jueves, 22 de noviembre de 2007

Seminario XVIII - texto de contratapa de la edición francesa

Título a primera vista enigmático. Demos su clave: se trata del hombre y de la mujer, de sus relaciones más concretas, amorosas y sexuales, en su vida de todos los días, sí, como en sus sueños y sus fantasías. Lo que no tiene nada que ver con lo que la biología estudia bajo el nombre de sexualidad. ¿Hace falta sin embargo dejar ese dominio a la poesía, a la novela, a las ideologías? Se intenta aquí proponer para eso una lógica. Es retorcido.

En el orden sexual no alcanza con ser, hace falta también parecer. Esto es verdad en los animales. La etología ha detallado la parada que precede y condiciona al acoplamiento: según la regla, es el macho quien avisa a su partenaire de sus buenas disposiciones mediante la exhibición de formas, colores y posturas. Tales significantes imaginarios constituyen lo que llamamos los “semblantes”. Se los ha podido valorizar también en la especie humana y encontrar en ellos material para la sátira. Para encontrar allí material para la ciencia, conviene distinguirlos de lo real que velan y a la vez mantienen: el real del goce.

Este no es el mismo para uno y otro sexo. Difícilmente localizable del lado femenino y, a decir verdad, difuso e insituable, lo real en juego está −del lado hombre− coordinado con un semblante mayor: el falo. De donde resulta que, contrariamente al sentido común, el hombre es el esclavo del semblante que soporta, mientras que −más libre en ese lugar− la mujer está más próxima de lo real; que reencontrar sexualmente a la mujer es siempre para el hombre someter el semblante a la prueba de lo real y vale como “la hora de la verdad”; que, si el falo es apto para significar el hombre como tal, “todo hombre”, el goce femenino por estar “no-todo” capturado en ese semblante, hace objeción al universal.

Por cuanto, una lógica es posible, en efecto, si se tiene el temple de escribir así la función fálica, Φ(x), y de formalizar los dos modos diferentes, para un sujeto, de sexualizarse escribiéndose allí como argumento. Esta elaboración exige ir más allá de los mitos inventados por Freud −el Edipo y el Padre de la Horda (Tótem y Tabú)−; exige movilizar a Aristóteles, a Pierce, a la teoría de la cuantificación; exige elucidar la verdadera naturaleza de lo escrito, pasando por el chino y el japonés.

Al término del recorrido, se podrá dar el valor exacto al aforismo lacaniano “No hay proporción sexual”.

J-A.M.
(traducción PP)