martes, 8 de enero de 2008

Pablo Peusner. "El psicoanalista lector"

Este texto es el capítulo primero de mi libro "Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños", publicado en Bs. As. por la editorial Letra Viva en 2006.
Puesto que de aquí surgió el significante que nombra a este blog, quería abrirlo para aquellos que estén un poco más lejos y no hayan podido aún encontrarse con el libro.

Un gran saludo

PP

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No sé si acaso se han detenido a reflexionar un instante acerca del título con el que los he invitado a trabajar. Porque, si bien articular los “fundamentos” con la “interpretación y la transferencia” constituye un tópico común entre los analistas, he incluido una cláusula que determina que dicho trabajo se realizará en el marco de la “clínica psicoanalítica lacaniana con niños”. Y para que se entienda bien qué quiero decir, para que mi posición quede lo más clara posible, voy a contarles una pequeña historia.
El año pasado, en diciembre, en plena euforia de fin de año, adelanté a muchos de ustedes el título para este año; lo que fue posible porque ya me había puesto a preparar un programa a partir del título y también una pequeña reseña de temas. En febrero, luego de las vacaciones, retomé mis actividades en la ciudad, pero como aún no tenía todos los horarios cubiertos, dediqué cierto tiempo a recorrer librerías. En una de ellas, encontré un librito titulado “Transferencia e interpretación en la práctica con niños”. Me sobrevino una angustia… Me dije: “Soy un plagiario, como el famoso paciente de Kriss”. Supuse que tal vez había visto ese libro alguna vez y luego lo había olvidado. Bueno… lo compré. Son las actas de unas jornadas nacionales realizadas en agosto de 1991 sobre este tema. Me bastó una tarde para leerlo todo y, cuando lo terminé, volví sobre el título “Transferencia e Interpretación en la práctica con niños”. Y entonces me pregunté: ¿Práctica de qué?. El título era tan ambiguo que me sorprendió; pero no llegué al título sino después de leer todo el libro. ¿Con qué intención fue utilizado el significante “práctica” en el título? Es un título que, de tan ambiguo, no dice nada. Nosotros lo damos casi por supuesto porque vivimos en un mundo de psicoanalistas lacanianos y la aparición de las palabras “transferencia” e “interpretación” algo sugieren… Pero supongan que este libro cayera en manos de alguien que no participara de nuestro mundo, que estuviera sujetado por otras cadenas significantes; supongan que se tratara de un abogado especialista en minoridad, o quizás una maestra. ¿Comprenderían lo mismo que nosotros?
Como tenía tiempo, realicé una pequeña investigación en el Diccionario de la Real Academia Española: busqué qué quería decir “práctica” en ese diccionario. El diccionario arroja “práctica/co” y las primeras cinco definiciones apuntan a “práctico/ca” como adjetivos. Yo no estaba buscando un adjetivo, sino un sustantivo. Por eso es que voy a leerles las definiciones del sustantivo “práctica/co” a partir de la sexta acepción:

“m. Práctico: Técnico que por el conocimiento del lugar en que navega dirige el rumbo de las embarcaciones en la costa o en un puerto”. [1]

No era ese el significado que buscaba, porque no tenía nada que ver con el tema del libro en cuestión. No me aportaba en lo concerniente a establecer un significado para el título.
La séptima acepción dice:

“f. Ejercicio de cualquier arte o facultad conforme a sus reglas”.

Ese podía ser porque podía tratarse de un ejercicio con los niños, un ejercicio de cualquier arte o facultad conforme a sus reglas. El problema es que no decía cuál. Era sumamente inespecífico. Muy bien, lo dejé pendiente. La octava acepción dice:

“Destreza adquirida con este ejercicio”.

Es como cuando nosotros decimos “Yo tengo mucha práctica en dar clase”. Es decir, cuando alguien, por acumulación de experiencia, lleva adelante fácilmente cierto tipo de ejercicio. De todos modos, no era lo que estaba buscando. El título del libro seguía siendo oscuro. Sigo:

“Uso continuado, costumbre o estilo de algo”.

