miércoles, 25 de julio de 2007

¿Niños “inanalizables” o resistencias del psicoanalista?


En principio y parafraseando a Nietzsche podría afirmarse que el psicoanálisis con niños existe puesto que nosotros, psicoanalistas lacanianos, lo practicamos. Dicha práctica exige convertirse en un saber teórico para poder ser transmitido y compartido con nuestros pares -y la gran cantidad de publicaciones psicoanalíticas que aparecen casi a diario, testimonian del intento-. Ahora bien ¿serían así las cosas si los sujetos humanos hablantes que llamamos “niños” fueran inanalizables?
Es un hecho que resulta difícil hallar psicoanalistas lacanianos dispuestos a trabajar con niños. He presentado recientemente[2] un panorama de este problema en los términos del apólogo del “caldero agujereado” de Freud: aquel analista que afirma “no estoy formado como para recibir niños en consulta”, algo más tarde puede confesar que “el problema lo tengo yo: es que no soporto mucho a los niños”; para terminar declarando que “en realidad, el psicoanálisis con niños es imposible”.
Esta lógica resulta consecuente con el axioma de las “resistencias del analista”, aunque con un matiz particular: se trata de “la resistencia que oponen los psicoanalistas a la teoría de la que depende su propia formación”[3]. Lacan afirma en 1966 que los psicoanalistas se resisten a “estudiar”. Es probable que dicha resistencia haya tenido, y aún tenga, efectos en las negativas a recibir niños en análisis por parte de muchos psicoanalistas lacanianos.
De todos los posibles temas a considerar con el objetivo de iluminar un poco el terreno de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, quisiera revisar aquí dos -dejando en claro que los problemas no se resuelven ni se agotan sólo con ellos, aunque resulten decisivos a la hora de decidir si los niños son o no “analizables”-.


I.
Se habla a menudo de la “presencia de los padres”.
Sabemos que, inicialmente, para Freud su existencia física (¿?) constituía la causa de la inconveniencia del análisis con niños, a la vez que los consideraba la encarnación externa de las resistencias internas (nótese aquí la impasse generada por sus concepciones espaciales).
Ahora bien, el recurso al Lacan dixit resulta imposible en este caso. No hay indicaciones puntuales ni citas precisas que puedan utilizarse para argumentar en forma directa sobre la cuestión. Sobre este tema debemos producir nuestras propias articulaciones. Es así que en los escasos materiales de estudio publicados acerca de la presencia de los padres en la clínica psicoanalítica con niños, las mismas brillan por su ausencia. Sin embargo, contamos con algunos intentos que, a mi juicio, naufragan en el simple relato del caso clínico, como si la definición ostensiva fuera la única opción ante algo inasible. La “presencia de padres” ¿deja como única posibilidad de transmisión “contar” lo que se hizo en cada caso? ¿Se trata tan sólo de un savoir-faire que se ejecuta con la temporalidad del instante, que se improvisa, cuya única vía de transmisión-aprehensión resulta ser la experiencia?
He verificado que en gran parte de los escritos que abordan esta temática, la “presencia de padres” ha sido considerada un “real” de la clínica psicoanalítica[4], en vez de una particularidad que el dispositivo analítico permite utilizar en las consultas con niños. Esta consigna se deduce de la premisa de la dependencia “real” que los niños mantienen con sus genitores. Ahora bien, existe dependencia biológica aunque no resulta específica del campo psicoanalítico; y muy tempranamente Lacan la redefinió en términos de dependencia “significante” para contarla entre los motivos por los que un analista no debía retroceder ante los niños[5] . Que sea “significante” habilita el trabajo en el marco de un “complejo familiar”, tanto como la pertinencia de la noción de “familia extendida” permite la inclusión en la situación analítica de personajes sin lazos de sangre con el interesado (les parents son, en francés coloquial, “los padres” tanto como “los parientes” ).
Si el analista dirige la cura, si establece las directivas que instalan la “situación analítica”, la “presencia de padres/parientes” se transforma en un dispositivo simbólico incluido en el contrato. Entonces habrá que definir quiénes participarán (porque ante las nuevas formas de la familia es conveniente establecer quiénes asistirán a las entrevistas) y con qué frecuencia (porque la frecuencia debe establecerse como “fija” si es que acaso no queremos llegar siempre tarde). Tales directivas, las que contribuyen a que se instale un dispositivo de “presencia de padres/parientes”, deberán ser planteadas bajo la forma de consignas en una comunicación inicial. Y el propio Lacan asegura que las mismas “hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista, en el punto de consecuencia a que han llegado para él.”[6] Entonces, las dudas que los analistas presentan acerca de cómo incluir o trabajar con los padres/parientes de los niños en el análisis (dudas que pueden manifestarse hasta en los balbuceos al enunciarlas), dan cuenta del modo de resistencia a la teoría que antes citábamos.
Ahora bien, la adhesión al dispositivo de la “presencia de padres/parientes” tal y como acaba de ser presentada, exige una noción bidimensional del “sujeto” que lo aleje totalmente de su comprensión como individuo corporizado. En la clínica psicoanalítica lacaniana con niños abordamos un asunto (sujeto) del que participan diferentes posiciones subjetivas. Desde todas o cualquiera de ellas es posible decir algo que produzca efectos, levante inhibiciones y resuelva síntomas. No es necesario mantener separadas las posiciones enunciativas puesto que se trata de un único texto que se escribe al momento de ser leído, que no preexiste a sus lectores y que incluye, inevitablemente, a la posición del analista puesto que le es dirigido.
Pero entonces... ¿nadie es responsable por lo que se dice?
Abrimos así el segundo de nuestros problemas.

