de Estudios sobre “Las mujeres y los lazos contemporáneos.De una generación a otra” realizada en Roma el 28 de mayo del 2005. La edición ha estado a cargo de Diego Mautino, psicoanalista de origen argentino, afincado en Roma.

Estas Jornadas fueron preparatorias para las Europeas que se relizaron en Paris en octubre de ese mismo año sobre “La familia en cuestión: filiación, adopción y nominación”

Previa presentación de los trabajos a cargo de D. Mautino, se despliegan tres intervenciones en las que, se podría decir, el interés fundamental es situar al psicoanálisis en el momento actual, intentando serenar las angustias de muchos psicoanalistas, creo que funadamentalmente europeos, acerca de la posible desaparición del psicoanálisis ante el avance de la ciencia así como ante el predominio claro del discurso capitalista en esta época que nos ha tocado vivir.

Como primer intento se procura poner al día la teoría de Lacan.

Nos recuerda D. Mautino:

“Lacan –que había comenzado conectando las diferentes patologías a las configuraciones de la vida familiar- llegó a formalizar la incidencia de los discursos (en cuanto lazos sociales) sobre cada sujeto. En el curso de su enseñanza extrajo el poder separador de la metáfora paterna, después la función del padre como excepción lógica y finalmente, con el nudo borromeo, la función nominante.”

Esta evolución teórica se la intenta vincular al hecho subversivo que sufre la familia en la actualidad, desde el momento en que la sexualidad y la reproducción humana se desanudan, así, las “condiciones de humanización del deseo” del pequeño hombre quedan al margen de la maternidad y la paternidad.

Colette Soler (Psicoanalista en Paris) en el capítulo sobre “La madre en el inconsciente” señala los cambios importantes por los que ha atravesado el lugar de las madres en la actualidad.

Distingue al niño que ha tenido una madre y a la madre que ha tenido niños. Y si la madre es angustiante, sobre todo si la separación necesaria que hay que hacer de ella no se realiza debidamente, no menos angustia padecen aquellas que han tenido niños, sobre todo en un momento en que la figura paterna ha decaído y se encuentran con más funciones y con menos apoyo por parte de la figura paterna. Agregado a esto los sobresaltos que la invaden ante las sorpresas que el otro ser, su niño, la sorprenden y la encuentran , a veces, sin recursos.

Añade al tema de la madre, extensamente tratado por los psicoanalistas freudianos y post-freudianos la angustia materna que los terapeutas actuales así como los practicantes del bien-hacer (vease pediatras, consejeros educativos,psicopedagogos,psicólogos) intentan aplacar con el discurso del amo, ofreciendo pautas para bien-tratar a su niño, para contener ficticiamente su angustia.

El psicoanálisis le hace otra oferta, pasar del “amor al niño” al “amor a su niño” de lo general a lo particularizado,encontrar via el análisis el poder nombrar a su hijo y amarlo nominativamente en su particularidad esencial.

Una salida muy diferente a la de las terapias y a la de la ciencia. Otra cosa.

Luis Izcovich(Psicoanalista de origen argentino afincado en Paris) en su artículo sobre “La histeria moderna” también nos recuerda que la histeria no ha desaparecido tal y como lo intenta hacer creer la psiquiatria y sus manuales DSM….sino que hoy la histeria aparece de una manera diferente, una histeria actual que se muestra bajo la máscara de la depresión.

La histeria no ha muerto y el psicoanálisis tampoco, la histeria no es sin el Otro y el Otro en el discurso contemporáneo ha cambiado.

Si el síntoma histérico clásico estaba ligado al retorno en el cuerpo del amor prohibido, el superyó era determinante en la formación de síntomas.Funcionaba la prohibición y su retorno.

Pero en este momento en que las perversiones están en vigencia y todo aparentemente está permitido ,salvo aquello que no sea consentido por el otro, la histeria, forzosamente se ve obligada a aparecer con la máscara de la depresión que no es un síntoma sino analíticamente hablando es una inhibición.

Una inhibición puede convertirse en un síntoma analítico siempre y cuando el sujeto en cuestión esté dispuesto a pasar por el rubricón de la angustia que lo confronta con el Otro. Así descubrimos que pese a su modo diferente de aparecer, ese síntoma sigue siendo el mismo: “la negativa histérica de someterse al fantasma de goce del Otro”. La depresión es una manera de decir “no” al goce homogeneizado que el superyo consumista del discurso capitalista aplica como meta a alcanzar para todos.