Por ejemplo, la práctica del uso del diván. Tampoco me servía. A estas alturas ya me estaba extenuando. La décima acepción:

“Modo o método que particularmente observa alguien en sus operaciones”.

Este sí. Pensé entonces: debe ser un modo o método que utiliza alguien en sus operaciones con los niños. El tema es que no se refería a qué operaciones, porque es obvio que hay muchas operaciones que pueden llevarse a cabo con niños.
La acepción número once:

“Ejercicio que bajo la dirección de un maestro y por cierto tiempo, tienen que hacer algunos para habilitarse y poder ejercer públicamente su profesión”.

Por ejemplo, las prácticas hospitalarias. Pero esta acepción tampoco aportaba claridad al título del libro.
Y la última:

“Aplicación de una idea o doctrina”.

Aquí el uso estaría justificado. El problema es que no había en el título indicación alguna sobre dicha “idea o doctrina” aplicada a los niños. ¿Cuál era? ¿De qué campo provenía?
Luego de este trabajo, de esta pesquisa, llegué a una conclusión: esta gente, por algún motivo, no quería decir que eran psicoanalistas; rehuían al uso del adjetivo psicoanalítico para nombrar lo que hacen. Y lo reducen a llamarlo práctica.
A mí me llamó mucho la atención porque en mi propuesta de trabajo para este año, donde ellos ponen práctica, yo necesité tres palabras: clínica psicoanalítica lacaniana (ya van a ver que esta diferencia en los títulos es consecuente con el contenido de una y otra posición teórica. Esto apunta a tratar de determinar con mucha precisión de qué se trataba. Primero se trataba de clínica, es decir, no de una práctica cualquiera. De una práctica clínica, que no es lo mismo que la práctica del diagnóstico, por nombrar sólo otra posibilidad a modo de ejemplo. Psicoanalítica, que no es cualquier clínica, no es clínica médica, ni psicológica. Pero a su vez lacaniana, es decir, sostenida a partir del marco teórico propuesto por un autor en especial. No se abordaría cualquier clínica psicoanalítica (ustedes sin duda conocen muchos autores en psicoanálisis) sino la de Jacques Lacan.
Esto es lo primero que me pasó aquella tarde: una desilusión con el título del libro.
Ahora bien, pasado el primer impacto de mi propia lectura, me pregunté: ¿por qué era necesario leer un texto (en este caso un título) así? ¿Por qué ante la presencia de un texto desarrollé tanta teoría, la que me llevó a plantear una hipótesis acerca de la posición enunciativa de los responsables del libro? Y si me lo vuelvo a cuestionar ahora, aquí, ante ustedes, es porque en definitiva con vuestra presencia aceptan mi estilo de lectura, suponiendo que bajo su forma puede transmitirse una enseñanza. Porque lo que voy a tratar de transmitirles es mi posición para leer en la obra de Lacan la articulación entre la interpretación y la transferencia para la clínica con niños.
¿Por qué leo así? Leo así porque es como entiendo que debe leerse un texto. Leo así a partir de cierta manera de considerar un texto. Para ello siempre me ayudaron distintos autores, aunque el principal siempre fue Lacan. De todos los otros autores con los que afirmé una posición de lectura, me gustaría destacar a Umberto Eco. Propuse como bibliografía tres libros de Umberto Eco: “Interpretación y sobreinterpretación”, “Los límites de la interpretación” y “Lector in fábula”. Esos tres libros proponen cierta teoría de la interpretación —por supuesto que en semiótica—. Pero lo curioso es que los tres libros trabajan muchísimo el problema de cómo limitar la interpretación de un texto. Es decir, yo podría hacer múltiples interpretaciones de la Biblia, pero jamás podría afirmar que se trata de “una de vaqueros”. Es el gran problema que tenemos en psicoanálisis. Es muy peligroso ser un psicoanalista caprichoso con la interpretación.
Ahora bien, Umberto Eco, en el libro titulado “Lector in fábula” (que tiene un subtítulo muy interesante: “La cooperación interpretativa en el texto narrativo”), plantea que para lograr una interpretación tienen que cooperar el lector con el autor; es decir que quien decide qué dice un texto no es aquella persona que lo ha escrito, sino que la interpretación se produce entre el lector y el autor. Apenas un par de líneas:

“El texto es una máquina perezosa que exige del lector un arduo trabajo cooperativo”. [2]

Es raro… El texto como “máquina perezosa” supone que el texto no da por sí mismo todo lo que podría dar, que es flojo, que es vago —en el doble sentido de la vaguedad y también en el sentido de la vagancia—. Hace falta que uno, leyéndolo, coopere con él. Es en esa espacialidad casi “transicional” de la cooperación que, según Eco, se produce la interpretación. Volveremos sobre este asunto.
Lacan también habló de este problema, aunque desde otro sesgo. En la primer carilla de “La instancia de la letra...”, afirma:

“Lo escrito se distingue en efecto por una preeminencia del texto lo cual permite ese apretamiento que a mi juicio no debe dejar al lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil”. [3]

Les propongo que trabajemos esta cita. “Lo escrito se distingue en efecto por una preeminencia del texto” es cierto: la preeminencia no es de la interpretación, sino del texto. Lo más importante en lo escrito es el texto que soporta el escrito ¾quizá por eso solemos estar con el libro en mano, al momento de intentar transmitir alguna idea¾.
“Lo escrito se distingue por una preeminencia del texto lo cual permite ese apretamiento...”. ¿Apretamiento de qué? De lo escrito. ¿Notaron el modo en que Lacan comprimía una idea en una línea? Entonces, termina sosteniendo que lo escrito permite ese apretamiento que, a su juicio, no debería dejar otra salida que su entrada. Lacan propone que el escrito permite apretar de tal manera al texto que, para quien lee, la única salida que le queda es entrar, meterse, forzarlo. La única salida que hay con lo escrito es entrar. Ahora bien, Lacan calcula la entrada: difícil. Es difícil entrar al texto de Lacan, pero no me digan que no es difícil también entrar al texto de algunos analizantes.
Lacan nos calculó como dispuestos a enfrentar un texto difícil, que nos deja una única salida para poder captarlo: entrar en él, y en algunos casos sumergirnos de cabeza allí. Ahora bien, ¿qué nos pasa habitualmente cuando enfrentamos este tipo de textos lacanianos? Creo que todos nosotros entraríamos en una pequeña clasificación que les propongo de, al menos, dos categorías: o somos lectores mártires, o somos lectores trabajadores (estoy parafraseando una sugerencia de Colette Soler para situar al psicótico en relación con su delirio. Espero que no se enoje por este pequeño juego). El lector mártir de Lacan es el que muere en el intento, y que resuelve su posición en un “¡qué h de p que es Lacan!”, o en un “¡que estúpido que soy yo!” —porque si la falla no recae en el Otro, la hace recaer sobre sí mismo—.
La otra posibilidad es la del lector trabajador, que es la que me parece que calculó Lacan al afirmar explícitamente “mis textos van a ser difíciles”. Lacan aseguraba que serían necesarios diez años para que sus escritos fueran digeridos fácilmente. El cálculo falló porque los escritos son del 66. Pasaron desde entonces más de cuarenta años, y la verdad es que sigue habiendo zonas muy oscuras (aunque es cierto que hay otras que se esclarecieron muy bien).
Mi propuesta es que el texto de Lacan, como todo texto, exige un Lector Modelo. Hoy en día en teoría semiótica y en teoría lingüística, tanto como en todos los estudios de literatura, se trabaja con la noción de Lector Modelo: esto es, el que sugiere la posición ideal de lectura para el lector de todo texto. Es así que todo texto exige, al menos, que el lector comparta los tópicos de la Enciclopedia en la que está escrito. Se le exige al Lector Modelo tener una capacidad de conocimientos como para poder realizar una lectura. Lacan se adelantó un poco a esa concepción de Lector Modelo, pero así y todo él calculó que su Lector Modelo no debía temerle a la dificultad. Para nosotros, que hablamos español, se nos presenta otro problema, y es que Lacan pensaba y hablaba en francés. Pero también nos cuestionan sus múltiples referencias a otras disciplinas, muchas de ellas desconocidas por nosotros. Pero no por ser ignorantes, sino porque el Lector Modelo no podría coincidir con persona alguna. Ni siquiera supongo que Lacan fuera tan súper-enormemente culto como para poder citar de memoria y hacer referencias a tantas cosas; creo que más bien se trató de una maniobra en la construcción de su corpus teórico, tendiente a —tal como él dice en el texto que les cité— apretar el texto y dificultar la entrada del lector en él.
Encontré hace unos días el testimonio publicado de un lector de Lacan. En realidad, se trata de una persona que entrevistó a Lacan con ocasión de la aparición de los “Écrits”. La entrevista fue publicada el 29 de diciembre de 1966 (los “Escritos” habían aparecido en noviembre) por el suplemento literario del diario Le Figaro - Figaro littéraire. La persona en cuestión es Gilles Lapouge, periodista especializado en cuestiones culturales. Les leo una pequeña reflexión que Lapouge introduce en medio del diálogo con Lacan. Es una verdadera pena que el texto no esté traducido al español, les propongo una traducción posible (yo lo bajé de la página web de la École Lacanienne de Psychanalyse). Dice:

“No se entra en los Escritos como en un molino y es necesario pagar el precio. Se pena, se resopla, se avanza, se avanza con dificultad, se maldice, se cree que se ha ganado y en realidad se ha perdido, uno flota o se disuelve en ellos. Se abandona, o bien, se insiste. Yo lo sé, hablo con experiencia, parto de ellos o, más bien, aún no he partido. Sin embargo, si esta obra es difícil, jamás es oscura. Y esta dificultad gobernada obedece a ciertos designios bien precisos.
Catacresis y sinécdoques, litotes, hipérbaton y metonimias, metáforas, nada en la retórica es extraño a Jacques Lacan, quien, por ser medido, utiliza también el grafo, las nociones de la matemática boubarkiana y las elegancias de lenguajes bien próximos al gongorismo. Algunos de sus críticos ven allí una coquetería y se impone aceptar que Jacques Lacan se expone, en efecto, a tal reproche. Después de todo, si tales cosas lo apenan, no se dirigen sino a sí mismo.
Se presiente que tal laberinto verbal tiene su necesidad y que la pena impuesta al lector forma parte íntimamente del motivo del autor. Si el estilo de Lacan está tallado en espejos, si sus avenidas son complicadas y si las figuras de la retórica aumentan su espacio ambiguo, es probablemente que compromete ya una cierta manera de leer”. [4]

Este periodista sabía que se trataba de un modo de entrada difícil. Y cuando leí el texto por primera vez, me llamó la atención una lista de figuras retóricas que Lapouge recortaba en los textos de Lacan; figuras que había olvidado hace mucho tiempo y que este texto me brindó la ocasión de recordar.
Bueno, les cité estos párrafos de Lapouge porque, aun tratándose de alguien que no es psicoanalista, si él aceptó el desafío de la “entrada difícil” a los textos de Lacan, ¡cómo no lo vamos a aceptar nosotros! Ahora bien, después de aceptar esta cláusula, el problema es que uno tiende a asumir una posición de “lector de textos difíciles” incluso allí donde el cálculo para el Lector Modelo sea mucho más humilde. De todos modos, no creo que tal posición genere un obstáculo, sino que más bien contribuye a desenmascarar muchas estafas…

Luego de esta primera vuelta, les propongo que volvamos al librito cuyo título ya hemos analizado (descubriendo el ocultamiento del significante “psicoanálisis” bajo el de “práctica”).
Este libro concluye con un trabajo que se llama “A modo de conclusión en lo referente a la presencia de los padres y la institución en psicoanálisis con niños”. Yo me dije: “¡Bien! Alguien que dice algo sobre la presencia de los padres”. Este es el tema maldito en psicoanálisis con niños. Puesto que la intervención es presentada como “A modo de conclusión...”, mi hipótesis de lectura fue que quien iba a tomar la palabra improvisó su discurso a partir de lo que escuchó en las Jornadas. También pensé que el hecho de que su grupo de referencia, su grupo institucional, le permitiera improvisar unas palabras que valieran como conclusión, significaba que la persona en cuestión era tenida en alta estima por su conocimiento y capacidad de procesamiento rápido de lo discutido en las Jornadas. El libro también tiene unas “palabras de cierre”, pero al leerlas uno nota que estaban escritas desde antes, porque no retoman cuestiones planteadas a lo largo del libro. Es más bien un texto independiente. En cambio, el texto “A modo de conclusión...” evidentemente busca, bastante apretadamente por cierto, reducir a pequeñas fórmulas ciertas cuestiones efectivamente discutidas en el encuentro. Tal vez, para las “palabras de cierre”, estos temas se calcularon virtualmente a partir del programa de las Jornadas, y quizá en las discusiones mismas se alejaron de lo previamente pautado.
Entonces, nos encontramos con un texto de trece párrafos. Siete párrafos a razón de cuatro líneas cada uno aproximadamente dedicados a la presencia de padres. Seis al lugar de la institución en clínica de niños. Está bien que sea cortito: se trata de una conclusión.
Les voy a leer el último párrafo de los que dedica a la presencia de los padres:
“Si bien contamos con esta presencia de los padres, sólo es posible el análisis de un niño si mantenemos la escucha a él mismo separada de aquellos, escucha que nos va a permitir situar, de acuerdo a los tiempos lógicos, la posición del niño en la estructura para la dirección de la cura”. [5]

La conclusión opera a partir de un hecho consumado que es la presencia de los padres. Pero, ante ese fenómeno (que se propone casi como un real), quien está en uso de la palabra afirma que el análisis de un niño sólo es posible —y les ruego que escuchen el valor del “sólo es posible”— si se mantiene la escucha del niño separada de la escucha de los padres. He aquí la conclusión, sin comentarios por ahora.
Pero no es todo, porque fíjense en cómo termina el párrafo:

“(...) escucha que nos va a permitir situar, de acuerdo a los tiempos lógicos, la posición del niño en la estructura para la dirección de la cura”.

¿No están algo cansados del uso que ciertos hablantes psicoanalistas hacen de los significantes del corpus teórico lacaniano sólo para certificar su pertenencia al mismo y sin ningún valor teórico específico para la frase en la que son utilizados? Efectivamente, en el mercado lingüístico de los psicoanalistas lacanianos, cotizan bien significantes como “tiempos lógicos”, “dirección de la cura” y tantos otros. En este párrafo, el uso de “tiempos lógicos”, “niño en la estructura” y “dirección de la cura” no quieren decir nada. Son sólo una indicación de la posición del hablante, indicación presuntuosa, la marca del epígono…
No voy a hacer una crítica directa de ese párrafo presentado “A modo de conclusión...”, aunque francamente me parece un disparate teórico tanto como retórico. Prefiero contrastarlo con una idea muy interesante de Jacques Lacan, presentada en su Seminario 3, sobre “Las Psicosis”, clase X, apartado 1 de la edición española de Paidós, páginas 191 y 192. Les propongo una lectura comentada.

“Un campo parece indispensable para la respiración mental del hombre moderno...”. [6]

¿Qué querrá decir “la respiración mental del hombre moderno”?, porque “respiración mental” no hay. Pero podemos darle el sentido siguiente: es como si Lacan dijera que hace falta un campo para que el sistema de ideas —en este sentido podemos leer el término “mental”— en el que está inserto el hombre moderno, hombre plenamente internalizado en un cuerpo, cosificado, individualizado, funcione bien.

“... aquel campo en que afirma su independencia en relación no sólo a todo amo sino también a todo dios: “. [7]

O sea, el campo en el cual la “mente” del hombre moderno respira bien, se oxigena bien, es un campo en el que se sostiene que él es independiente de todo amo y de todo dios ¾una idea bastante cercana a la afirmación de que el Otro no existe. O sea, no hay dios alguno, no existe, y entonces hay libertad.

“... el campo de su autonomía irreductible como individuo, como existencia individual”.[8]
Es decir que hoy, para que la cabeza del hombre moderno pueda funcionar, se exige un campo, el campo de la autonomía respecto del Otro, el campo que le permita afirmar “yo soy yo porque soy un individuo libre”. Hasta aquí, la descripción de un campo moderno y sus exigencias. Ahora bien, fíjense cómo califica Lacan esta posición:

“Esto es algo que merece compararse punto por punto con un discurso delirante. Lo es”. [9]

Sostener al individuo convierte a las argumentaciones que forman parte de ese campo moderno en un discurso delirante. El problema es que sostener al individuo es lo único que permite que el hombre moderno transcurra en la vida oxigenando algo en la cabeza. Hoy se sostiene la autonomía del individuo. Vivimos en una era individualista, en la que “yo soy yo, tú eres tú”. ¿Se dan cuenta de que esta persona que presentaba sus conclusiones a las Jornadas daba a entender que un niño es un individuo y que su análisis es posible si y sólo si lo escuchamos a él separado del Otro, es decir, si sumergimos a ese niño en el campo de la autonomía individual? Lacan afirma que eso se trata de un delirio.

El axioma que guía el recorrido que iniciamos hoy dice así: la clínica psicoanalítica lacaniana con niños (y el único psicoanalista que conozco que exige este significante para presentar su “práctica” soy yo) exige una teoría del sujeto que rechace el campo que, según Lacan, parece indispensable para la respiración mental del hombre moderno. Para poder hablar de clínica psicoanalítica lacaniana con niños necesitamos una teoría del sujeto que no asimile el sujeto con persona alguna, que parta de rechazar totalmente esa idea porque esa idea es un delirio…
Esta teoría del sujeto que funciona como el axioma de nuestro trabajo exige una distancia prudente de la posición empirista y de la posición intuitiva. ¿Qué quiero decir con esto? La posición intuitiva se nos genera al confundir un concepto con una palabra de la lengua. Es fácil, si toman “sujeto” como concepto psicoanalítico, no están hablando de lo mismo que lo que la palabra “sujeto” designa en el diccionario de la lengua. Acuñar un concepto a partir de un término de la lengua exige retirarlo del uso común y producirle nuevas articulaciones con los otros conceptos del campo teórico en cuestión.
Nos pasa lo mismo con el término “objeto”. ¿Cuántas dimensiones tiene un objeto? Tres. Alto, ancho y profundidad. ¿Cuántas dimensiones tiene el objeto a? Dos dimensiones. Lacan luchó toda su vida contra los obstáculos intuitivos, y para eso usó los ejemplos más antiintuitivos del mundo, por ejemplo la topología.
La otra posición de la cual tenemos que tomar distancia es la posición empirista. Eso parece obvio porque nadie diría que los psicoanalistas somos empiristas. Sin embargo, lo somos muchas veces. El empirismo consiste básicamente en una posición de creencia: creer en que si uno deja actuar a la naturaleza, entonces tarde o temprano la naturaleza nos va a dar la clave de lo que estamos buscando. Hay que dejar que la cosa aparezca y solamente registrar. La propuesta de Lacan siempre dejó del lado del analista una gran actividad: el deseo del analista, el acto psicoanalítico, la interpretación, la lectura, etc., fueron los nombres de esa actividad que el analista debe desarrollar. Con lo cual un analista nunca puede ser empirista, nunca puede sentarse a esperar que las cosas pasen. Debe intervenir. Si no interviene, no pasa nada. La materialidad del suceder analítico exige un trabajo del otro lado. Alguien que se queda sentado escuchando a un paciente hablar por horas y horas, o jugando con un niño sesiones y sesiones sin tomar posición respecto de ese decir, no producirá ningún efecto.
Y en clínica de niños, específicamente, para no quedar en una posición intuitiva esperando que algo suceda, hay que enfrentar la complejidad que supone establecer el texto del sujeto (o, lo que es lo mismo “el texto del asunto”). Porque hay algo pintoresco en la clínica de niños. Ilustrémoslo: en la primera entrevista vino la madre de un niño y presentó todo el problema haciendo responsable del mismo al padre del niño. En la segunda entrevista, vino el padre con su nueva esposa y plantea lo contrario. También andan por ahí las tres carillas que mandó la maestra, más el informe del neurólogo. Y todo esto sin contar que, por supuesto, también conversamos y jugamos un rato con el niño. ¿Cómo ordenamos tanto material?
Una posibilidad es desecharlo todo, siguiendo la receta del librito que les contaba hace un rato. En ese enfoque, el análisis es posible “si y sólo si” todo ese texto se excluye, manteniéndolo separado de la escucha del niño. Yo les pregunto: todo ese texto ¿no determina, no colabora en la posición del niño ante la situación, sea cual sea? Soy categórico: por supuesto que sí. Aunque también les propongo que lo más difícil en clínica de niños es establecer el texto: trabajamos como filólogos. ¿Saben lo que es un filólogo? La filología es el trabajo que consiste en el establecimiento, fijación, reconstrucción e interpretación de textos. A modo de ejemplo: nosotros leemos los Diálogos de Platón, pero no sé si saben que hay enormes trozos de los pergaminos en los que fueron escritos esos diálogos que han sido comidos por las ratas, que se mojaron y entonces la tinta se diluyó, que fueron utilizados como palimpsestos… Ahí entra el filólogo, reponiendo el texto faltante a partir de una conjetura muy sólida por contraste con el resto del texto y con el resto de la obra del autor en cuestión. Hay famosos filólogos, que nosotros no conocemos porque accedemos a versiones light que no los consignan, que han repuesto importantísimas partes en textos de la antigüedad clásica con alta efectividad. Sólo es necesario contar con las ediciones adecuadas de tales libros para conocerlos.
Salvando ciertas distancias, algo similar se plantea en el trabajo del analista en la clínica de niños, porque hay muchos trozos de texto dando vuelta por todos lados. Es como si tuviera aquí sobre el escritorio distintas hojas con retazos de cosas que se fueron hablando, que se fueron diciendo; hay que tratar de organizar ese material de alguna manera y ese trabajo se funde con la interpretación. Nosotros, a diferencia del filólogo, no trabajamos con textos muertos. Nosotros no armamos el texto para luego interpretarlo, sino que nosotros en tanto lectores nos consideramos formando parte del marco generativo del texto, es decir, que el que lee, escribe junto con el que escribió. Por lo tanto, en el modo de establecer el texto en clínica de niños ya estamos produciendo una interpretación.

En nuestro recorrido vamos a hablar de interpretación y transferencia aunque a veces no hablemos de interpretación y transferencia. Muchas veces van a sentir que estamos más lejos de nuestro objetivo que cuando partimos. No va a ser cierto. Vamos a hacer un recorrido elíptico, pero con una dirección clara. Vamos a hablar de interpretación y transferencia a lo largo de todo el año, pero lo vamos a hacer desde distintos lugares. Serán ustedes, en tanto mis lectores, quienes van a tener que establecer de qué estamos hablando. Les ofrezco el lugar de lectores, porque este año vamos a hacer mucho hincapié en la lectura. A mí me mueve el deseo de transmitirles algo que encontré entre la práctica y el estudio del psicoanálisis, a fin de intentar aliviar el sufrimiento. Mi planteo es claro: si uno trabaja mejor, nuestros analizantes dejan de sufrir y alcanzan una vida más plena. No he perdido aún la ilusión de poder transmitirles esta consigna.




[1] Todas las citas fueron extraídas de la edición on-line del “Diccionario de la Real Academia Española”, disponible en http://www.rae.es/
[2] Eco, Umberto. “Lector in Fábula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo” (1979), Ed. Lumen, Barcelona, 2000, pág. 39.
[3] Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en “Escritos 1”, Siglo XXI Editores, Buens Aires, 1987, pág. 473.
[4] Lapouge, Gilles - Lacan, Jacques. “Interview au Figaro Littéraire. Sartre contre Lacan: bataille absurde”, 29/12/1966. Disponible en www.ecole-lacanienne.net/bibliotheque. Traducción personal.
[5] He preferido no citar ni al texto ni al autor, amparado en la cláusula del “¿Qué importa quién habla?”
[6] Lacan, Jacques. “El Seminario. Libro 3. Las Psicosis” (1955-1956). Ed. Paidós, 1984, Buenos Aires. Pág. 191.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem.