viernes, 30 de mayo de 2008

Domenico Cosenza. "Derrida y Lacan: ¿Un encuentro fallido? (fuente: Revista Consecuencias)



Derrida y Lacan: ¿Un encuentro fallido? [1]
Domenico Consenza

¿Derrida y Lacan? ¿Derrida con Lacan? ¿Derrida vs. Lacan? […]
Plantear lo nuevo en aquello que para algunos ha sido infértil enfrentamiento entre dos grandes autores, no implica sin embargo la confección de armonías empalagosas.
El detalle de una lectura que revela opacidades en la aproximación, puntos de oscuridad, permite afirmar que la conexión entre dos discursos es distinta a unirlos en uno.
La orientación es considerar que a pesar de haber un objeto desde el cual anudar una posible relación entre psicoanálisis y deconstruccionismo, se trata de modalidades de escritura particulares. Ahí el quid.

1. Derrida/Lacan: un exceso de cercanía

Existe un impase continuo y permanente, en mi concepto, en el corazón de la relación entre Derrida y Lacan. Algo de lo opaco ha caracterizado la relación entre el pensamiento del primero y la enseñanza del segundo, en la vía de una sustancial incomprensión recíproca, que ya existía cuando vivían. Opacidad que permanece latente, todavía no explorada ni interrogada verdaderamente, ahora que ambos están muertos. Este silencio, que permanece implícito y llega sutil hasta nosotros, tiene la estructura paradojal de la carta robada, terreno en torno al cual la querella entre el padre del deconstruccionismo y el abanderado del retorno a Freud en psicoanálisis se ha establecido. Nosotros somos hoy los destinatarios y los herederos de esta cuestión, a condición de querer aventurarnos en la empresa imposible de investigar este silencio, de auscultarlo, yendo en contra de los efectos expropiantes y feminizantes, de destotalización, que estructuralmente comporta.
No sostengo que el núcleo del problema esté situado a un nivel meramente historiográfico, ni tampoco que se resuelva en el marco de un capítulo todavía por escribirse al interior de la historia del estructuralismo francés en su etapa de crisis interna y de descomposición postestructuralista. Una operación de este tipo, que ciertamente puede ser un soporte útil con referencia a la historia del pensamiento occidental de las últimas décadas del ‘900, no alcanza el punto de mayor inercia que está en la base del problema. ¿Cómo más puede explicarse que dos autores, en muchos aspectos tan próximos, no hayan podido entenderse, ambos por campos diferentes en los confines entre psicoanálisis y filosofía, ambos lectores inspirados por la tríada Freud-Heidegger-Joyce, con un trabajo de cuestionamiento radical de la tradición?[2] Es un interrogante abierto. En su homenaje en el congreso "Lacan avec les philosophes", Derrida sugiere en un punto una clave de lectura que radicaliza la cuestión, subrayando el peso que "el exceso de vecindad" ha ejercido sobre su lectura del Lacan. Para el padre del deconstruccionismo en efecto, "el discurso más próximo", "… el discurso más cercano y el más deconstruíble […] es sin duda el de Lacan"[3]. El discurso de Lacan le era tan cercano, que no podía no leerlo. Al mismo tiempo sin embargo, y más radicalmente, ese principio del exceso de vecindad en la lectura puede ser traducido más precisamente, si se tiene en cuenta como la lectura derridiana de Lacan y la réplica expedita de Lacan sobre Derrida están desanudadas, en estos términos: demasiado cercano para poder ser leído. Mi tesis es que el principio exegético del exceso de vecindad, en la relación Lacan/Derrida, está incrustado en la lógica estructural de la carta robada; precisamente porque está demasiado cerca no logra ser vista, ni mucho menos leída. Simultáneamente, es la experiencia analítica la que muestra en el exceso de cercanía una condición que pone al analista mismo en un lugar de mayor vulnerabilidad con respecto a los efectos de captura imaginaria y de especularización en la relación de transferencia. Propongo en primera instancia leer la querella Derrida/Lacan como un caso que enseña sobre los efectos oclusivos que el exceso de cercanía produce en la lectura.
Sobre esta base podemos por ahora indicar la dificultad de Derrida, sobre todo en Le facteur de la verité, de ser justo con Lacan –para usar la fórmula que el mismo Derrida empleó en Foucault con respecto a "ser justo con Freud"-, y viceversa, la dificultad de Lacan para reconocer el valor propio del discurso de Derrida. Retomando recientemente la querella en su "Nota paso a paso" en el Seminario Libro XXIII El síntoma, Jacques-Alain Miller recompone diplomáticamente la cuestión que ha contrapuesto a su antiguo maestro de filosofía y a Lacan en estos términos:
Lacan y Derrida, cada uno de los dos es grande en su género, se trata solamente de saber cuál.[4]
No es sin embargo una indicación meramente diplomática de Miller, a pesar de su incómoda posición entre los dos maestros. Puede ser tomada en efecto como una tesis que orienta, que no cierra sino que abre. Aquí se indica una vía para superar el impase estéril del fallido reconocimiento y del recíproco desconocimiento entre Lacan y Derrida. Una vía simbólica para superar el impase imaginario entre Lacan y Derrida, entre lacanianos y derridianos. Es importante en todo caso recorrer brevemente la historia de este malentendido para buscar una salida.