Y el psicoanálisis, como siempre , hace una oferta diferente: ni seguir en el “no” revolucionario o subversivo ni acepatar diciendo “sí” a las normas sociales en un plan adaptativo. Nada de esto.

Propone la renuncia al anonimato, el poder asumir una palabra propia, previa elaboración de la castración o sea previa separación del superyó materno. Y volvemos a la madre, a la falta del orygim, a aquel personaje que para la histeria tiene dos caras: la oracular y la policia del cuerpo. Así se apostaría a hacer una suplencia necesaria para hacer posible el lazo con su pareja sexual, sin tener que pasar por la renuncia al goce sexual.

Finalmente Marcela Iacub nos habla de “El imperio del vientre” término muy elocuente que ella en tanto jurista e investigadoraen en el CNRS-Paris, especialista en historia y representación jurista del cuerpo, utiliza como metáfora que habla del predominio materno.

“La madre es segura y el padre es el marido de la madre”. El embarazo y parto simulados, nos dice, fue aceptado hasta 1972 cuando una ley francesa anuló la fórmula según la cual mientras se declarara la paternidad ante un juez civil y éste la rubricara, pasaba a ser una maternidad segura.

Este criterio fue cambiando notablemente con los adelantos científicos: óvulos fecundados por esperma realizada extracorporeamente, donación de embriones, alquileres de vientres, etc que llevó a que el Estado de California celebrara un largo proceso judicial en el cual tuvo que fallar en relación a quién era la madre de un niño: la que lo había encargado,había donado su ovulo que mediante fecunadación in-vitro fue colocado en el vientre de una mujer a la que se le pagó para que llevara adelante el embarazo o la que se prestó como recptáculo para que el feto se desarrollara en ella y fuera viable.

¿Quién era la madre? dado que había surgido el pleito entre ambas no previsible al comienzo. El juez falló en que “madre” era la que había tenido la voluntad de hacer a ese niño. Un criterio absolutamente nuevo y de gran utilidad para los cambios que se vienen en nuestra sociedad que pone la familia en cuestión.

Digno de leerse por aquellos que se interesen en el tema de las mujeres así como en quienes se interesen por el porvenir del psicoanálisis y las nuevas formas en que se expresa la subjetividad bajo el imperio de la ciencia y del capitalismo salvaje.


Ana María D’Amato
Madrid marzo de 2008

Para cualquier consulta:
http://www.praxislacaniana.it/

------------------------------------------------------------------------------

Gracias Ana María por la colaboración!!
PP.

martes, 25 de marzo de 2008

Testimonios de pase de los analistas de la AMP

La reserva de mi opinión acerca de este tema no me impide proporcionar aquí el link para acceder, desde la página de la AMP, a los testimonios de pase de algunos de sus analistas.
Convendría leerlos para ver cuál es el estado de la elaboración de una cuestión tan dificultosa en el marco de la Escuela de Psicoanálisis.
Para acceder, hacer click aquí.
Ojalá les resulte de interés.
PP.

ANTICIPO EXCLUSIVO: "Cínica y lógica de la autorreferencia" de Gabriel Lombardi (Letra Viva, 2008)