II.
Se trata ahora de detenernos en la noción de responsabilidad por aquello que se dice.
Tal cuestión exigiría en primer lugar y por estar hablando de niños, extender el problema desde “lo que se dice” hasta “lo que se juega y dibuja”; y en segundo lugar apoyar la extensión en la estructura del significante, en tanto éste permite que el juego sea permutativo y que el dibujo se organice al modo de una heráldica.
También deberíamos rectificar un poco la regla de la asociación libre como para que abarque al juego y al dibujo. Se trata de hablar, jugar y dibujar sin importar lo que se dice, juega y dibuja; dirigiéndose al psicoanalista aunque amparado en las cláusulas lacanianas que exigen construir “texto y no relato”[7], tanto como instalarse en el discurso a partir de un “rechazo del oyente”[8].
Y, entonces, hace falta aquí introducir una relectura del antiguo axioma del inconsciente. Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, este no puede ser otro que el “lenguaje infantil”. Dejo constancia de haber realizado un extenso recorrido para poner a prueba esta hipótesis.[9] Se trata de un lenguaje que “no olvida” el acto enunciativo (o sea, el “que se diga”), que no se organiza con el triple principio de la lógica aristotélica y que no hace responsable al locutor por lo “que se dice”. En el marco de un lenguaje tal operan articuladamente las posiciones que Lacan nombró como la de hablar à la cantonade con la del buen entendedor. Y, entonces, resulta importante destacar que una hipótesis como la que hoy reafirmamos excede con creces la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Cuando Lacan se preguntó qué hace participar al niño en el interior del adulto, no respondió que todos los adultos alguna vez fueron niños, ni que se trataba de ese infantilismo tantas veces detectable en las personas grandes. Dijo: “La respuesta es absolutamente clara: lo que es verbalizado de modo intempestivo”.[10]
Verbalizar de modo intempestivo exige vencer la represión social ante lo “que no se dice” (o “no se juega” o “no se dibuja”), tanto como fingir olvidar las reglamentaciones que la cultura impone para dirigirse a un interlocutor. De este modo estamos muy cerca de lo que Freud deseaba como posición enunciativa de sus pacientes al comunicarles su extensísima regla de la asociación libre.
Vayamos al punto en cuestión. Dejaré hablar a Lacan sobre él: “La palabra admirable del niño es quizás la palabra trascendente, revelación del cielo, oráculo de pequeño dios, pero lo evidente es que no le compromete a nada”.[11] Tal ausencia de responsabilidad por el decir ¿justifica afirmar que el niño es inanalizable? Lacan llega a plantear que la dialéctica del adulto derrapa (o sea, que escapa al control del conductor) cuando trata de vincular a la persona con sus contradicciones (convirtiéndolo en un discípulo de Aristóteles), cuando intenta hacerle firmar lo que dice. ¿Cómo desconocer la polifonía del discurso si sostenemos la ausencia de metalenguaje? Entonces, si existe un “lenguaje infantil”, este es hablado por niños y adultos en igual medida.
Considerando la enorme investigación de Giorgio Agamben[12] acerca de cómo el término “responsabilidad” se ha desplazado desde el campo jurídico al terreno de la ética contaminándolo casi por completo, y observando el sesgo lingüístico que demuestra que el acto responsable (organizado a partir de la fórmula spondeo) es un acto estipulado por un procedimiento jurídico (lo que quita todo matiz heroico al “hacerse responsable”), cabe preguntarnos si acaso el psicoanálisis lacaniano en general y el psicoanálisis lacaniano con niños en particular no habrán sido presas del mismo deslizamiento.


Post-scriptum.
Hace algún tiempo hice pública una idea que se me presentó más como una conclusión lógica de un trabajo de estudio que como una opinión calificada por la experiencia: propuse que la clínica psicoanalítica lacaniana con niños resulta ser la mejor entrada en la práctica para los analistas nóveles y justifiqué tal afirmación a partir de una característica importante que la diferencia de otras clínicas. La clínica psicoanalítica lacaniana con niños presenta ciertas exigencias que no pueden ser resueltas con los recursos de la doxa psicoanalítica, el sentido común o la intuición.
Así como con tanta facilidad se desplaza la noción de “sujeto” a la de “persona” -lo que permite casi a diario afirmar que “un sujeto de sexo masculino asiste a la entrevista...”- en los casos en que proliferan los personajes de carne y hueso, afirmar que el niño “es” el sujeto resulta tan poco práctico como fundamentado. Entonces, el mismo dispositivo de “presencia de padres/parientes” favorece que el analista deba detenerse a reflexionar acerca del establecimiento del sujeto, el que -inevitablemente- debe ser abordado como el asunto sobre el que se habla desde todas las posiciones enunciativas que participen del proceso
Pero también, así como al recibir a un paciente adulto un analista poco advertido podría fácilmente confundir su pedido de análisis con una demanda, los pedidos que recibimos de y por los niños son algo más complejos. Piden adaptación al orden social (en los casos de problemas de conducta) o a la norma etaria (cuando algo no ocurre a tiempo o se extiende más tiempo del debido). En ocasiones piden que juzguemos las funciones parentales, entonces... ¿No resulta absolutamente necesario proponerse un estudio serio del asunto para poder establecer si acaso aparece una demanda de análisis?

En resumen, el niño es analizable si los psicoanalistas se muestran dispuestos a estudiar los problemas que dicha clínica genera. Debe tenerse en cuenta que no se trata de una “especialidad”, ni de disolver al niño en una generalizada clínica del sujeto -lo que no resulta efectivo y contradice el espíritu del psicoanálisis lacaniano-. Se trata de una clínica que exige gran flexibilidad técnica, tanto como un enorme trabajo de reflexión teórica. Pero también, se trata de un campo que Lacan calificó como una “frontera en que se ofrece al análisis lo más desconocido por conquistar, donde su ideal de comprensión puede encontrar sus efectos más humanizantes”[13]
El resto es nuestra responsabilidad: la de los psicoanalistas.


(Publicado originalmente en revista Imago-Agenda, noviembre de 2006)







[2] v. Peusner, Pablo. “Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños” (De la interpretación a la transferencia). Ed. Letra Viva, Buenos Aires, 2006, pp. 13-14.
[3] Lacan, Jacques. “Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber” (1966), en “Intervenciones y Textos 2”, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1988, pp.31-32.
[4] A modo de ejemplo de esta tesis, v. “El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños” de Ana María Sigal de Rosenberg (comp.), Lugar Editorial, Buenos Aires, 1995.
[5] Lacan, Jacques – Cénac, Michel. “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología” (1950), en “Escritos 1”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984, pag. 128.
[6] Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder”(1958), en “Escritos 2”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984, pág. 566.
[7] Lacan, Jacques. “Más allá del principio de realidad” (1936), en “Escritos 1”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1984, pág. 75.
[8] Ibidem, pág. 77
[9] Peusner, Pablo (2006).op.cit. especialmente capítulos II a V.
[10] Lacan, Jacques. “El seminario. Libro 1. Los escritos técnicos de Freud” (1953-54)E. Paidós, Buenos Aires, 1988, pág. 319.
[11] Lacan, Jacques. Ibid. Pag. 335.
[12] Agamben, Giorgio. “Lo que queda de Auschwitz”(1999), Ed. Pre-Textos, Valencia, 2000. Especialmente el cap. 1.
[13] Lacan, Jacques. “Estatutos propuestos para el Instituto de Psicoanálisis” (1953), en “Escisión, Excomunión, Disolución / Tres momentos en la vida de Jacques Lacan”, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1987, pag. 37.