2. Lacan en la metafísica y la omisión de lo real: intencionalidad y punto ciego en "Le facteur de la verité"

En efecto, hay algo de paradójico en la relación entre Derrida y Lacan que da lugar a una cierta ceguera recíproca. Por un lado, Derrida no reconocerá en Lacan, sino tiempo después de la muerte de éste último, la reformulación de la enseñanza de Freud más próxima a la lógica del deconstruccionismo. Al mismo tiempo, Lacan no reconocerá al discurso de Derrida como el más cercano posible, en el debate filosófico contemporáneo y en los límites estructurales que tal discurso consiente, a las instancias radicales e inauditas de la práctica freudiana, fruto de lo descubierto por la lectura lacaniana misma. Lacan no reconocer en Derrida a "un amigo del psicoanálisis", como él mismo llegara a definirse, en la acepción que él otorga al término "amistad".
Como señalo, el texto a partir del cual se desarrolla el problema de la relación Derrida/Lacan está constituido sobre la lectura que Derrida opera, en Le facteur de la verité del 75, del escrito que abre la recopilación de los Escritos de Lacan, "La carta robada", en el cual Lacan hace un célebre recuento de Edgar Allan Poe, exponiendo en este escenario narrativo los principios de la propia lógica del significante en psicoanálisis. En otro contexto ya había analizado en detalle los elementos de la crítica derridiana a Lacan presentes en este texto, indicando simultáneamente en el texto de Lacan los puntos ciegos que Derrida no considera en su lectura[5]. Los principios de la imputación que Derrida circunscribe en su lectura son señalados: los planteamientos de Lacan allí expresados toman para Derrida la forma de un "sistema de la verdad y de la palabra" dominado por el fonologocentrismo, por la metafísica de la autenticidad, por el idealismo del significante como átomo indestructible, por el trascendentalismo falocéntrico como condición de funcionamiento de la lógica significante, para no citar sino las críticas fundamentales. En otros términos, el discurso de Lacan es reintroducido, esencialmente, sin que él nos rinda cuentas, en el marco de la tradición metafísica en la que Derrida, en su continuación original del proyecto de destrucción fenomenológica de la ontología abierta por Heidegger en Sein und Zeit (Ser y Tiempo), trabaja en deconstruir, poniéndola al descubierto.
Lo que me impactó en ese texto de Derrida fue la presencia de un ‘doble movimiento’ en su lectura orientado a producir un efecto doble: poner a plena luz todos los puntos del discurso de Lacan reconducibles, para él, al núcleo de la metafísica de la presencia, oscureciendo todos los puntos presentes en el texto mismo que no hacen posible esta operación, y que son evidenciados poniendo así en cuestión la estrategia de la lectura derridiana. Esto impresiona particularmente en un autor como Derrida, habitualmente muy sutil al mostrar en el texto que lee las tensiones internas y los puntos de opacidad que resisten estructuralmente a la totalización hermenéutica. Las críticas a la lectura de Derrida no responden a cierto descuido de parte lacaniana. Separándolas de un propósito ideológico, me limito a poner en evidencia dos niveles de la respuesta crítica de la lectura derridiana que saltan a la vista. El primer nivel apunta a la coyuntura histórica de la lectura derridiana, que el filósofo sorprendentemente no tiene en cuenta en su deconstrucción sobre el Seminario sobre la carta robada de Lacan. En el 75 desarrollaba su crítica a Lacan en torno a un texto del 56, sin considerar el hecho de que la enseñanza del psicoanalista en dos décadas se había transformado radicalmente