Palabras Preliminares

Cantor, Gödel y Turing hicieron matemática pura, no aplicada. Tal vez por
eso no sean autores tan conocidos por el gran público, aun cuando la prodigiosa
aventura matemática que protagonizaron estableció una nueva ciencia.
Demiurgos involuntarios, casi secretamente sentaron las bases sobre las que
se construye una nueva era: los fundamentos lógico-matemáticos con los que
funcionan las computadoras e Internet.
En los tres casos, la aventura terminó dramáticamente, con un altísimo coste
subjetivo. Después de introducir sus innovaciones mayores, Cantor y Gödel
padecieron severos síntomas psicóticos e internaciones psiquiátricas. Turing
por su parte fue un hombre bizarro, insólitamente condenado y tratado
con hormonas por homosexualidad en su Inglaterra natal; se suicidó joven
de un modo acaso programado bastante tiempo antes.
En tanto psicoanalista, conozco las limitaciones del psicoanálisis aplicado,
no ignoro su incapacidad para explicar la obra de arte y el descubrimiento
científico. No corresponde al psicoanálisis explicar el lazo causal entre la
biografía del autor y su obra. Sin embargo, quiero evocar a propósito de estos
matemáticos lo que Borges dice de la obra de Walt Withman y del autor
de esa obra, que prologa en estos términos: "Quienes pasan del deslumbramiento
y del vértigo de Hojas de hierba a la laboriosa lectura de cualquiera
de las piadosas biografías del escritor, se sienten siempre defraudados. En las
grisáceas y mediocres páginas que he mencionado, buscan al vagabundo semidivino
que les revelaron los versos y les asombra no encontrarlo. Tal, por
lo menos, ha sido mi experiencia personal y la de todos mis amigos. Uno de
los propósitos de este prólogo es explicar, o intentar, una explicación de esa
desconcertante discordia".
La discordia que me gustaría explicar por mi parte en este libro, es la que
confronta la penosa vida de tres hombres de genio con la poderosa obra que
tramaron en medio - o justo antes - de sus respectivas locuras. Me apoyaré
en la serie que los tres constituyen, en el misterio común que nos dejaron, y
en una hipótesis ya no muy exigente, después de la lectura de Joyce por Lacan,
y de Joyce, Rousseau y Pessoa por Soler: no es mero azar que las claves
de una nueva manera de tratar lo simbólico y, sobre todo, de confrontarlo sin
anestesia con sus propias imposibilidades, les hayan sido reveladas a sujetos
capaces de poblar tipos clínicos harto más dramáticos que los de la neurosis
ordinaria.
Es evidente que no basta con ser psicótico para ser Cantor o Gödel; la teoría
lacaniana de la psicosis no explica sus producciones decisivas, pero nos
permite sin embargo entrever que el "sin padre" de la psicosis no siempre es
déficit, ya que puede habilitar una libertad impensable en otros tipos clínicos,
un gusto por lo que el signo entraña de absoluto — vale decir, de desligado de
sus referencias habituales -, y también de toda significación y de toda religión.
Por eso no solamente encontramos en ellos un deseo de explorar lo definible
más allá de lo comprensible, sino también una inclinación por la certeza que
el lenguaje lógico-matemático implica para el sujeto que, manipulándolo, resulta
por él determinado.
No hay ninguna heurística elaborable, ni en psicoanálisis ni en ninguna otra
disciplina, ningún saber que nos permita deducir la obra a partir de la biografía
- ni tampoco de ningún otro saber previo -. Parafraseando a Whistler, podemos
afirmar "science happens". Particularmente para la lógica matemática,
su creación, su ex-nihilo, es la sustancia misma de la ciencia en tanto articulación
nueva de saber, de puro saber, de mero saber, capaz sin embargo de
introducir una tecnología del lenguaje cuya eficacia se funda, como veremos,
en que es también una tecnología de supresión del sujeto del lenguaje.
No tengo ningún derecho a suponer saber ni sujeto previo a la teoría de
los conjuntos transfinitos de Cantor, a los teoremas con que Gödel probó algunas
imposibilidades fundamentales para la matemática, a la máquina de
