jueves, 22 de mayo de 2008

Sol Aparicio. "Tiempo: lógica y sentimiento"

Traducción de Aníbal Dreyzin

“Me siento muy triste desde que murió mi abuela.”
Cuando, preocupada por ubicar el acontecimiento en el tiempo, pregunté cuándo había ocurrido esa muerte, recibi la siguiente respuesta: “recientemente, hace mucho tiempo”.
Ese breve intercambio se repitió varias veces en el curso de las entrevistas que se fueron sucediendo y acabó adquiriendo para mí el valor de un verdadero sainete, cuyo efecto cómico respondía a mi parecer a lo inadecuado de la pregunta planteada.
Sin duda no había nada que entender en su respuesta, fuera de ese decir que hacía de la muerte de su abuela un acontecimiento para esta mujer.
La libertad que parecía otorgarse respecto a los imperativos del orden lógico, al que la alfabetización somete a los seres hablantes desde su más temprana edad, me había dejado perpleja. Sólo tiempo después, ese “recientemente hace mucho tiempo” – figura singular, a la vez elipse y antitesis, como también holofrase - terminó por resonar como una frase a la Novarina[1]: “recientemente (dice la pena que siento) hace mucho tiempo (dice usted que habita el tiempo)”.
Ahora bien, ¿ qué cosa era esta intervención, si no un llamado y un recuerdo del tiempo, es decir, del discurso ?

Habitar el tiempo, ¿no es acaso lo propio de todo sujeto hablante desde el momento en que el tiempo, como sostenía Kant, antes que un dato de la experiencia, es una forma a priori de nuestro entendimiento? Anterioridad de la lógica respecto a lo vivido. Universalidad de la categoría, a la cual nadie escapa. De modo que no habría, propiamente hablando, ninguna posibilidad de un “fuera del tiempo” para los cuerpos hablantes. Y sin embargo, la experiencia analítica es experiencia de la insistencia siempre presente de lo que perdura, inalterable, aparentemente deshabitado por el tiempo.
Se ve entonces la pertinencia de este señalamiento de Lacan: “la función-tiempo”, dice, refiriéndose a la repetición, “es aquí de orden lógico, y está ligada a una puesta en forma significante de lo real”. Habitar el tiempo es prestarse a esta puesta en forma. Es el caso en el análisis. Sea cual fuere “lo real” con que el sujeto tenga que vérselas, la regla analítica lo somete a la tarea de su puesta en forma significante, de su sumisión al tiempo del discurso.
De allí las más o menos bruscas apariciones, en el curso del análisis, no tanto del sentimiento del tiempo, como de la repentina conciencia de su existencia.

El sentimiento del tiempo del cual habla el poeta es sentimiento del paso del tiempo. Sentimiento a menudo melancólico, hecho de quejas y nostalgias. A veces, con un tinte de angustia. Supone siempre la anticipación, la retroacción, la rememoración, dicho de otro modo, la estructura de la memoria freudiana.
Es preciso, entonces, distinguir este sentimiento, que sin duda vuelve presente al tiempo, de los momentos de realización del tiempo, cuyo efecto de deseo es evidente. Pensemos en los momentos en que surge la idea de un final, con frecuencia bajo la forma de la muerte. ”Si he de morir, más vale que me despierte”, dice un analizante perdido en sus temores hipocondríacos. Se le ocurre, entonces, esto:”¡ Qué pérdida de tiempo la neurosis !”. Para otro, recién liberado de una grave enfermedad, y después de largos años de análisis, la cosa se formula en el apremiante anhelo de “pasar a Otra cosa”. Prisa de pasar al acto, diríamos, de cortar de raíz el goce del síntoma. Súbita presencia del deseo, para el cual, como decía Blanchot, “el hacer supera al ser”.
El discurso analítico que, a los ojos del profano, parece no darle importancia al tiempo, de hecho lleva al sujeto a tomarlo en cuenta. Este tomar en cuenta el tiempo constituye, por otra parte, la condición de posibilidad de un vivir en su tiempo.
¿Cómo lo consigue ? Dando el rodeo exigido por su sumisión al tiempo del sujeto, tiempo propio que determina la incompresible duración de su recorrido. Que esta duración no pueda ser anticipada no quiere decir que el analista la ignore. Muy al contrario. A condición de que consiga aprehender la estructura lógica en la cual él mismo se encuentra. Es decir, a condición de situar los instantes de ver, de respetar los tiempos para comprender y de reconocer los momentos de concluir que no advienen sin él.

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[1] Valère Novarina, dramaturgo, una de cuyas obras se titula “Vousqui habitez le temps”.