llegando a las conclusiones radicales, todavía hoy por descifrar, del Seminario XXIII El síntoma, realizado precisamente en el 75-76. En efecto, fue al inicio de los años sesenta que Lacan mismo había interrogado algunas tesis controversiales de su enseñanza estructuralista de los años cincuenta como el primado de lo simbólico y la autonomía del significante, la centralidad atribuida al significante fálico y al Nombre del Padre; eso al mismo tiempo que su investigación gravitaba en torno al registro de lo real y de la noción de goce, de la letra y la escritura como dimensiones en las que el significante no funciona tanto en la raíz como operador de significaciones y productor de efectos de verdad, sino como vehículo del goce fuera de sentido. Este es el pasaje completo de Lacan de la lengua de la lingüística a lalangue, materializada de modo paradigmático por Joyce[6], cuya escritura encarna la esencia de la letra como goce y desecho con respecto al sentido[7].
Por consiguiente, la lectura de Derrida se presenta a lo menos con las características de un trabajo ciertamente genial y fecundo de efectos, pero fechada y privada de rigor histórico-conceptual. En este sentido Jacques-Alain Miller la denomina "acantonada", y hace notar al respecto que el escrito de Lacan "Lituraterre" había sido publicado poco antes de Le facteur de la verité y habría bastado leerlo y tenerlo en cuenta para cambiar la perspectiva de lectura. Más precisamente avanza haciendo notar además que, en esta misma vía, la que insiste en ser la "objeción central" de Derrida a Lacan, esto es, su tesis de la intangibilidad e indestructibilidad de la letra que hace que la letra siempre llegue a su destino, ya al interior de los Escritos de Lacan se encuentra una clara refutación, en particular en "La juventud de Gide o la letra y el deseo" del 58; aquí emerge palmariamente, en la continuación del acto de Madeleine de quemar las cartas recibidas de André, que pone en evidencia el estatuto de materialidad de la letra en Lacan[8].
Hice notar en mi artículo de hace diez años como en el texto mismo del Seminario sobre la carta robada se destacan al menos tres puntos que Derrida no colige, en los cuales no ve la dimensión de lo real como irreductible a los modelos de la metafísica de la presencia, del primado de lo simbólico y de la lógica falo-fono-logocéntrica[9] . En principio una referencia clara a Joyce atraviesa su "a letter, e litter, una carta, una basura"[10]. Es la primera aparición de Joyce y de esta homofonía joyciana, que tendrá un peso decisivo en la enseñanza posterior de Lacan, hasta surgir como verdadero principio de su última enseñanza: "la letra es desecho", como lo dijo en la conferencia del 75 "Joyce y el síntoma". Precisamente aquí, en el Seminario sobre la carta robada, el texto incriminado por Derrida por haber edificado un sistema de la verdad y de la palabra en torno a una doctrina de la idealidad de la letra, encontramos ya depositado el meteorito joyciano, a la espera de estallar en la enseñanza de Lacan.
En segundo lugar, en la "Presentación de la continuación", Lacan avanza una afirmación que marca el estatuto limitado de lo simbólico, donde afirma que "…no basta con este orden constituyente de lo simbólico para hacer frente a todo"[11].
Finalmente, en un punto del "paréntesis de los paréntesis", adjunto al Seminario de la carta robada del 66, Lacan diferencia el estatuto del Ello del de lo inconsciente estructurado como un lenguaje", subrayando que el primero se presenta respecto del segundo como "logísticamente desunido y subjetivamente silencioso", reenviando al "silencio de la pulsión"[12].


3. Lacan sobre Derrida: escritura del nudo y escritura de la precipitación significante

Las referencias de Lacan a Derrida en el curso de su enseñanza son extremadamente raras. Podríamos aislar al menos dos puntos en el espectro del Seminario. La primera referencia, muy anterior a la publicación de Le facteur de la verité, la encontramos en el Seminario XVIII De un discurso que no fuera semblante (lección del 10 de marzo del 71). Aquí Lacan hace una alusión inequívoca al pensamiento de Derrida, pero sin especificar su nombre. La segunda referencia, desarrollada explícitamente, la encontramos en el Seminario XIII El síntoma, en la última lección del 11 de mayo del 76, por ende un poco después de la publicación del clásico texto derridiano sobre Lacan. Todavía no encontramos aquí alguna traza que nos haga pensar en una lectura y en una toma de posición de Lacan con respecto a la crítica levantada por Derrida. En este sentido, si el destinatario de Le facteur de la verité era para Derrida Lacan mismo, es necesario decir que la obra no llega a su destino, al menos en el sentido de no haber suscitado una réplica considerada. Con el tiempo fueron editadas las obras más clásicas del pensamiento de Derrida, entre las cuales se destaca la recopilación de ensayos La escritura y la diferencia (1967), donde está incluido el célebre "Freud y la escena de la escritura", que ofrece in nuce el corazón de la lectura derridiana del psicoanálisis.
No obstante, está ya presente en la referencia de Lacan del Seminario XVIII el elemento de la réplica a una acusación. Acusación que gira en torno al estatuto de la "palabra plena", como se pone de presente en el inicio de la enseñanza de Lacan en psicoanálisis, en particular en "Función y campo de la palabra y del lenguaje", pero también por ejemplo en "La Cosa freudiana". Palabra plena, palabra inspirada, que en la perspectiva derridiana es reconducida al núcleo del fonologocentrismo de la metafísica de la presencia, y de la cual es necesario hacer una desedimentación deconstructiva que permita la emergencia diferida de una escritura constituyente, aunque imposible (puesto que no pudo darse en la forma de la simple presencia), marca de un no origen al origen, de un suplemento al origen, aquello que Derrida nomina como ‘arquiescritura’. La réplica de Lacan es expedita y se articula sobre tres puntos: 1) distinguir el campo de la filosofía del campo analítico, mostrando cómo se arraigan en dos discursos diferentes, el primero en el discurso universitario y el segundo en el discurso analítico; es evidente la alusión de Lacan según la cual la elaboración de Derrida se mueve al interior de la lógica del discurso universitario, irreductible a la lógica del discurso analítico; 2) remarcar la esterilidad de la operación derridiana orientada a reconducir la considerada palabra inspirada y plena al núcleo del logocentrismo, y a abrir una mítica arquiescritura como punto ciego de todo aquello que se ha pensado sobre la escritura; 3) desmarcar el uso propio de la noción de ‘palabra plena’ de la formulación logocéntrica que nos ha traído Derrida, poniendo en evidencia dos aspectos esenciales de la misma: a) la función de la palabra llena, y más precisamente "…llena la función de La Cosa", aun cuando su estatuto no es del todo originario sino que está subordinado a la función del objeto (a) como presentificación imposible del objeto mítico de la primera experiencia de satisfacción; b) "… la palabra supera siempre al hablante, el hablante es hablado, he aquí aquello que yo enuncio desde hace un tiempo"[13].
Con otro tono aparece aquello que Lacan dice sobre Derrida en el seminario XXIII. Aquí en efecto, más que defenderse de la crítica derridiana, avanza afirmativamente en la dirección de un más allá de la posición del maestro del deconstruccionismo. El punto clave apunta al problema de la escritura, y precisamente en torno a esto Lacan reinterpela a Derrida, pero esta vez a partir de aquello que considera el punto terminal más sólido de su propia enseñanza: la estructura del nudo borromeo.
Primero que todo, Lacan avanza en la tesis del nudo borromeo como escritura. La experiencia del nudo se encarna en efecto en una práctica de la escritura en los límites de la desimaginarización irreductible a la estrategia logocéntrica de duplicación de la palabra. Al contrario, el nudo no puede producirse sin escribirlo, es en sí mismo una escritura, un hacer que es sostén del pensamiento:
Este nudo es un apoyo para el pensamiento, pero, curiosamente, para obtener algo de él, hay que escribirlo, mientras que, sólo con pensarlo, no es fácil representárselo, ni siquiera el más simple. Este nudo, este nudo bo, conlleva que hay que escribirlo para ver cómo funciona.[14]
En segundo lugar, Lacan distingue su posición de la de Derrida, en los términos de dos modalidades diferentes de escritura: la propia escritura del nudo borromeo, por un lado, y la "escritura como precipitación significante" en lo que refiere a Derrida. Es una mutación relevante respecto del Seminario XVIII: allí la diferencia estaba trazada por Lacan en términos de una pertenencia a dos discursos distintos, el universitario y el analítico; aquí la diferencia viene remarcada a partir del problema de la escritura. Es interesante también ver como aquí Lacan articula tal diferencia entre la escritura del nudo y la escritura como precipitación significante. Lacan a esta altura parece leer la posición de Derrida sobre la escritura ya no como una elaboración especulativa y estéril, efecto de la lógica del discurso universitario, sino más bien como la expresión de una posición que perteneció al mismo Lacan, y de la cual el filósofo no reconoce la deuda. Por tanto, es por la vía de un avance producido al interior de su propia investigación que Lacan aquí se refiere a la posición de Derrida como una posición que él formuló y que en parte ha superado:
Una escritura es, pues, un hacer que da sostén al pensamiento. A decir verdad, el nudo bo cambia completamente el sentido de la escritura. Confiere a dicha escritura una autonomía, tanto más notable cuanto que hay otra escritura, esa que resulta de lo que se podría llamar una precipitación del significante. En ella insistió Derrida, pero es completamente claro que yo le mostré el camino, como ya lo indica suficientemente que no he encontrado otra manera de sostener el significante más que con la escritura de S mayúscula[15].
Podemos aquí retomar la indicación señalada por Miller de adentrarse en la relación entre Derrida y Lacan a partir de la distinción de los géneros de grandeza respectivos, ligándola a esta afirmación de Lacan sobre la escritura: La distinción entre la escritura del nudo borromeo y la escritura como precipitación significante. El área común de la escritura asumiría aquí, siguiendo a Lacan, dos modalidades diferentes de experiencia y de práctica de la escritura. ¿Puede pensarse bajo este prisma la diferencia específica entre la práctica analítica lacaniana y la práctica de la deconstrucción?


4. Entre amor y muerte: El retorno de Derrida sobre Lacan en "Pour l’amour de Lacan"

Derrida vuelve a confrontarse en un escrito sobre Lacan, varios años después de la muerte del psicoanalista, en el congreso del 92 "Lacan avec les philosophes" organizado en Paris en su honor por el Collége International de Philosophie. La coyuntura de su muerte acaecida en el 81 no es indiferente para los desarrollos del discurso que Derrida presenta aquí: Muerto Lacan, el amor hacia su pensamiento pudo encontrar el puesto justo, explicitado en el texto del filósofo. Derrida en efecto, sin desmeritar las críticas señaladas en Le facteur de la verité, hace en esta ocasión un elogio articulado de Lacan, poniendo en evidencia aquellos puntos nodales que hacen a su enseñanza imprescindible para el pensamiento contemporáneo. Tal elogio se articula fundamentalmente en tres puntos: a) la función de Lacan con respecto al pensamiento contemporáneo; 2) el modo de ser y de interrogar de Lacan a los filósofos; 3) Lacan psicoanalista filósofo.
Sobre el primer punto, el homenaje del filósofo es radical: nada nuevo hubiera podido producirse en el pensamiento de los últimos decenios sin relación con Lacan:
…nada de aquello que ha podido transformar el espacio del pensamiento en el curso de los últimos decenios habría sido posible sin alguna clarificación con Lacan, sin la provocación lacaniana, cualquiera que sea el modo en que se la reciba o se la discuta, y agregaría, sin alguna clarificación con Lacan en su claridad con los filósofos[16].
Podemos considerarlo en el fondo como una admisión implícita de la deuda que su propio pensamiento contrajo con la enseñanza del psicoanalista francés.
En segundo lugar, Derrida marca la unicidad del modo de Lacan de "ser-con" los filósofos[17], auscultarlos, de interrogarlos y de interpretarlos. "Ausculador formidable"[18] en su lectura de los pensadores, que aparecen a lo largo de toda su enseñanza, "Lacan a puesto en escena el deseo singular del filósofo"[19], el punto de enunciación del discurso de cada uno, el punto ciego invisible en el sistema de sus enunciados que nos causa la producción. El "ser-con los filósofos" de Lacan hace de pendant en Derrida cuando se define a sí mismo como "amigo del psicoanálisis"; se trata, en la lógica revisada del mit-sein expuesta por Heidegger en la analítica existencial de Sein und Zeit, de una relación de consubstancialidad: Nada Lacan sin su relación con los filósofos, nada Derrida sin su relación con el psicoanálisis.
En suma, Derrida subraya, más allá del Lacan lector de filósofos, la originalidad filosófica de Lacan mismo y su opinión, la más rigurosa en filosofía entre los psicoanalistas; elogio que si bien Lacan no hubiera agradecido, es el mismo a sostener en el Seminario El síntoma por haber ensayado, a través de la topología del nudo borromeo, dar vida a aquello que para él se presentaba como la primera filosofía sostenible:
…con mi nudo bo intento nada menos que hacer la primera filosofía que me parece sostenerse.[20]
Para Derrida, Lacan era un filósofo mucho más advertido que Freud; y más generalmente:
El refinamiento y la competencia, la originalidad filosófica de Lacan no tiene precedentes en la tradición del psicoanálisis[21].
Precisamente por todo esto, Derrida declara una propia imposibilidad-de-ser con respecto a Lacan:
….yo no puedo ser con Lacan como un filósofo sería con un psicoanalista[22].
El exceso de proximidad, el Lacan demasiado filósofo, el Derrida demasiado adentrado en el terreno del psicoanálisis, vuelve a trazar el escenario de la relación entre los dos grandes maestros, esta vez en modo explícito en el elogio derridiano a Lacan. Es en el fondo una interpretación interna del destino de tal relación la que Derrida ofrece. A esta siguieron en el tiempo reconocimientos más directos del peso de la enseñanza de Lacan sobre su propio pensamiento, como por ejemplo la centralidad de la referencia a la teoría del amor como dar aquello que no se tiene[23], en la cual el filósofo reconocerá un rol esencial, junto al de su maestro Lévinas, en la tematización de la ética como don, desarrollada en el trayecto más avanzado de su investigación.


5. Dos prácticas de lo imposible: psicoanálisis y deconstruccionismo

Después de la muerte de Derrida, la cuestión de hacer claridad sobre el objeto de la disputa es transmitida a los herederos del padre del deconstruccionismo, y a los alumnos del psicoanálisis reformulado por Lacan. Parece demasiado fácil resolverla como una querella imaginaria entre dos grandes pensadores ahora muertos, y que no tiene sentido revisar. En realidad mi tesis es que el objeto de la cuestión Derrida/ Lacan trasciende lo imaginario, no es reabsorbible en la dialéctica especular de reconocimiento/desconocimiento. Por el contrario, la apuesta en juego es la cuestión de lo imposible, a la cual tanto Lacan como Derrida, vía Freud, llegan a partir de caminos diversos. Ambos lectores radicales del más allá del principio del placer, elevan el enigma freudiano de la compulsión a la repetición y de la pulsión de muerte a principio estructural de la experiencia, sopesando el alcance de sus consecuencias sobre la tradición del saber occidental y de su ordenamiento disciplinar y discursivo. Lacan aísla lo real del goce, irreductible tanto a la dialéctica especular del reconocimiento como a la lógica del significante, como el objeto mismo de la cura analítica de aislar a través de un proceso de reducción y vaciamiento progresivo, que va en la dirección de un aligeramiento del sujeto de la significación fantasmática que lo ha signado hasta llegar al núcleo de sin sentido que le es propio: A su modo de goce particular. Derrida, por su lado, define el corazón del deconstruccionismo como una práctica que gira en torno de lo imposibe de decirse:
… lo imposible es el affaire del deconstruccionismo[24].
Más exactamente, para desmarcar la práctica deconstruccionista de Derrida de la tendencia metodológica que prolifera sobre todo en los Estados Unidos en el ámbito de la literatura, es esencial tener en cuenta la precisión con la que la define, esto es, como experiencia de lo imposible:
Inútil recordar otra vez que el deconstruccionismo, si existe un, no es una crítica, y mucho menos una operación teórica o especulativa metódicamente conducida por alguien, sino que si existe, ésta tiene lugar (…) como experiencia de lo imposible[25].
Volviendo a la indicación de Miller, podemos decir que efectivamente Lacan y Derrida se diferencian por la modalidad de aproximación a lo imposible, pero que encuentran en este último el objeto real, el núcleo de la herencia de Freud, que les tiene unidos en la discordia. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis lacaniano y el deconstruccionismo derridiano se configuran, primera tesis, como prácticas que gravitan ambas en torno a lo imposible de decirse, que apuntan al punto ciego de la significación. La relación entre psicoanálisis y deconstruccionismo, entre Lacan y Derrida, no se caracteriza en términos de una intersección vacía. El área ‘Lacan/Derrida’ existe y está habitada por un objeto en común que es lo imposible de decir.
Todavía, segunda tesis, tendríamos que hacer con estas dos diversas e irreductibles prácticas de lo imposible. La práctica lacaniana va en la dirección de una reducción que apunta a aislar el modo de goce singular del sujeto, y se orienta a configurarse como una experiencia que se concluye con la asunción, de parte del analizante, de su punto de imposible, Lacan dirá con la identificación al propio síntoma. El corte, la reducción, el aislamiento, el vaciamiento, el anudamiento, el encadenamiento, son las operaciones prácticas, iluminadas por la topología del nudo borromeo. La práctica derridiana no va en el sentido de una reducción conclusiva, sino que mantiene en circulación el empuje infinito que Lacan definía como "precipitación significante" sin momento de concluir. En este orden de ideas, puede verse ahora más claramente la distinción avanzada por Lacan en el Seminario XXIII entre su escritura del nudo borromeo y la escritura como "precipitación significante" de Derrida. Gran parte del destino exegético de la cuestión Lacan/Derrida parece tener que pasar por la dilucidación de estos dos géneros diferentes de escritura de lo imposible.
Un ulterior punto de interés que amerita ser profundizado apunta a la herencia de la cual Lacan y Derrida son portadores. De un lado es más patente aquello que les es común, esto es, junto a la referencia cardinal a Freud, la herencia de la cual toman distancia de Hegel e Heidegger, además de la referencia sideral a Joyce. Este último reviste un puesto muy especial en el discurso, como cualquiera que hable de éste en el futuro.
Importante me parece también iluminar los puntos de heterogeneidad en la filiación filosófica. De un lado es indudable la deuda de Derrida en la confrontación de Nietzsche, que en mi concepto no reviste del todo en Lacan una centralidad comparable. Por otro lado, hay una referencia cardinal en la enseñanza de Lacan, que tiene un rol marginal en Derrida: Es Spinoza, del cual Lacan ha adquirido indudablemente el gusto por la formación de la estructura de la experiencia humana en términos de matema[26]. Si es verdad que en la etapa más avanzada de la última enseñanza de Lacan éste suelta la mano de Spinoza (además de la de Freud) para tenderla a Joyce, no es infundado hipotetizar que su escritura más topológica del nudo borromeo realiza el deseo de un spinozismo sostenible en la época contemporánea.

Traducido por: Andrea Mojica


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Notas
1-
Intervención en el Coloquio italiano ""Sobre Jacques Derrida. Escritura filosófica y práctica de la deconstrucción", organizado por el Departamento de Filosofía de la Università degli Studi di Milano a Gargnano sul Garda (BS), Palazzo Feltrinelli, el 19-21 de abril de 2007.
2-
EN EL ORIGINAL LA FRASE NO TIENE SIGNOS DE INTERROGACIÓN, PERO CONSIDERO QUE PARA LA LECTURA EN ESPAÑOL RESULTA MÁS CLARO Y ADECUADO.
3-
J. Derrida. "Pour l’amour de Lacan" (1992), en J. Derrida, Résistences de la psychanalyse, Galilée, Paris, 1996, p. 74, trad. Basado en traducción del autor.
4-
J-A. Miller. "Nota paso a paso", en J. Lacan, El seminario Libro XXIII El síntoma (1975-1976). Buenos Aires: Paidós. Página 230.
5-
D. Cosenza, "La lettera di Freud tra psicoanalisi e deconstruzione: Derrida e Lacan", in Fenomenologia e societá, n. 2, anno XXII, 1999, pp. 137-143. El volumen recoge las Actas del Congreso Jacques Derrida: dalla fenomenología all’etica, organizado por el Seminario Permanente de Filosofía contemporánea y por el Instituto Filosófico Aloisianum de Padua el 16-17 de enero de 1999.
6-
Ver al respecto la lectura del Seminario XXIII realizada por Jacques-Alain Miller en Pezzi staccati, Astrolabio, Roma 2006.
7-
"Y para subrayar el peso de esta palabra literatura, señalaré el equívoco con el que a menudo juega Joyce –Letter, litter. La letra es la basura". J. Lacan, "Joyce el síntoma, por Jacques Lacan" (1975), "Apéndice" de El Seminario. Libro XXIII. El Síntoma, cit., p. 163.
8-
J.-A. Miller. "Nota paso a paso", cit. 228.
9-
D. Cosenza, "La leterra di Freud ra psicoanálisis e Deconstruzione: Derrida e Lacan", cit., pp, 141-142.
10-
J. Lacan. "Seminario sobre la carta robada", en Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI editores. 2003. Pp. 19.
11-
Ibidem, p. 36.
12-
Ibidem, p. 49.
13-
J. Lacan, Le Seminaire. Livre XVIII. D’un discours qui ne serait pas du semblant, cit., p. 78. Traducido a partir de la traducción del autor.
14-
J. Lacan. El Seminario.Libro XXIII. El síntoma.cit. p.142.
15-
Ibíd.
16-
J. Derrida, "Pour lámour de Lacan", cit. P. 64. Traducción a partir de la traducción del autor.
17-
Ibidem, p. 65.
18-
Ibidem, p. 80.
19-
Ibid.
20-
J Lacan, El Seminario. Libro XXIII. El síntoma. Cit., p. 143.
21-
J. Derrida, "Pour l’amour de Lacan", cit. P. 65.
22-
Ibidem, p. 75.
23-
J. Derrida, Ecografía della televisione, Cortina. Milano, 1997, p. 23.
24-
J. Derrida, "Pour l’amour de Lacan", cit., p. 66.
25-
Ibidem, p., 73.
26-
Sobre el Spinozismo sui generis de Lacan me permito reenviar a D. Cosenza, "Spinoza e la clínica matematica degli affetti", La Psicoanalisi, n. 27, gennaio-giugno 2000, pp. 109-121.