Turing en que ahora consiste cada uno de los programas que dan sustrato lógico
a la tecnología actual — incluido el procesador de texto con que redacto
este prólogo -. Por eso no me he interesado en rastrear el sujeto previo, pero
me parece legítimo y fructífero investigar en cambio el sujeto posterior al hallazgo
— sea éste creación o invención -. Y particularmente en estos tres casos,
ya que en ellos se trata del sujeto resultante de una obra que trata precisamente
del efecto de sujeto en el lenguaje lógico.
Intento mostrar que el destino de ese efecto de sujeto se puede rastrear
con relativa facilidad tanto en la obra como en la dramática vida de Cantor,
Gödel y Turing — pero sólo después de sus creaciones decisivas, de extensa y
también íntima eficacia -.
El método que propongo es compatible con la doctrina psicoanalítica del
acto, que responsabiliza del acto creador al sujeto que resulta de él, sin suponerlo
como su agente. Vale decir, retirando la hipótesis del sujeto supuesto
saber. No podemos constatar que Cantor, ni siquiera inconscientemente, ‘sa-
bía’ los números transfinitos antes de encontrar la sintaxis con que los trajo a
la consideración científica, tampoco podemos decidir, sin hacer metafísica, si
los encontró y entonces los descubrió, o si por el contrario los inventó. Sí en
cambio podemos saber con seguridad que Cantor consintió a lo que en ellos
se reveló, y que en tanto sujeto fue alterado por ellos, y por el reconocimiento
parisino de Poincaré y otros matemáticos famosos. Este reconocimiento, por
lo que exigía de "separación", lo responsabilizó y lo afectó más que la piadosa
falta de reconocimiento que padeció en su Alemania natal bajo el liderazgo
de Kronecker. Cantor debió pagar un altísimo costo por su teoría de los conjuntos
transfinitos, de los que fue unánimemente considerado responsable —
se estuviese o no de acuerdo con esa teoría, la más audaz de cuantas pergeñó
el ser hablante -. ¿Lo pagó? Su locura, su alejamiento radical del lazo social,
nos deja a nosotros la pregunta. Lo mismo podemos decir de Gödel respecto
de la numeración y los teoremas a los que dio su nombre. Y en cierta
medida también de Turing en cuanto a la máquina que engendró, que es universal
pero lleva su nombre.
Lacan llamó a la lógica "ciencia de lo real". Esta ciencia en tanto pura, una
vez liberada de toda pretensión metafísica de representar realidades exteriores
al lenguaje matemático, permite discernir en él un núcleo sólido de imposibilidad,
y reestructurar la existencia de los "seres extramatemáticos" – según
se expresó Gödel - que el lenguaje enreda y parasita. De allí que si bien
ellos tres fueron los autores y primeros pacientes de una tecnología extremadamente
eficaz de detección - y eliminación - del efecto de sujeto del lenguaje,
el precio de la adquisición de esa tecnología no fue costeado sólo por ellos.
También lo pagamos nosotros, y no solamente con el dinero que sufragamos
para adquirir su software y el hardware que lo soporta y adorna. Aunque de
manera menos dramática, menos traumática, cada uno de nosotros, paga por
habitar un mundo reordenado en una matrix informática que trastorna nuestra
subjetividad, nuestros goces, nuestra sabiduría tradicional, porque altera
nuestra relación inconsciente con el signo.
Valga este libro como introducción a un capítulo de la lógica del lenguaje
todavía apenas esbozado en psicoanálisis, y casi únicamente por Lacan en
sus consecuencias clínicas: el de las autoaplicaciones del lenguaje, que hasta
el momento parecían a merced de la magra ideología del cognitivismo y de
las ilusiones de la autoconciencia. Intento mostrar en él de qué modo Lacan
supo aprovechar para la clínica psicoanalítica las consecuencias de la aventura
lógica de Cantor, Gödel y Turing.
"La autorreferencia del lenguaje en la obra de Lacan: lógica y clínica" fue
el tema de mi tesis de doctorado defendida en la Universidad de Buenos Aires
en junio de 2007. Este libro rescata lo esencial de ese arduo trabajo de investigación.

