sábado, 28 de junio de 2008

ANTICIPO: George Steiner. "Los libros que nunca he escrito" (Siruela)

LOS IDIOMAS DE EROS

¿Cómo es la vida sexual de un sordomudo? ¿Con qué incitaciones y cadencia se masturba? ¿Cómo experimenta el sordomudo la libido y la consumación? Sería extremadamente difícil obtener testimonios fiables. No conozco ningún corpus de investigación sistemática. Sin embargo, la cuestión posee una marcada importancia. Atañe a los centros nerviosos de las interrelaciones entre eros y lenguaje. Pone en el perplejo centro de la atención el tema, absolutamente decisivo, de la estructura semántica de la sexualidad, de su dinámica lingüística. Se habla y se oye hablar de sexo, en voz alta o en silencio, exterior o interiormente, antes, durante y después de las relaciones. Las dos corrientes de comunicación, las dos puestas en escena son indisolubles. La emisión es parte integrante de ambas. La retórica del deseo es una categoría del discurso en la que la generación neurofisiológica de actos de habla y de actos amorosos se implican recíprocamente. La puntuación es análoga: el orgasmo es el signo de admiración. Lo que se sabe de la sexualidad de los ciegos demuestra las esenciales funciones de la representación interiorizada, de una imaginería verbal en la cual los valores lingüísticos y táctiles se determinan y se refuerzan entre sí. En ninguna otra interfaz de la estructura humana están tan íntimamente unidos los componentes neuroquímicos y lo que consideramos como los circuitos de la conciencia y del subconsciente. Aquí, la mentalidad y lo orgánico forman una sinapsis unificada. La neurología atribuye reflejos sexuales al sistema nervioso parasimpático. La psicología aduce impulsos y respuestas voluntarios cuando se analizan los procederes sexuales humanos. El concepto de "instinto", por su parte sólo escasamente comprendido, caracteriza la fundamental zona de interacción entre lo carnal y lo cerebral, los genitales y el espíritu. Esta zona está saturada de lenguaje.


Los elementos de esta inmersión lingüística -entramos y salimos del lenguaje cuando preparamos, mantenemos y recordamos relaciones sexuales- son tan numerosos y complejos, el relato se halla bajo tales presiones de sentimiento que desafía cualquier intento de enumeración exhaustiva y más aún a una clasificación sobre la que haya acuerdo. Se afirma que el lenguaje es al mismo tiempo universal y privado, colectivo e individual. Todo hombre y toda mujer no impedido recurre de manera automática, si podemos decirlo así, a un almacén de palabras y construcciones gramaticales preexistente y accesible. Nos movemos dentro del diccionario y la gramática de la posibilidad. En proporción con nuestras capacidades mentales, entorno social, formación académica, origen geográfico y patrimonio histórico, imaginamos nuestro lenguaje propio. Pero aun estando imbuidos del mismo ethos y entorno social étnico, económico y social, todos y cada uno de los seres humanos, desde el imbécil y casi incapaz de expresarse hasta el verbalmente dotado, desarrollan un "idiolecto" más o menos eficiente, es decir, su peculiar código de medios léxicos y sintácticos. Apodos, asociaciones fonéticas y referencias ocultas marcan estas singularidades. Cuando no se propone la tautología, como en la lógica formal y simbólica, el lenguaje, aun el rudimentario, es polisémico, de estratos múltiples, expresivo de intenciones sólo imperfectamente reveladas o articuladas. Codifica. Esta codificación puede desde luego ser perceptible, originarse en recuerdos compartidos, aspiraciones históricas, contextos políticos y sociales. Pero también puede ocultar necesidades y significaciones esenciales, individualizadas, intensamente privatizadas. El lenguaje es en sí y por sí multilingüe. Contiene mundos. Considérese simplemente el lenguaje de los niños. La mayoría de las veces, la enunciación articulada es la punta del iceberg de los significados sumergidos, implícitos. Hablamos, oímos "entre líneas". La comprensión y la recepción son actos que intentan descifrar un código, entrar en él.


En ninguna parte es más omnipresente y más formativa esta "linealidad" que en las cámaras de resonancia de lo erótico. Es un lugar común que la dirección escénica, tanto retórica como verbal, de la seducción está repleta de verdades a medias, con tópicos adoptados o falsedades que, a su vez, han de ser glosadas por el objeto de deseo. Los sonidos que acompañan al orgasmo, a menudo situados en el umbral de la verbalización y que en ocasiones parecen retroceder a la prehistoria del lenguaje, pueden ser deliberadamente mendaces. Tienen su brutal poética de la hipocresía, como la tienen los floreos y las sinceridades, hechas drama, de la elocuencia erótica. El monólogo y el diálogo -o más exactamente el monólogo en tándem- pueden alternarse, pueden fundirse en una riqueza de cadencia y matiz casi imposible de analizar sistemáticamente. Se intuye que durante la masturbación palabra e imagen están más estrechamente relacionadas, más "dialécticamente" vigorizadas en cualquier otro proceso comunicativo humano. Las cartas de Joyce a Nora constituyen un palpitante testimonio de esta interacción. Incluso por sí solos, una palabra, un grupo de sonidos pueden desencadenar una jadeante excitación (el célebre faire catleya de Proust). La imagen se despliega dentro del sonido. Así, la masturbación tiene su gramática muda. Sin embargo, dentro de sus intimidades, en los recovecos de lo íntimo, están funcionando factores públicos. La fraseología erótica y sensual de los medios de comunicación, la jerga amorosa del cine y la televisión, la declamación de la publicidad con sus vaivenes y el mercado de masas estilizan y convencionalizan el ritmo, la marcha, los elementos discursivos de millones de parejas. En el mundo desarrollado, con su corrosiva pornografía, incontables amantes, sobre todo entre los jóvenes, "programan" sus relaciones amorosas, conscientemente o no, con arreglo a unas líneas semióticas precocinadas. Lo que debería ser el más espontáneamente anárquico, individualmente exploratorio e inventivo de los encuentros humanos se ajusta, en gran medida, a un "guión". Hasta es posible que la última libertad, la autenticidad final sea la de los sordomudos. No lo sabemos.


Dije en Después de Babel (1975) que la multiplicidad mil veces mayor de lenguas recíprocamente incomprensibles que antaño se hablaron en esta tierra -muchas están ahora extintas o en proceso de desaparición- no es, como afirman las mitologías y alegorías del desastre, una maldición. Es, por el contrario, una bendición y un júbilo. Todas y cada una de las lenguas humanas son ventanas abiertas al ser, a la creación. No hay lenguas "pequeñas", por reducido que sea su espacio demográfico o ambiental. Algunas lenguas habladas en el desierto del Kalahari presentan ramificaciones del subjuntivo más numerosas y más sutiles que las que tuvo a su disposición Aristóteles. Las gramáticas hopi poseen matices de temporalidad y movimiento más consonantes con la física de la relatividad y la incertidumbre que nuestros propios recursos indoeuropeos y anglosajones. En virtud de las raíces y la evolución fisiológicoculturales contenidas en las lenguas, raíces que hasta en el sentido etimológico se retrotraen al subconsciente, cada una de ellas expresa la identidad y la experiencia a su propia manera, irreductiblemente particular. Segmenta el tiempo en múltiples y diversas unidades. Muchas gramáticas no dividen formalmente los tiempos verbales en pasado, presente y futuro. La "stasis" de las formas verbales hebreas implican una metafísica y, en realidad, un modelo teológico de la historia. Existen lenguas, por ejemplo en los Andes, en las cuales, de una manera muy razonable, el futuro está detrás del hablante, ya que es invisible, mientras que los horizontes del pasado se extienden, abiertos a la vista, ante él (aquí hay enigmáticas analogías con la ontología de Heidegger). El espacio, que es un constructo social no menos que neurofisiológico, se cartografía e infle xiona lingüísticamente. Las lenguas lo habitan de maneras diferentes. Por medio de su "cartografía" y de sus denominaciones, las comunidades lingüísticas relevantes subrayan o borran diversos contornos y rasgos. El espectro de la diferenciación exacta entre los tonos y texturas de la nieve en las lenguas esquimales, las cartas de color que diferencian el pelo de los caballos en la jerga del gaucho argentino, son ejemplos clásicos. Los ejes del cuerpo humano por los que nos orientamos en nuestros espacios habituales son etiquetados y entendidos lingüísticamente. Los dialectos británicos ofrecen más de cien palabras y expresiones para la zurdez. La ecuación de zurdez y el mal (sinistra) está consagrada en las culturas mediterráneas. La antropología estructural nos ha enseñado que los conceptos e identificaciones de parentesco son ineluctablemente lingüísticas. Hasta nociones tan básicas como el parentesco o el incesto dependen de taxonomías, de una codificación léxica y gramatical inseparable de las opciones -colectivas, económicas, históricas, rituales- que se exponen en el habla. Verbalizamos, "fraseamos" -como la música- nuestras relaciones para nosotros mismos y para los demás. "Yo" y "tú" son datos de la sintaxis. Hay vestigios lingüísticos en los que esta distinción se desdibuja, por ejemplo en el dual griego arcaico. Aunque pueda asumir modos "surrealistas", la gramatología de nuestros sueños está organizada y diversificada lingüísticamente mucho más allá de los provincianismos de lo psicoanalítico, histórica o sociológicamente limitados. Qué enriquecedor podría ser tener pesadillas o sueños húmedos en -por ejemplo- albanés.


La consecuencia es una ilimitada riqueza de posibilidades. Toda lengua humana desafía a la realidad a su propia y singular manera. Hay tantas constelaciones de futuro, de esperanza, de proyección religiosa, metafísica y política, "soñando hacia delante", como formas verbales optativas y contrafactuales. La esperanza es investida de poder por la sintaxis. He conjeturado, sin que pueda ofrecer pruebas, que la justificación generativa de la "locura" del número y fragmentación de las lenguas -más de cuatrocientas sólo en la India- es análoga al modelo darwiniano de los nichos adaptativos. Toda lengua explota y transmite diferentes aspectos, diferentes potencialidades de la circunstancia humana. Toda lengua tiene sus propias estrategias de negación e imaginación. Ellas le permiten decir "no" a las restricciones físicas y materiales impuestas a nuestra existencia. Gracias a la(s) lengua(s) podemos desafiar o atenuar la monocromía de la mortalidad predestinada. Cada negación tiene su propia y testaruda trascendencia. Es este escándalo de la inextinguible "esperanza contra toda esperanza" lo que nos permite soportar el carácter de nuestra condición material e histórica, perennemente asesino y absurdo, y recuperarnos de él. Es la aparentemente derrochadora plétora de las lenguas lo que nos permite articular alternativas a la realidad, hablar con libertad dentro de la servidumbre, programar la abundancia dentro de la indigencia. Sin la gran octava de gramáticas posibles, esta negación y "alteridad", esta apuesta por el mañana no sería viable.


De ahí la pérdida verdaderamente irreparable, la disminución de las oportunidades del hombre, cuando muere una lengua. Con su muerte, no es sólo un linaje vital de remembranza -los tiempos verbales pasados o su equivalente-, no es sólo un paisaje lo que se borra: es la configuración de un futuro posible. Una ventana se cierra sobre cero. La extinción de lenguas que estamos presenciando en la actualidad -docenas de ellas pasan cada año a un silencio irremediable- es exactamente paralela a los estragos que se hacen en la fauna y la flora, pero de una forma más definitiva. Es posible replantar árboles; es posible, al menos en parte, conservar y acaso reactivar el ADN de las especies animales. Una lengua muerta sigue estando muerta o sobrevive como una reliquia pedagógica en el zoo académico. La consecuencia es un drástico empobrecimiento en la ecología de la psique humana. La auténtica catástrofe de Babel no es la dispersión de lenguas, sino la reducción del habla humana a unas cuantas lenguas planetarias, "multinacionales". Esta reducción, formidablemente impulsada por el mercado de masas y por la tecnología de la información, está ahora dando una forma nueva al mundo. La megalomanía tecnocrático-militar, los imperativos de la codicia comercial, están convirtiendo en un esperanto los vocabularios y gramáticas angloamericanas estándar. Debido a su intrínseca dificultad, tal vez el chino no usurpe esta triste soberanía. Cuando lo haga la India, su lengua será alguna variante del angloamericano. Así, en el hundimiento de las Torres Gemelas del World Trade Center el 11 de septiembre hubo un nauseabundo pero siniestro simulacro del misterio de Babel.La bendición de la variedad creativa se obtiene no sólo entre lenguas distintas, es decir, "interlingualmente". Actúa profusamente dentro de cualquier lengua determinada, "intralingualmente". El más exhaustivo de los diccionarios no es más que una abreviatura resumida, obsoleta ya cuando se publica. El uso léxico y gramatical está en perpetuo movimiento y fisión. Se escinde en dialectos locales y regionales. Los factores de diferenciación funcionan como entre clases sociales, ideologías explícitas o sumergidas, credos, profesiones. La jerga puede variar de un barrio de la ciudad a otro, de una aldea a otra. De una manera que sólo se ha dilucidado parcialmente, la lengua es moldeada por el género. Muchas veces, hombres y mujeres no quieren decir lo mismo cuando pronuncian o escriben la misma palabra. No entender "no" como una contestación es un indicador simbólico. Los cambios en significado e intención dentro de una generación y entre una y otra son constantes. En ciertos momentos de la historia social, de la conciencia familiar, de los reflejos del reconocimiento mutuo, estos cambios pueden tornarse espectaculares. Esto parece ser así en nuestro acelerado presente, entre grupos de edad separados por la mecánica misma de la información. Así, diferentes niveles de la sociedad, diferentes localizaciones geográficas, géneros y grupos de edad pueden llegar a estar al borde de la mutua incomprensión. La pluma estilográfica no habla con el iPod.


La fragmentación lingüística está al servicio de necesidades tanto agresivas como defensivas. Hablamos "por" nosotros mismos y solicitando al otro, rebelándonos contra él o desafiándo lo. Hasta las expresiones más corteses y gramaticalmente instruidas contendrán partículas de slang calculadas para acentuar la intimidad o la exclusión. Se obliga al muchacho de la escuela de élite, al novato, al cadete pardillo a memorizarlas cuando se reúnen con sus iguales. La jerga de la banda callejera o del hooligan futbolístico no es menos esnob, menos ritualizada. Se deduce que todos y cada uno de los intercambios semánticos, aunque se hagan en la misma lengua e incluso entre íntimos -quizá más marcadamente aquí-, comportan un proceso más o menos consciente, más o menos elaborado, de traducción. No hay mensaje, no hay arco de comunicación entre fuente y recepción que no tenga que ser descodificado. La inmediatez de la comprensión es una idealización del silencio. Habitualmente, la descodificación tiene lugar en el instante y, por así decirlo, pasa inadvertida. Pero cuando surgen las tensiones, privadas o públicas, cuando la desconfianza o la ironía o algún elemento de falsedad dejan oír su ruido de fondo, la interpretación recíproca, el acto hermenéutico puede devenir arduo e incierto. Entran en juego unos signos auxiliares. El tono, la inflexión, la entonación, el lenguaje corporal tanto pueden aclarar como ocultar. Es lo no dicho lo que se dice más alto.

----------------------------------------

Anticipo del primer capítulo del nuevo libro de George Steiner.
PP.