----------------------------------------------------------------------------------




El libro estará disponible a mediados de abril. Agradezco a su autor, Gabriel Lombardi, por permitirme publicar estas páginas en el blog.


PP




viernes, 21 de marzo de 2008

Pablo Peusner. “TRES TEXTOS, TRES FECHAS, TRES LUGARES Y UN SOLO LACAN”





“Cuando el hombre olvida que es el portador de la palabra, no habla.
Es, en efecto, lo que ocurre: la mayoría de la gente no habla,
repite, lo que no es para nada lo mismo.
Cuando el hombre no habla, es hablado”
[i].


A fines del año pasado apareció en Francia el cuarto volumen de la serie Paradoxes, que publica textos breves e intervenciones de Jacques Lacan. A partir de entonces, cada uno de estos libritos aparecerá junto a uno de los seminarios faltantes –en este caso, el cuarto volumen vino acompañando la edición del Seminario XVIII–. Su título retoma el de la vieja conferencia que Lacan pronunciara en 1952 y que conocemos en nuestra lengua en la versión publicada por la Editorial Manantial en “Intervenciones y Textos 1” de 1985: “El mito individual del neurótico”, así dice en la tapa como puede verse en la ilustración que acompaña a este texto, aunque la portadilla agrega “o poesía y verdad en la neurosis”, completando el título con el que fuera originalmente publicado en la revista Ornicar? 17/18 en 1978. Este texto no presenta divergencias con aquella primera edición francesa y sólo nos queda esperar la nueva traducción, ya que supongo que es en el único aspecto en el que la reaparición de esta conferencia puede aportarnos algo nuevo. Por otra parte, hace rato que conocemos la excelente –y muy diferente– versión francesa de esta conferencia establecida por Michel Roussan que acompaña su edición crítica del Seminario IX de Lacan, como para confiar demasiado en la original[ii].
También está incluido en el libro un intercambio entre Lacan y Lévi-Strauss ocurrido el 26 de mayo de 1956 en la Sociedad Francesa de Filosofía, luego de que el primero realizara una intervención acerca de “Las relaciones entre la mitología y el ritual”. El texto no tiene versión española, aunque había sido publicado en francés en el Boletín de la Sociedad Francesa de Filosofía en 1956, y está disponible en la página de la École Lacanienne. Lacan realiza un elogio de Lévi-Strauss, destaca el valor y la relación existente entre la noción de “mitema” y “significante”, confiesa haberse apropiado de la “ley de la transformación” para utilizarla en el caso del Hombre de las Ratas y proponer su noción de “mito individual”. No obstante, Lacan le pide a Lévi-Strauss ciertas aclaraciones que faciliten la articulación de las ideas del antropólogo con sus tres registros. Más allá de la solución posible al problema, llama la atención la respuesta de Lévi-Strauss, puesto que en ella afirma que “si hubiera intentado tratar el problema de manera puramente formal, como usted lo sugiere...”[iii]. No importa lo que sigue, pero sí importa que un hombre preclaro ya lea la exigencia de respuesta “puramente formal” en el Lacan de la década del ’50.
Finalmente –aunque está incluido en segundo lugar en el libro– llega la perla de este volumen. Se trata de la intervención realizada por Lacan en septiembre de 1954 en un Congreso de Psicología Religiosa, que fuera titulada “Du symbole, et de sa fonction religieuse” (Del símbolo, y su función religiosa). Aparentemente el texto no conocía edición previa en francés –no está en la página de la École Lacanienne–, ni en español, por lo tanto es totalmente original. Encontramos aquí a Lacan haciendo de las suyas: interpretando las intervenciones de los otros participantes, aclarando lo que ellos quisieron decir, contando una viñeta de un paciente suyo sacerdote, comentando “La noche oscura” de San Juan de la Cruz, pidiendo que le den más tiempo del acordado para hablar, citando la remitencia del término griego ‘símbolo’ a la tésera partida de los romanos y, obviamente, pronunciando una maravillosa conferencia acerca de los matices diferenciales entre el símbolo y el signo –obviamente, el significante apenas asoma en esta época–. Creo que este texto es un complemento sensacional del “Discours du Rome” (no confundir con “Función y campo...”): podría decirse que en su valor teórico, apunta exactamente en la misma dirección. Lacan desemboca en “al comienzo era el Verbo” y destaca el valor de falsa contradicción entre esa frase y la que afirma que “al comienzo era la acción”. Cito: “No hay verdaderamente necesidad de atormentarse tanto, por la razón de que la acción humana por excelencia es precisamente la palabra”[iv]. Sus puntuaciones acerca del síntoma y la relación que este mantiene con el significante, son verdaderamente fundadoras y conviene revisarlas para darles su justo lugar en la teoría: “El síntoma neurótico no es un signo, sino una palabra, estructurada como un lenguaje...”[v].
El texto incluye una discusión posterior con el célebre historiador de las religiones rumano Mircea Eliade que, podríamos calificar sin temor a equivocarnos, de desopilante –de hecho, está escandida por risas a lo largo de toda su extensión–. Eliade supone que Lacan confunde “palabra” con “simbolismo”. Lacan le responde que no, que él ve claramente, a diferencia del rumano, que ningún símbolo funciona sólo, sin la palabra. Eliade le propone, entonces, cambiar los términos y, en vez de “palabra”, hablar de “expresión”. Lacan se niega. Sigue una gran confusión: Mircea Eliade cita expresiones utilizadas por Lacan en su intervención, pero Lacan niega haberlas dicho y uno se tienta en volver a leer todo el texto. De alguna manera, hablando del Cosmos y el hombre primitivo, llegan a un acuerdo algo endeble y Lacan le espeta, da la impresión que con cierto fastidio, que “la palabra es la palabra del sujeto hablante que habla sin saber que habla o sabiéndolo. Es eso”[vi]. El Dr. Laforgue, presidente de la sesión, la da por terminada abruptamente.
Creo que este texto vale todo el libro. Veremos qué nos aporta su traducción, seguramente pronta a aparecer.
Siempre liber enim, librum aperit...









[i] Lacan, Jacques. Du symbole, et de sa fonction religieuse (1954), en “Le mythe individuel du nevrosé”, Seuil, Paris, 2007, p.70 [traducción personal]
[ii] Dicha versión, que considero mucho mejor que la incluida en el libro que estoy reseñando, está disponible gratuitamente en www.ecole-lacanienne.net/documents/1953-00-00.doc
[iii] Lacan, Jacques. Intervention après un exposé de Claude Lévi-Strauss à la Société française de philosophie, «Sur les rapports entre la mythologie et le rituel», avec une réponde de celui-ci (1956), en op.cit. p. 111. [traducción personal].
[iv] Lacan, Jacques. Du symbole, et de sa fonction religieuse (1954) en op. cit. p. 60[traducción personal].
[v] Ibid. p.71. [traducción personal].
[vi] Ibid. p.97. [traducción personal].

jueves, 20 de marzo de 2008

Salió Imago-Agenda de marzo (Nº 117)



PRESENTACIÓN por Alberto Santiere

Raíces... vínculos... pertenencia. Posiblemente desde las primeras migraciones sembradoras de lo humano (Continente africano 65.000 años ac.) –aquellas que aún no “exportaban” al hombre allende los mares–, la problemática de la filiación se hizo presente. La sociedad humana se ha encargado de poner sobre el tapete la cuestión del padre, y la “novela familiar del neurótico” de dudar del origen y proyectar sobre lo velado teorías fantásticas. El papel de lo recóndito, incierto, o agresivamente silenciado, desvela y golpea con repeticiones diversas.
Pensaba en Lacan. La paternidad lo confrontó a sus propias dificultades, cuando en el '40 le transmite a Marie-Louise –su esposa– quien cursaba el octavo mes de embarazo, que Sylvia Bataille esperaba un hijo de él. Tal vez sea el nombre que “Malou” le puso a su tercera hija: “Sibylle”, la insistencia de aquello mantenido en secreto. Condensa, o tiene bastante de... “Sylvia Bataille”.
Pienso en Juan Cabandié –“el último aparecido” canta Gieco–, que antes de acceder recientemente a su verdadera historia –nacido en la ESMA, falseada su identidad– le expresaba a algunos amigos su deseo de llamarse... Juan! Así lo nombró su madre en los únicos quince días de contacto entre ellos. Lo callado emerge en nuevas bocas. Generaciones posteriores “hacen” síntoma.
El aserto popular “se le soltó la cadena” aplicable a extravíos circunstanciales, bien podría nominar a las fracturas que se ofician transgeneracionalmente cuando salta el eslabón más débil, en particular ante situaciones ignominiosas. Ignominia entraña la negación del nominis y sugiere entre otros sentidos “afrenta pública”, “oprobio”, deshonra”, “infamia”, etc. Resumiendo libremente tendríamos: pérdida vergonzante del propio nombre.
Así intentamos despejar lo que “no tiene nombre” mediante la verdad que ocultan y a su vez evidencian las palabras.
Si el lugar del hijo lo determina una inscripción simbólica, más que la cualidad biológíca, ¿será radical el cambio que oficien las tecnociencias en el campo de la reproducción en tanto provoquen una grieta entre lo mecánico y lo simbólico?
Existen filiacciones posibles para no quedar en la “novela” ni en el drama: que hablen pues, quienes saben “escuchar” la singularidad... ¡y el bosque!


Eje central: "Filiación".

Escriben Eva Giberti, Luis Kancyper, Silvia Amigo, Hélène L'Heuillet, Sergio Zabalza.


Textos.

"Falleció Emilio Rodrigué, el psicoanálisis está de luto", por S. Rodríguez.

"La pregunta por el sujeto", por Daniel Rubinsztejn.

"Abuso de metáfora", por J.B.Ritvo.

"La novela de Lacan (Octava entrega)", por J.B.Orellana.

"Entrevista a Pablo Peusner", por Emilia Cueto.

"Qué es un niño", por J. Mosner.

"Hacia una estética del intervalo", por G. Belucci.

"Liarse al fracaso", por N. Cerruti

"La estructura: cuerpo del discurso", por N. Gentili

"La clínica en la encrucijada de la época", por. A.R. Álvarez

"Historia y política, memoria y síntoma", por G. Etkin

"El cuerpo, entre la biología y el lenguaje: deseo y goce", por S.Rodríguez y A. del Carril.


DOSSIER MARTIN HEIDEGGER

"El regreso a los griegos", por Guy Basset.

sábado, 15 de marzo de 2008

Jacques Lacan. "Hiatus irrationnalis" (1929)

Panta rei
Héraclite ( Fragments )


Choses que coule en vous la sueur ou la sève,
Formes, que vous naissiez de la forge ou du sang,
Votre torrent n’est pas plus dense que mon rêve,
Et si je ne vous bats d’un désir incessant,

Je traverse votre eau, je tombe vers la grève
Où m’attire le poids de mon démon pensant;
Seul il heurte au sol dur sur quoi l’être s’élève,
Le mal aveugle et sourd, le dieu privé de sens.

Mais, sitôt que tout verbe a péri dans ma gorge,
Choses qui jaillissez du sang ou de la forge,
Nature –, je me perds au flux d’un élément :

Celui qui couve en moi, le même vous soulève,
Formes que coule en vous la sueur ou la sève,
C’est le feu qui me fait votre immortel amant.


août 1929, Jacques Lacan

jueves, 13 de marzo de 2008

Élisabeth Geblesco."Un amour de transfert. Journal de mon contrôle avec Lacan (1974-1981)" (Ed.EPEL)

Elisabeth Geblesco fue una de las últimas analistas en encontrarse regularmente con Lacan. Ella no hizo en modo alguno un misterio de su análisis de control, pero nadie sabía que llevaba un diario de éste. Sus allegados, como sus alumnos, ignoraban totalmente la existencia de los cinco cuadernos aquí publicados.
Redactados en caliente, después de cada encuentro con Lacan, ellos constituyen un testimonio de primera mano acerca de la elaboración lacaniana, de los juegos de la transferencia y de la experiencia del control de las curas analíticas.
Es también una fuente de informaciones sobre la vida y de la agitada disolución de la Escuela Freudiana de Paris.
Compra en línea y más información, haciendo click aquí.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Entrevista a Sigmund Freud. "El valor de la vida" (1926)


Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los Alpes suizos. Se creía perdida pero en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de "Psychoanalysis and the Fut", en New York en 1957. Fue traducida del inglés al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Ángel Arce.


S. Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.



Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austríacos. Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.



S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.



(Freud se rehusa a admitir que el destino le reserva algo especial).



S. Freud: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?



George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.



S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.



George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?



S. Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.



(Estabamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía).



S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.



George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista?


S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.


George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?


S. Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?


George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?


S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria?. No habría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.


George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. Él encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. Él cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.


S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, consciente o inconscientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer". En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.


George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.


S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.


(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).


George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?


S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.


George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?


S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.


George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?


S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver ...


(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas)



George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?



S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.



George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. "Tout comprendre c'est tout pardonner".


S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.


(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, por qué él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).



S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización, es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto antisemita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.



(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. Pero debido precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)



George Sylvester Viereck: ¡Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre que es un mortal!.



S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.



George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!



S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida a la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg Bernard Shaw....



George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.



S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.



(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él).



George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento, poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.



S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.



(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión).



George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.



S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.



George Sylvester Viereck: ¿Por qué?



S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.



George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax.



S. Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡Él sería ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!



George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.



S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.



George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.



S. Freud: El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.



George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.



S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.



George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del "desplazamiento", de la "sexualidad infantil", de los "simbolismos de los sueños", etc.- parecen permanentes.



S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los substratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.



George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?



S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: "Más todo faltaría si faltase el sexo" (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está "más allá" del placer -la muerte, la negociación de la vida. ¡Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a:
Whatever gods there be,That no life lives foreverAnd even the weariest riverWind somewhere safe to sea.
"Cualesquiera dioses que existan Que la vida ninguna viva para siempreQue los muertos jamás se levantenY también el río más cansadoDesagüe tranquilo en el mar"



George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.



S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. Él hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas que emanan de sus piezas, el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.



George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensidades a la literatura.



S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. En Zaratustra dice: "El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad". El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es solo un poeta, es también un científico.


George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. "The Silver Cord" por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.



S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.
Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.



¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio!. El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. Él oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. ¡Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad!
Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. Él me pareció cansado y triste al darme el adiós.



"No me haga parecer un pesimista”, dice Freud después de un apretón de manos. Yo no tengo desprecio por el mundo.
Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso.
¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores!
No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros".



El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia...